LOS NUEVOS MESÍAS

POR: MIGUEL BLANDINO

América Latina ha vuelto a ser el campo de experimentación de las doctrinas políticas imperiales apropiadas para cada nuevo contexto mundial.

Y otra vez ha sido El Salvador el pionero, sirviéndole al imperio como conejillo de indias para la aplicación en bruto y sin anestesia de las teorías. En este pequeño y tradicionalmente pobre país se ponen a prueba las ideas o teorías en una sociedad real antes de lanzarlas al resto del continente y del mundo.

Hace cincuenta cinco años lanzaron una reforma educativa que fulminó el anterior sistema educativo y dio inicio al experimento de ampliar la duración de la estancia del alumnado en las aulas, aumentando un año al bachillerato; diversificando los estudios preuniversitarios en una media docena de especialidades de bachillerato; aumentando la carga de materias técnicas, pero sin darse el tiempo para contar con una adecuada capacitación del personal docente.

Sin preparar a los docentes pero también sin hacer una precalificación del estudiantado sin orientación vocacional o considerar la recomendación por parte de algún docente o psicopedagogo responsable de evaluar a los adolescentes para detectarles sus vocaciones o intereses. Simplemente cada adolescente tenía que escoger su especialidad a la buena de dios –a la zumba marumba- y en la mayoría de los casos lo hacían por seguir a sus amistades.

Por los resultados observables cualquiera podría suponer de manera razonable que se trataba únicamente de restarle presión a una demanda de empleo que era imposible de satisfacer. Prefiero no pensar en intenciones perversas.

La saturación de materias no necesariamente se traducía en un aumento de las competencias de los jóvenes preuniversitarios, pues al carecer estos últimos de cualquier orientación terminaban inscribiéndose en la universidad en carreras que nada tenían que ver con la especialidad del bachillerato que habían cursado. Los de bachillerato en pesca y navegación, comenzaban odontología o ciencias jurídicas; los de agricultura inscribían arquitectura o física; los de hostelería y turismo se apuntaban en medicina o biología; los de comercio y administración en filosofía o sociología; los de ciencias en letras o idiomas; los de humanidades en química y farmacia; los de salud en agronomía o relaciones internacionales, y así por el estilo. Resultado, fracaso.

Al final del experimento tenemos como resultado un declive en el aprovechamiento en términos de conocimiento y aptitudes de los estudiantes en relación con el tiempo que invirtieron en las aulas. Y una enorme decepción de las familias y frustración de los estudiantes. Los datos son demoledores: después de cursar los doce años antes de entrar a la universidad, de cada cien estudiantes que iniciaron la educación básica solo uno se gradúa de alguna carrera universitaria o técnica superior. Así hasta hoy.

Luego vino la guerra y el experimento social se aplicó para conseguir la polarización, pero no política, que ya existía, sino religiosa. De una población casi completamente católica antes de la guerra, la sociedad se partió por la mitad al final de la misma, principalmente corriéndose hacia iglesias cristianas de una infinidad de denominaciones, cristianos sionistas en su gran mayoría, amantes de Israel, eso sí.

Al terminar el conflicto armado y con el impulso de la ideología neoliberal el objeto de ataque fueron el Estado y el gobierno, la política y las ideologías, los partidos políticos y los sindicatos y demás organizaciones populares.

Unas prédicas machaconas atacaron de manera permanente y sistemática todo lo relacionado con la estructura de seguridad social en un afán decidido hacia el abandono y olvido del Artículo 1º de la Constitución Política de la República: “El Salvador reconoce a la persona humana como el origen y fin de la actividad del Estado, que está organizado para la consecución de la justicia, de la seguridad jurídica y del bien común.”

Conforme se avanzó en aquella desestatización, simultáneamente fueron avanzando los esquemas de privatización de todos los servicios públicos al reducirse el presupuesto destinado a financiarlos mientras crecían las necesidades y la demanda por una elemental cuestión demográfica. Uno de los servicios del Estado que primero se vieron despojados de financiamiento fueron los relacionados con la seguridad de las comunidades. Pronto en cada espacio abandonado por el Estado aparecieron empresas privadas vendiendo esos mismos servicios.

Y con el empobrecimiento de la sociedad, el desempleo o el subempleo y la reducción de los servicios con los que el Estado había estado presente, a través de la educación, la salud y la seguridad, el nacimiento y desarrollo de estructuras delincuenciales fueron a la par.

Miles de organizaciones no gubernamentales se profesionalizaron y volvieron expertas en satisfacer las necesidades sociales más variadas al extremo de llegar a venderle servicios al gobierno que había olvidado como cumplir con sus funciones: desde la creación de fuentes de energía eléctrica aprovechando las más pequeñas fuentes de agua o enseñando a los pobladores a fabricar sus celdas solares hasta la construcción de letrinas aboneras para generar fertilizantes a partir de las deposiciones de los seres humanos. Desde la capacitación de integrantes de la comunidad en salud o educación para poder contar con clínicas o escuelas hasta la fundación de microempresas para el desarrollo de las iniciativas productivas comunitarias, familiares o individuales.

Por un lado, el Estado atendiendo las necesidades para el desarrollo de los grandes capitalistas nacionales y extranjeros y, por el otro, la sociedad mayoritaria aprendiendo a rascarse con sus propias uñas.

Así, mediante la ejecución de un programa de neoliberalismo a ultranza, hasta llegar a dar el salto para la aniquilación del contenido sustancial de todas las estructuras conocidas en un sistema republicano, de seguridad jurídica, respeto de las garantías constitucionales más elementales y de los derechos humanos.

De esa manera, mediante este experimento en El Salvador se ha llegado a la instalación de una especie de monarquía absoluta, tan brutal como la de Fernando VII, el rey primero deseado y al final detestado. O, peor, como las sangrientas de las familias Saud o Alauita, de Arabia y Marruecos, respectivamente. O “más peor”, como la estructura de los carteles, con el capo y su familia en la cúspide, como propietario de vida y hacienda en su territorio, controlado en última instancia por el exclusivo poder de las armas y el miedo más depurado.

Por supuesto que acompañando a la des-educación pública, el fanatismo religioso, el desmontaje de las estructuras estatales legales e institucionales, la propaganda contra el Estado, la política y los políticos y sus organizaciones, también se ha llevado a cabo la creación de un culto a la personalidad de un líder construido a imagen y semejanza de las preferencias identificadas en los estudios psicosociales. Las fobias y los rencores, por supuesto, reales o inducidas, y con una cuarta más: la presunta iluminación divina del líder, cuando no es directamente la encarnación del mesías.

Con una población semi analfabeta y supersticiosa, carente de la más elemental justicia social, preñada de frustración y miedo ante la inseguridad, el coctel funciona. Con unos ligeros ajustes se puede replicar en Brasil, Argentina, Ecuador, Perú, etc.

Cuando vemos de pronto aparecer un muchacho rico en Ecuador justamente en el preciso momento en el que asesinan a un candidato a la presidencia o a un desquiciado que vende recetas económicas que van a acabar con los pobres pero no con la pobreza y que los pobres aplauden y los eligen contra toda lógica, cabe hacerse la pregunta ¿estamos en el laboratorio de fabricación de los nuevos mesías?

El ingrediente secreto es el bombardeo permanente, de día y de noche, adaptado a las preferencias y a las características particulares de cada cliente, o sea, propaganda lo más personalizada posible para que esté presente en el justo momento en el que abre su celular. Es cierto que es un ingrediente sumamente carísimo, que no se lo pueden permitir -porque es imposible de pagar- ninguno de los políticos tradicionales. Hay que ser el ungido de las oligarquías o el designado por los altos mandos del crimen organizado internacional que, para acabar pronto, cualquiera sabe que son lo mismo.

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