Por: Francisco Parada Walsh/
Ni en las peores y oscuras pesadillas imaginé vivir la tragedia que atraviesa la humanidad. Si ese contagio fuese de amor y solidaridad el planeta Tierra Roja sería un lugar hermoso, bellísimo; como un cuento de Charles Perrault, donde La Bella Durmiente a quien se le diagnostica infección por Corona virus, despierta después de ser atendida por el doctor del castillo quien le brinda primorosos cuidados y dándole vuelta al cuento es ella quien besa al médico.
Las grietas que nos separan fueran puentes y caminaríamos libremente; el dinero solamente serviría para comprar cosas y no conciencias. Lamentablemente el mundo cae a pedazos y nada podemos hacer, aquel muere de hambre y yo tengo la comida que necesita pero es mía y no la comparto; el pobre nunca supo que era tan pobre hasta darse cuenta que no tiene ni lo básico que no son víveres sino un presente, la fe y un nombre, es solo un número más; el rico nunca supo que era tan rico hasta ver que la miseria y tragedia ajena es el mejor negocio de su vida.
Recordamos que el personal de salud hace girar al mundo; que la gabacha blanca es más importante que unos zapatos de futbol; que la señora vecina no tiene que comer y debo compartir lo mío; nos damos cuenta que el peor virus es el miedo y el egoísmo; que todo puede esperar y la vida sigue; que decir te amo no es una frase cursi sino, un deber decirla; que al final todos somos iguales; que en vez de privarnos de dar la mano, estrechemos nuestros corazones; que la fe vence al miedo; que una partícula microscópica tiene hincado al mundo; que las guerras frías o calientes no llevan a nada; que el ego también muere; que nada es para siempre y que todo pasa; sin ser astrónomos vemos con misterio a una luna omni presente; ¡los ausentes hemos sido nosotros!; que el mejor viaje es hacia mi alma; que la comida de la abuela es mejor que la de un hotel cinco estrellas; ver una película en familia es reír, es llorar, es volver a ser felices; cuando abrimos un libro y cerramos los ojos viajamos a pueblos desconocidos y conocemos a los personajes, hombres y mujeres comunes que nos permiten entrar a sus vidas, que comparten sus secretos y en una forma lejana nos arrullan al dormir; escuchar tangos y cerrar los ojos cuando llora Gardel ; que es más importante amar a tu prójimo más que a tí mismo; que el verbo más sencillo y hermoso de conjugar es compartir; que solo exista un apellido en el mundo y ese sea solidaridad ; que en un santiamén somos esclavos de nuestros miedos; saber que en este mundo somos más los buenos que los malos; entender que ahora somos los prisioneros 2.0 y el reino animal respira libertad; darnos cuenta que no necesitamos lujos para vivir; que la fe es nuestra mejor arma contra el virus y el miedo; darnos cuenta que San Romero cuida de su pueblo; no olvidar que todo se queda y lo que tenemos debe servir a otros; que la realización del ser humano se encuentra en lo sencillo y efímero; nunca imaginamos ser tan frágiles y podemos ver cómo morimos en la mayor soledad; las fronteras se protegen de lo invisible y somos nosotros la mercancía; dejamos de vivir nuestra vida por vivir en un mundo voraz, egoísta y malo; volvemos a la tierra que nos vio nacer; queremos y debemos ser sinceros ante la inminente partida del amado; todos deseamos un mundo mejor pero mientras el yo sea el eje de este planeta poco habremos avanzado.
Llega el momento donde el amor debe ser el nuevo virus, necesitamos contraerlo todos, ricos y pobres, ateos y creyentes y que poco a poco se haga la mayor epidemia de amor; ¡todos a contagiarnos! todos a trasmitir el virus del amor; ¡Que todos se contagien! Y que por un momento el mundo deje de girar, el mundo merece un descanso y que gire al revés dejando en el olvido, los apegos, el odio, la codicia y empiece la cuenta regresiva para el nuevo orden mundial, un nuevo planeta: La Tierra Amada.
