Crónica de un genocidio anunciado

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Todo indica que Brasil será el último país en tener una población inmunizada contra la COVID-19 y, dentro de poco, habrá de superar a EE. UU. en cantidad de muertos, debido a la inoperancia del Gobierno de Bolsonaro. En esta tercera semana de enero ya tenemos más de 215 000 víctimas fatales. Diariamente mueren más de mil personas contagiadas por coronavirus.

Bolsonaro sufre de tanatomanía, tendencia patológica a la satisfacción con la muerte ajena. Actualmente la situación se agrava por la falta de oxígeno y camas en los hospitales. Terrible paradoja: falta el oxígeno para los pacientes de Amazonas y de Pará, ambos en la Amazonía, que es tenida como el pulmón del planeta. Muchos mueren por asfixia. Y la ironía del destino: Maduro, despreciado por el Gobierno, reabastece el Amazonas de oxígeno…

Todo este cuadro necrófilo resulta de la inacción de un presidente y de un Gobierno genocidas. Brasil tiene Ministerio de Salud, pero no tiene Ministro. Desde la asunción de Bolsonaro, en enero de 2019, los dos médicos que ocuparon el cargo no permanecieron por no concordar con la indiferencia del presidente frente a la pandemia y por él recomendar medios preventivos carentes de base científica, como por ejemplo, la cloroquina. El actual ministro de Salud, el general Pazuello, no es médico, y poco después de ser puesto en el cargo admitió que, hasta ese momento, no conocía el sus (Sistema Único de Salud) que atiende gratuitamente a la población y es considerado ejemplar. Sin embargo, ahora el sus está atado de manos por falta de vacunas y de personal de la Salud.

En el inicio de la pandemia, mientras el mundo se alarmaba, Bolsonaro declaraba que se trataba de una «gripecita». Se rehusó a coordinar y movilizar a los brasileños para evitar la diseminación de la enfermedad. E incentivó, con su ejemplo, las aglomeraciones, criticó el uso de tapabocas (llegó a prohibir la entrada al Palacio de Gobierno a quien estuviese con tapabocas) y desaconsejó medidas, como el aislamiento preventivo, el lavado frecuente y cuidadoso de las manos y su sanitización con alcohol. Fue preciso que la Suprema Corte facultara a los gobernadores e intendentes municipales (jefe municipal) con el derecho de desempeñar esa coordinación.

Como Bolsonaro saborea el macabro perfume de la muerte, jamás se preocupó por la vacunación del pueblo brasileño. Dio a entender que la COVID-19 mata preferentemente a los pobres (lo que economizaría recursos de las políticas sociales), los portadores de comorbilidades y de los ancianos (lo que reduciría el déficit del SUS y los gastos del sistema de previsión social). Sin embargo, debido a la presión popular, el Gobierno tuvo que salir corriendo a buscar vacunas.

Las vacunas disponibles hasta ahora son producidas en India y China, países que desde hace meses han sido despreciados por la familia Bolsonaro. El canciller Ernesto Araújo, adepto del terraplanismo, declaró que China había producido intencionalmente el «comunavirus». Aliado a algunos países ricos, Brasil se rehusó a apoyar a la India en la OMC para liberar las patentes de las vacunas. En octubre de 2020 Bolsonaro declaró: «Aviso que no compraremos vacunas de la China». Su hijo, el diputado nacional Eduardo Bolsonaro, acusó al Gobierno chino de usar la tecnología 5G para espiar.

Las pocas vacunas que llegaron al país, menos de diez millones de dosis para una población de 212 millones, vinieron de China y fueron compradas por el Instituto Butantan, renombrada institución científica de San Pablo. La Fiocruz (Fundación Oswaldo Cruz), de Río de Janeiro, intenta comprar a China el IFA (Instituto Farmacéutico Activo), sin que haya hasta ahora confirmación de posibilidad de entrega.

Es necesario que todos sepan del genocidio promovido por el gobierno Bolsonaro. Más de 50 pedidos de impeachment del Presidente están encajonados en las oficinas del Congreso Nacional. Vivimos hoy en un país que no tiene Gobierno, ni política de Salud, sin suficientes vacunas, cilindros de oxígeno ni camas disponibles en los hospitales, tampoco tiene leyes favorables al lockdown y contrarias a las aglomeraciones. Es preciso que todos nos movilicemos para salvar al Brasil y a los brasileños.

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