Libro | Neurología de la maldad

El catedrático de psicología y director del departamento de psiquiatría y de medicina legal de la Universidad Autónoma de Barcelona, Adolf Tobeña, explica cómo funcionan las predisposiciones en el comportamiento asocial y amoral. A la vez, analiza las particularidades de las mentes criminales y perversas.

Por: José Guillermo Mártir Hidalgo*

En todas las sociedades humanas alrededor del treinta por ciento de su población, tendrán inclinación a saltarse las normas de respeto al prójimo. Mientras que otro treinta por ciento de la población, tenderán a ser siempre legales y respetuosos. Y el cuarenta por ciento de la población restante, tendrán tentaciones más o menos comprometidas que sabrán domeñar voluntariamente.  Según Tobeña, los ejecutores recalcitrantes de delitos no llegan a un cinco por ciento de la población.  Y solo una cuarta parte de ellos es calificada como psicópata.  En prisiones, los psicópatas no llegan al veinte por ciento de la población reclusa. De ahí que el ochenta por ciento de la población reclusa, llega al crimen por otra ruta distinta a una alteración grave de su funcionamiento cerebral.

En la obra “Neurología de la maldad: mentes predadoras y perversas”, Tobeña asevera que los malvados dejan a su paso un rastro de bajas y damnificados. Esas desgracias las ocasionan a consciencia, es decir, queriendo lastimar y perjudicar. Ejemplos de delincuentes que causaron daños mayúsculos son: el extremista noruego Anders Breivik y el defraudador financiero norteamericano Bernard Madoff. Ellos ejemplifican las dos modalidades de la psicopatía: los crueles, morbosos y altamente peligrosos como Breivik y los delincuentes de éxito que eluden la detención y el castigo como Madoff. Los psicópatas son gente singularmente insensible y dañina. Se caracterizan en lo interpersonal por ser explotadores, manipuladores, falsos, pomposos y dominantes. En lo afectivo porque muestran emociones epidérmicas, incapaces de vincularse con personas o valores y carecen de reacciones empáticas y de sentimientos de culpa, remordimiento o temor genuinos. Y en lo conductual por ser impulsivos, necesitar sensaciones fuertes, inestables, propensos a infringir normas e incumplir con responsabilidades.

La psicopatía es una anomalía que viene de fábrica. En el interior del cerebro de los psicópatas, hay anomalías neurológicas en la corteza prefrontal y ventromedial. Hay una singularidad en la estructura, interconectividad y funcionamiento de los circuitos cerebrales.  Las conexiones de la corteza prefrontal ventral con la amígdala y las zonas adyacentes del lóbulo temporal a través del fascículo uncinado, son menores en los psicópatas. Esto hace una mengua de la actividad neural en los territorios encargados de otorgar valencia emotivo-afectiva a las situaciones. Que se traduce en una menor capacidad de experimentar sensaciones desagradables al cometer actos delictivos. La carencia de Mono Amino Oxidasa A, segmento del cromosoma X, que es una enzima con un papel destacado en diversos neurotransmisores en las sinapsis cerebrales, conduce al colapso en la función serotonérgica y en brotes de violencia exacerbada. Ya que la serotonina es un freno eficaz a descargas impulsivas y atenuante de reacciones violentas.  También el gen CDH13, prescriptor de la T-Cadherina, está asociado al Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) por su disfunción en el trabajo serotonérgico y dopaminérgico. Las personas con las dos variantes, tienen más probabilidades de cometer un delito violento.

Los psicópatas exitosos, “psicópatas corporativos” o de “cuello blanco”, tienen atributos que son contrarios a la impulsividad y desinhibición violenta que caracteriza a la delincuencia “sucia” o “violenta”. Esto porque tienen una mejor capacidad de procesamiento de la información, elaboración de estrategias cambiantes y control de impulsos. En general, las bandas mafiosas son nichos ocupacionales preferidos por los psicópatas. La corrupción en todas las sociedades está vinculado a individuos con rasgos psicopáticos. El hambre de dinero tiene su asiento en las zonas particulares de la circuitería neural. Al avistar dinero, se activan los sistemas cerebrales del deseo. Contrariamente, las pérdidas monetarias activan la circuitería neural dedicada al sufrimiento y aversión psicológica. Hay una fascinación humana por el lujo y nada mejor que la versatilidad monetaria para la escenificación del gasto. El dinero puede comprar voluntades. El soborno es decisivo en la corrosión dineraria y ruta óptima para quebrar resistencias y montar extorsiones y chantajes.  Entre los políticos, hay una desmesurada proporción de delincuentes disfrazados de servidores públicos. Al incrementar su percepción de poder o de estatus, pueden llegar a la ceguera completa hacía los problemas ajenos. Cuanto más estatus y poder, menor proclividad cooperadora y mayor tendencia a las conductas egoístas.

Se ha dedicado menos atención a las malvadas, predominando en ellas los engaños y las falsedades, por lo que hay menos concurrencia a la violencia física. La superioridad en aptitudes de la cognición social, las lleva a aprovecharla para lastimar. En asesinatos, asaltos con violencia y robos con intimidación hay una mujer por nueve hombres. Igual proporción se da en la población reclusa.  Las conductas egoístas y oportunistas pueden ser atenuadas, mediante contacto con nociones que evocan la presencia de los sobre natural. La sensación de anonimato favorece mentir, engatusar y actuar de manera egoísta. Cuando hay vigilancia, las personas se comporta mejor o cuando el cerebro supone que puede haber vigilancia y no hay impunidad. En comunidades complejas, los garantes del mantenimiento del orden social son vigilantes y cuerpos de contención armados. Pero la policía pertrechada con normas abusivas que le permiten actuar con impunidad, convierte la sociabilidad en opresión. Por eso hay que vigilar a los vigilantes con múltiples sistemas de escrutinio garantista. Por otro lado, el castigo o la amenaza creíble de recibirlo, promueve el orden. Y es la maquinaria judicial la que prescribe compromisos de obligado cumplimiento e impone sanciones a quienes trasgreden las normas.

El cerebro escrupuloso distingue entre la culpa nuclear, vinculada a la violación de reglas morales, en la que hay una mayor intervención cingulada e insular. Y la culpa altruista propia de impulsos generosos, con más implicación de zonas de la corteza prefrontal. La reincidencia, esencial en los sistemas de justicia, puede ser medida por la actividad neural vinculada a la detección y corrección de errores motores. Cuando nace la intención de dañar, por un impulso irrefrenable o por apetitos dañinos cultivados a lo largo del tiempo, el resorte neural crítico se enciende en zonas de la amígdala cerebral y se usan profusas interconexiones con territorios en la corteza prefrontal y temporal. Tobeña señala que cuando los humanos ponen en marcha alianzas y potentes vectores de confrontación intergrupal, anidan y culminan los máximos de la devastación y del horror.

*Psicólogo salvadoreño

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