Mis Últimos Deseos

Durante el ejercicio de mi profesión acá en la montaña, he atendido a un sin número de pacientes que adolecen de cáncer en su fase terminal, y sirva este artículo como mi testamento, que se respete lo que iré mencionando como si fueran mis últimas voluntades.

Por: Francisco Parada Walsh*

Tristemente el miedo a la muerte es inherente a la raza humana; recuerdo cuando era niño y mi padre decía que se iba a morir y empezaba aquel llanto, quizá había algo de sádico en mi tata pues hacer llorar a un niño no se vale cuando quizá lo normal sea hablar sobre la muerte como se habla sobre tantas cosas que no tienen mayor importancia; en ese peregrinaje de atender pacientes he visto situaciones inimaginables, hijos queriendo hacer hasta lo último por salvar a su padre o madre y también he visto las consecuencias de esos desaciertos.

Ejemplo: La familia de una paciente me busca para que los oriente sobre el cáncer que adolece la madre, hice todo lo que pude por ayudarlos, mi Amigo y Maestro Dr. Herbert Wilfredo Barillas no cobró en la atención médica y el ginecólogo oncólogo cobró apenas veinte dólares por ser una paciente que yo refería; el precio de la operación incluyendo honorarios médicos no pasaba de 2,700 dólares. Todo parecía normal, sentí profunda alegría al ver que había una oportunidad de que esta señora recibiera la atención requerida, sin embargo todo fue en vano, en vano; la familia decidió llevarla a otro país y allá falleció.

Luego, atiendo a un hombre con cáncer de hígado con metástasis a otros órganos, personas con muchísimo dinero, hablo de millones de dólares más cuando quise ponerle un potente analgésico se me dijo que no lo hiciera pues “su médico” decía que no lo permitieran, el paciente, apenas se reconocía, su pérdida de peso fue demasiada, apenas su flacuchenta cara amarillenta se dejaba ver; luego pensé en ponerle un suero, cosa que no lo hago ni por todo el oro del mundo, solo en casos de verdadera emergencia y nuevamente, se negó la familia a que se le colocara el suero endovenoso; mientras mi cabeza daba vueltas, en mis adentros me preguntaba ¿A qué putas he venido? Mientras, no entendía la razón de por qué estaba ahí, me mostraron un papel que decía: “Paciente desahuciado”. Entendí que, lo que deseaban no era que el paciente se curara, sino apenas alargarle la miserable vida por apenas unos días más.

Cobré veinte pesos por la gasolina gastada y la visita al hogar del paciente; sirvió esta experiencia para recapacitar sobre muchísimas cosas, me preguntaba ¿Para qué sirve el dinero? ¿Qué desearía en mi lecho de muerte? ¿Cuáles fueran mis últimos deseos antes de morir? En ese momento fueron solo tres, el primero era que me dieran un trago de mi guaro favorito, un fogonazo doble con cara de triple sin importar el dolor o si eso significara la muerte inmediata.

Qué alegre ha de ser saber que uno va a morir de verdad, ya se sabe que no se pasa de unas semanas y no esta incertidumbre que me persigue; la segunda voluntad sería  comer algo, sé que en tal condición ni una tortilla podría comer pero un consomé de lo que fuese, ya estaría listo, casi listo para ir preparando maletas y el último y pervertido deseo sería  ver a una mujer desnuda, por supuesto que a una bellísima mujer, pues morirme del susto de ver a un esperpento como yo está jodido sino a una bella dama y quizá siquiera acabar mis fuerzas en un simulacro del último polvorín no polvorón  de mi vida. En este momento esas eran mis últimas voluntades, poco a poco vinieron más a mi mente; mantengo las anteriores y no puedo olvidar a mis amigos, debo velar por el cuido de mis gatos y de mis perros y quizá buscarle algún corazón amoroso que me los cuide y si no es así, lo entendería; sino no hubiesen niños huérfanos en el mundo que deambulan de la seca a la meca íngrimos en la soledad.

Dejar un libro escrito no me preocupa, he escrito bastante y si con una frase cambié la vida de una persona es esa la mejor forma de pago pues si publicar el libro traería mi bienestar económico, fallé a la humanidad pues el ego venció a la compasión y a la solidaridad; he sembrado bellísimas plantas a lo largo de mi vida, más solo quisiera que mi sencillo ataúd fuese cubierto con las rosas de mi jardín, nada de lujosas flores ni arreglos carísimos y tener un hijo no es mi trip, no, demasiada maldad hay en el mundo para dejar a un hijo en manos de tantísimo hijo de puta que, no le importa su prójimo más que matar sueños y realidades; además ya hay muchísima gente, el mundo está sobrepoblado y no soy ni seré la solución a tal problema; y el único deseo es que en vez de un ataúd me zambutan en la rocola, aunque vaya todo doblado, eso no importa sino que sea mi rocola el ataúd y así poder escuchar en el infierno “A mi manera” y el guitarron de los Rolling Stones, el tropel del caballo blanco de José Alfredo Jiménez y cómo dejar esta tierra que será borrada de la faz de la galaxia en días y olvidar a Robert Plant y Jimmy Page cantando: “Stairway to Hell”.

Eso solo es la música, no es una invocación a Belcebú, no; necesito chicharrones de Amayo, sé que me esperan una diablas tan diablas con grandes tetotas y nalgototas que, entre chicharrón y tequila, sin duda pasaremos una eternidad lindísima, bailando hasta que el cansancio nos venza y cantaremos a viva voz: “Diablo con vestido, diablo con vestido, diablo con vestido azul” o “Mesa que más aplauda, mesa que más aplauda, le mando, le mando a la niña”.

Quiero un libro de Tomas Mann, uno de Carlos Fuentes, qué decir de Fedor y cualquier literatura, la que sea para leerles a las diablas mientras me dan un masaje diabólico y saber que el almuerzo serán “Camarones a la Diabla”  y para la cena “Lomo en salsa de champiñones del infiernillo” ¡Qué diablura!  Declaro como testigo que lo anteriormente escrito es la verdad, sirve de testigo la gata “Bandida” y por el lado perruno “La Comandante Colita” quienes dan fe de mis locuras terrenales.

*Médico salvadoreño

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