El Hijo del Viento

Si en otra vida reencarno en un guerrero siux, quiero que mi nombre sea El Hijo del Viento.  Este mundo que habito, se caracteriza por hacer todo difícil, todo se soporta en la mentira, en el ego, en la indiferencia.

Por: Francisco Parada Walsh*

Quisiera ser un guerrero que galope más veloz que el viento y llegar donde mi ayuda sea necesitada, montar un lindo corcel blanco o negro azabache y de casa en casa ir a atender a un paciente, visitar a los pocos amigos y correr por montes y praderas;  esta vida a la que pertenezco no es lo que deseo, hay demasiada maldad, quizá creí en mi especie pero no, prefiero ser libre, vivir en esas silenciosas montañas y hablar con los árboles, con los peces y conmigo mismo; acá, apenas queda tiempo, debe ese mundo hostil girar de tal forma que todos estén de acuerdo, sino, esa persona deja de ser persona y es apenas un resabio de odio, de venganza.

Nuevamente atravesé un quebranto de salud, particularmente no me aflige la muerte, quizá sea algo incómodo pero no batallaré contra ella, porque nunca ganaré y en esos días de temperaturas, dolores del cuerpo y del alma y cansancio debo aprender algo nuevo y eso quizá sea entender que soy un Hijo del Viento, que, soy como la nada, invisible y lo poco que me llevaré de esta tierra roja, serán apenas unas cuantas muestras de cariño, y mucho de eso, es totalmente falso.

Nuevamente soy sacudido por amigos, por gente que decimos querernos y me dicen que no escriba bla, bla, bla, que mi país, que mi gente y que, nada cambio ni cambiaré con lo que escribo o hablo; no cambiaré a un mundo harto de maldad pero sí quiero cambiar mi entorno, con eso me basta ¿Cuál es mi entorno? Una vida sencilla donde los gatos y los perros son mis amigos, unos cachorros que vienen a visitarme todos los días y me hacen tan feliz cuando los veo rodar como gusanos, aca a los gusanos gordos les dicen orontocos, así les llamo y a veces uno se llama Omicrón y el otro Deltacrom; mis pacientes que, a pesar de tener una clínica tan sencilla me buscan, confían en mí, eso es suficiente para entender que, la magia de la vida es lo sencillo, lo quedito, lo sublime; la fanfarria es para otros, no, no entiendo eso del éxito como una meta a alcanzar, solo entiendo el dolor, la pobreza, el hambre y el olvido.

El Hijo del Viento, no quiero otro nombre, solo quiero ser libre, fugaz, efímero y sincero. Cada día que vivo me atormenta la maldad, y por eso, solo recuerdo a aquel delantero argentino Claudio Paul Caniggia que, con su cabello canche y largo volaba en las canchas, fulminaba al adversario y así quiero ser, volar, fulminar y marcharme.

Los hijos de la indiferencia, los perfumados que sigan su camino, no necesito de ellos, no, y debo agradecer tanto a mi madre que hizo de mí, a un hombre auto suficiente y cuando mi círculo de amigos se va cerrando, se van los que nunca debieron estar y quedan, los que merecen todo mi respeto. Hijo del Viento, Hijo del misterio, Hijo de la Nada; raro que deba llamar al Viento, padre; a la Nada, Madre; pero prefiero que nadie sepa de mi a que, en mi enfermiza cabeza exista un aura de protagonismo ¡Jamás! Ahora, los hijos del viento tenemos valores, quizá invisibles pero no busco ni transmitirlos sino cultivarlos, cuidarlos y el único afán de notoriedad que deseo es que cuando un gato recién nacido abra sus ojos, perciba que tiene frente a si, a un hermano, a un Hijo del Viento.

*Médico salvadoreño

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