La Lección del tigre y el emperador 

Por: Enrique Fernández

Érase una vez en la India, un poderoso tigre que lo tenía todo, excepto su libertad. Atrapado por una espina, su sufrimiento no distinguía entre débiles y fuertes.
Fue entonces cuando una humilde hormiga, conociendo el dolor ajeno, decupló sus fuerzas por amor al prójimo. Juntas, la hormiga y otras diez mil hormigas con un gran esfuerzo, lograron retirar la espina, aliviando así el dolor y el sufrimiento del tigre.Sin embargo, en un giro inesperado, el tigre, después de permitir que las hormigas completaran su noble tarea, decidió perseguirlas y aplastarlas con su pata, sin mostrar gratitud alguna por su ayuda.Mas al sanar, éste olvidó su condición, creyéndose invencible. Cegado por el poder, borró de su memoria a quien le tendió la mano sin mirar su tamaño. Persiguió a sus salvadoras sin piedad.Esta historia se asemeja a una situación realista en la que un pueblo estaba plagado de pandilleros y delincuentes que invadían sus comunidades. El emperador de ese reino tomó una decisión audaz y ordenó capturar y perseguir a esta lacra social que tanto afectaba a la población. La gente, al ver el total apoyo del emperador, decidió respaldarlo sin reservas.Sin embargo, los derechos ciudadanos perdieron su valor y cualquier denuncia o opinión en contra de las decisiones del emperador se convirtió en motivo de encarcelamiento sin derecho a defensa.Así también un emperador liberó a su pueblo de temibles lacras. Pero al igual que el tigre, al probarse fuerte dejó de verse frágil. Sus súbditos pasaron de ovejas a mera mercancía de su voluntad.Pero ahí no terminó la historia. Al igual que el tigre después de curarse, el emperador olvidó su deber de proteger a su pueblo con compasión. Viendo sólo su propio poder, puso nuevas «espinas» al oprimir las libertades de los ciudadanos.Hermanos, esto enseña que no importa el tamaño de nuestra investidura: todos sangramos, gozamos y padecemos por igual. Solo la humildad y el recuerdo de que una vez fuimos débiles nos permitirá ejercer un poder con corazón de hormiga.Esta analogía nos lleva a reflexionar sobre el abuso de poder y cómo la gratitud y la reciprocidad pueden ser ignoradas cuando alguien se siente en la cima. También nos recuerda la importancia de mantener un equilibrio entre la autoridad y los derechos de las personas, evitando caer en la tiranía y el menosprecio de la opinión y la libertad de expresión.Al final, tanto el tigre como el emperador deben recordar que su fuerza sólo debe usarse en beneficio de los más débiles. Pues el verdadero valor radica no en aplastar a otros, sino en levantarlos cuando caen. Ojalá esta pequeña historia sirva de recordatorio para aquellos en posiciones de autoridad.No olvidemos que somos nosotros, las hormigas ciudadanas, los que le hemos conferido a nuestros gobernantes la autoridad que ejercen.Sería nefasto que enmascarando medidas represivas bajo la apariencia de «protección», termináramos como prisioneros en nuestra propia tierra. Los pueblos libres no hipotecan su dignidad ni entregan su futuro a cambio de una ilusoria seguridad presente.Cuando ayudamos desinteresadamente a quien sufre, no lo hacemos esperando nada a cambio. Lo hacemos porque entendemos su dolor y anhelamos aliviarlo.Sin embargo, quien recibe nuestra mano amiga debe cuidarse de la tentación del poder absoluto. Pues esa falsa sensación de fortaleza lo puede cegar e impedirle ver que sigue necesitando del apoyo del más débil.Y como el tigre, termina olvidando su origen y cae en el grave error de oprimir a quienes una vez lo salvaron con su esfuerzo solidario. Cree que puede devorarlos sin consecuencias.Hermanos, no liberemos jamás al opresor que llevamos dentro. Y si un día nos toca ejercer autoridad, recordemos con humildad que alguna vez también fuimos débiles.Evitemos que la historia se repita. Sigamos siendo hormigas trabajadoras, no tigres que olvidan sus raíces y terminan devorando a su propio pueblo.Le ruego reflexione con sabiduría popular sobre este asunto. De no encontrar el equilibrio justo, temo que el poder acabe devorándonos como al tigre que una vez liberamos. Nuestros hijos merecen heredar un futuro de paz que no menoscabe los cimientos sobre los que se erige toda sociedad: los derechos individuales. Muchas gracias por escuchar el consejo de esta humilde hormiga.

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