¡Maestro Dr. Galeano, Hasta Pronto!

Gracias, muchísimas gracias Maestro de Maestros. Usted sabe cuánto fue mi aprecio y respeto hacia su persona. Recuerdo cuando llegamos al hospital de Zacatecoluca a cursar la materia de cirugía, mientras esperábamos a que llegara, lo vimos subir por las gradas, aquel hombre espigado, elegante, sobrio, con carácter; la fama de que Usted era “yuca” no era usted, sino que era exigente, educado, gran profesional y aprendí tanto, tantísimo de usted.

Por: Francisco Parada Walsh*

Recuerdo en una ocasión que preguntó cuál era el diagnóstico de un paciente; empezó desde el residente de primer año, luego a los médicos internos, para terminar con los gatos secos y no olvido cuando le respondí: “Conjuntivitis hemorrágica”, suficiente para decirles a los médicos superiores que cómo era posible que un estudiante de cuarto año acertara el diagnóstico y no ellos (Esta anécdota la cuento sin afán de egos, lo sabía porque estudiaba todo lo que usted nos enseñaba). Un día de tantos me pregunta si mi padre era el Dr. Mario Ricardo Parada, el que escribía para El Diario de Hoy, le respondí que sí, usted me dijo: Felicítame a tu padre, dile que siempre leo sus artículos, así lo hice y mi padre le mandó las gracias con mi persona.

Recuerdo cuando en una ocasión se empezaba la ronda médica, por azares del destino tenía asignada dos camas, y para rematar, la cama número uno era la mía y usted empezó a preguntar el nombre del paciente, cuándo había ingresado, de dónde era, los resultados de los exámenes de laboratorio y empecé a buscar a lo loco todos esos datos, fue usted que me dijo “pareces gallina revolviendo todo, mañana quiero que todos aprendan lo que he preguntado”. Con usted, nadie se burlaba del compañero, sabíamos que más temprano que tarde, a alguno le llegaría su turno; y quiero decirle Maestro, que antes de ese episodio creía que el paciente era tan solo un expediente, que no tenía nombre y hasta que usted me enseñó tan respetuoso gesto aprendí que el paciente tiene nombre, vive en tal lugar, tiene familia que confía en el médico  y ese era usted, acucioso, respetuoso, disciplinado.

Nunca olvidé esa lección de vida y la sigo practicando desde ese día, cuando fui su alumno, quizá pensaba que el paciente era invisible y yo, el todo poderoso; en un santiamén me puso en mi lugar. Qué decir cuando corregía los errores ortográficos de nuestras paliduchas historias clínicas, ese era Usted, un Maestro en todo el sentido de la palabra, un ser humano excepcional, enseñarle a leer a escribir a tipos vagos y malandrines como yo, no era tarea suya, y usted aceptó ese reto, de enseñarnos a escribir, a leer y a aprender.

Un verdadero Maestro.  No puedo olvidar cuando en una gaveta de su escritorio guardaba a su perrito chihuahua, usted aparentaba que dormía y a veces le queríamos tomar el pelo y usted decía: “Repetí lo que acabas de decir”, siempre pendiente, siempre enseñando.

Debido a mi enorme respeto y admiración hacia su persona, recuerdo que hace varios años lo llamé por teléfono, usted contestó, me identifiqué como Francisco Parada Walsh, era sino mal recuerdo,  31 de diciembre o uno de Enero; usted no se acordaba de mí, me dijo que entre tantos alumnos que tuvo, no recordaba a lo que le traje a la memoria el nombre de mi padre, e inmediatamente me ubicó, me contó que un día de esos había fallecido su esposa, y que la habían enterrado el mismo día pues era demasiado doloroso lo sucedido, aun, mencionó a su gran amigo, al Dr. Guillermo Rivas cómo le había ayudado en ese momento tan duro y me agradeció esa llamada y me invitó a su casa ¿Cómo olvidar a un caballero y Maestro como usted? Usted fue portero de la Universidad Nacional y quienes lo conocieron contaban que le decían: Carlos, hoy no vamos a chupar, mañana tenés partido y usted les decía que tomar las respectivas cervezas no era problema y se lanzaba a una cama simulando a un portero atrapando el balón.

Cómo olvidar las despedidas de semestre, aquella carne asada, el arroz con maíz, el chirmol que las compañeras hacían mientras todos los hombres nos zampábamos tantas cervezas como era posible, luego a jugar futbol a la arena ¡Qué tiempos aquellos! Usted fue, es y será EL MAESTRO DE MAESTROS de tantas generaciones de médicos, la mayoría, grandes profesionales.

Sepa cuánto afectó a muchos su repentino deceso, todo acabó, debe llegar a ese cielo esquivo a estar con los suyos, es cuestión de tiempo para volver a verle y a abrazarle con todo mi cariño y respeto. Gracias Maestro Galeano por no solo ser un Maestro en la medicina sino, en toda la extensión de la palabra. Esculapio lo espera, Hipócrates anda trayendo las cervezas y la carne, ya llegará y si una angelita se descuida, convénzala, que me espere, ya llegaré;  solo usted puede seguir en ese pedestal reservado para los Dioses. Guie mis manos, mi mente y mi corazón para que su legado que usted deja en mi persona, siga vigente. Gracias por todo mi querido Maestro, mí querido “TATITA”.

*Médico salvadoreño

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