La Rosa y la Calavera

Mientras quitaba la maleza del jardín, frente a mí se posó una Rosa blanca con leves brochazos rosados, decidí acercarme y conversar con ella, sobre todo quería darle las gracias por haberla conocido, sabedor que uno de los dos dejará este mundo y no dudo ni por un momento que será la ausencia de mi amiga Rosa mucho más sentida y notoria que la mía.

Por: Francisco Parada Walsh*

Me le acerqué tanto como pude, la tomé en mis manos y aspiré su delicioso aroma lo más profundo que mi alma permite; fueron segundos de tomarla con tanto cariño, tiempo suficiente para sentir las fragancias más hermosas, mi amiga Rosa no solo tiene un perfume, sino que varios.

Poco a poco entendí que cada olor pertenece a un ser amado, así es el ciclo de la vida y después del dolor que nos produce la muerte de algún cercano, muchos creíamos que están en el cielo, en esa maravilla donde brilla la luz eterna y no es así, el cielo de los míos es la tierra a la que he de volver y nuevamente a la tierra a la que me vio nacer y debo volver.

Pude olfatear ese efluvio llamada Madre ¡Qué aroma! No es ese aroma a vainilla que algunas rosas nos regalan sino que pude contemplar a mi Madre en esa Rosa y cada mañana visito a mi madre disfrazada de ese tan bello perfume; hoy, mientras la sostenía entre mis manos, lo hago con tanto amor y silencio que de a poco empecé a oler otros aromas, eran mis hermanitos Ricardito y Danielita.

Entendí que así como he usado a la naturaleza, debe ella germinar en mí y en este caso es mi sangre que disfrazada de clorofila me enfrenta, me permite poder abrazar a mi madre, a mis ángeles hermanos y la fragancia que me sacude es un olor a juventud, es la colonia juventud que atiborra mis sentidos y anula todo dolor, solo hay silencio, silencio.

Estoy feliz, no debo visitar frías tumbas ni iglesias hechas a mi medida, no, solo me basta salir a mi sicodélico jardín y tener frente a mí a mi amores; por eso tomo esa Rosa con todo el primor del mundo, con tanto cariño toco sus pétalos creyendo que son las mejillas de mi Madre, con los ojos cerrados  mientras una lágrima corre en la vaguada le doy las gracias a mi Amor Eterno, le digo que estoy más feliz que nunca, que me perdone por tardarme tanto, tantísimo tiempo en encontrarla.

Ella no tiene espinas, no, es una Rosa hermosa que mientras me habla, sus pétalos se mecen con la brisa y siempre me dice que está bien, que ni rece ni intente hacer algo por ellos, que en ese mundo o cielo donde habitan salen sobrando las oraciones, hay demasiado amor, demasiado.

Es otro día, en vez de ver a mi Rosa marchitarse, cada día está más bella; me acerco, repito ese sencillo acto de tomar a mi rosa con todo el amor del mundo, los olores me parecen desconocidos, de repente vienen olores más fuertes, parecen lejanos pero no lo son, son mis amigos Chamba, Jaime Javier, Irvin que ante las conversaciones entre las Rosas de mi jardín a lo lejos escucharon que hay una familia que se viste de rosa y sube a platicar con su hijo, con su hermano.

Quizá la curiosidad era enorme y fueron mis amigos que inmediatamente reconocieron a mi Rosa Madre (Todas las rosas Madres son Bellas); y ellos, decidieron venir a saludarme; a cada uno le tomo las mejillas, frente con frente, amor con amor nos rendimos ante un dios más cercano, más oloroso, más sencillo.

Siempre que salgo a mi caminata escucho alegres piropos, ayer fue el pino que le dijo al Roble: “Mira a nuestro amigo qué feliz se le ve, lástima que se haya tardado tanto en entender que todos regresamos a la tierra que nos vio nacer, en comprender que todos somos uno solo, que al fin de la historia, no somos nada y que el amor de una Madre está en el todo y en la nada”.

Madre, hermanos, amigos que se disfrazan de Rosas, siempre tomaré sus pétalos con todo el amor de mi vida, cada mañana los visitaré,  no quiero ni misas, rezos, coronas ni incienso, solo quiero amarlos, aquí, cerca de mí, poder amarlos con todas mis fuerzas y sabedor que un día seré clavel o rosa para dar apenas un poco de lo que la madre tierra me dio.

Mientras tomo de sus pétalos a la Rosa Madre y la miro a sus hermosísimos ojos y hojas, aparece una mariposa, es la rosa Madre que le sube una ceja, esa mariposa es mi padre, que vuele alto, eso de la luz eterna no me convence, que sólo vuele…

*Médico salvadoreño

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