Relato: El pan de cada día

La ‘niña Dinora’, como la conocen en el barrio, no le quedó otra alternativa que ir al mercado Sagrado Corazón, porque allí encuentra precios más cómodos para la preparación de su famosa sopa de patas, que vende los domingos, en la esquina del pasaje.

Por: Prof. Mario Juárez

Para este menester se hizo acompañar de su nieta Sofía, una cipota de doce años. Antes de salir, se acicalaron de lo lindo, pues tenían pensado, después de las compras, ir a solazarse un rato al parque San José, donde disfrutarían con esparcirles maicillo a las palomas, y de paso, beberían refresco de ensalada.

Ya en el bus, no cabían de contentas, pues casi nunca salían al centro de la ciudad. Ya casi llegando a Molsa, en el bulevar del Ejército, un acontecimiento inaudito les mató sus sonrisas. Un sujeto, de apariencia sospechosa, subió, y comenzó de este modo:

“Eh, buenas…, digo, buenos días… tengan ustedes que se conducen en esta unidad móvil. Bueno, la verdad es que me he subido aquí para pedirles una ayuda; no crean que vengo a quitarles sus cositas, que tanto les ha costado. Me dicen Caníbal. Hace poco salí de la cárcel, que por errores del destino… donde estuve muchos años…; saben… no tengo a nadie, y así como me ven, no he probado un bocado desde ayer. (…) ¡No me mire con desconfianza, señora! Pues sí, hoy vivo en la calle y no tengo a nadie, ni a un chucho que me ladre. (…) ¡Pero no me vean así! Nada más me ando rebuscando”.

Y conforme el bus avanzaba a paso lento, dijo que una vez tuvo familia; que su mamá lo abandonó por irse con otro hombre y se lo dejó en calidad de depósito a una hermana de ella, una tía que, lejos de prodigarle los sencillos alimentos y los precisos consejos que un niño necesita, lo maltrató de una forma tan cruel, que el muchacho tuvo que huir del hogar y encontró simpatía y aceptación en la calle; dijo, además, que de su papá tampoco sabía nada. Con gestos de grupos ilícitos explicaba que cometió errores y estos le llevaron a la cárcel; que tuvo oportunidades de convertirse en hombre de bien, pero algunas circunstancias se lo impidieron…

“Después supe que mi papá era un policía, pero él había declarado que, si me veía alguna vez, me iba a ‘zampar’ preso; así que mejor procuré que no me viera. Pero un día me armé de valor y lo busqué y le reclamé que por qué me había abandonado; él me dijo que no era mi padre y que no quería saber nada de mí. Mírenme, estos son los únicos recuerdos que me quedan –dijo, descubriéndose el pecho forrado de tatuajes-
Dijo que lo perdonaran por su vida loca; que no quería ‘clavarse’ con nadie, pero si la ocasión lo ameritaba… –exclamó, sacando un machete de hoja recortada.

Empezó a pedir un dólar por cabeza. Y con gran intrepidez los despojó de celulares, relojes, joyas, carteras, billeteras, gorras… Aquel semblante, antes piadoso y lastimero, se tornó agresivo, y blandía su arma, amenazante, con perfecta destreza, mientras la gente, sin protestar, le entregaba con urgencia sus cosas de escaso valor.

La Sofía era un manojo de nervios y creía desfallecer. La niña Dinora le daba golpecitos en la espalda para calmarla. Cuando el pillo llegó a donde estaban ellas, las miró de pies a cabeza, sonrió con ironía, y sin decir palabra, le arrebató la ‘pistera’ a la señora. Se bajaron en la avenida Independencia y pidieron jalón para Soyapango.

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