Juan Rulfo y los abismos de la condición humana

Un 7 de enero moría Juan Rulfo. Rulfo mostró una profunda comprensión del tiempo. Su constante invocación del pasado y los difuntos evidencia su interpretación del presente como una secuencia compleja, circular y poliédrica.

Sin memoria, la realidad estaría suspendida en el vacío. El presente no es solo el instante que se palpa y se siente, sino un fragmento de una trama infinita. Cada segundo está grávido de pasado y es la semilla del porvenir. Sin embargo, no hay porvenir para los personajes de Rulfo. Atrapados en una tierra árida y maltratada por la historia, su único destino es chapotear en el fango de la tristeza y la desolación.

Para los pueblos precolombinos, el tiempo era un círculo. Solo el ser humano experimentaba la ilusión de vivir una existencia lineal. Nietzsche intuyó que el mundo antiguo había descrito el tiempo con más fidelidad que la cultura occidental, que negó el eterno retorno de lo mismo. Rulfo comparte la perspectiva de Nietzsche, pero esa forma de concebir el devenir solo agrava el dolor de sus personajes.

Las injusticias sociales generadas por el latifundismo y el caudillismo han privado a las pobres gentes de Jalisco de experimentar el tiempo en toda su riqueza. Su memoria solo alberga penurias y humillaciones; su presente solo es dolor y frustración; y su futuro, una simple reiteración de lo anterior. Se puede decir que han sido despojados de todo, hasta del tiempo, que para ellos solo es una condena. “Es inútil excluir a la muerte de nuestras representaciones, palabras e ideas —escribe Octavio Paz— porque ella acabará por suprimirnos a todos y en primer término a los que viven ignorándola o fingiendo que la ignoran”. Publicado hace 70 años, El Llano en llamas constituye una profunda meditación sobre la muerte y no incurre en el desprecio por la vida.

Rulfo no es un pesimista existencial, sino un escritor desesperanzado en el plano político y social. No atisba el fin de las injusticias y sabe que las revoluciones no son fiestas épicas. Los desheredados de la tierra acumulan odio y resentimiento por las vejaciones sufridas. No sueñan con utopías, sino con incendiar haciendas y ahorcar a latifundistas y capataces. A pesar de su crudeza, el Llano no es simple desolación. En su paisaje hay una belleza elemental, un misterio sin un ápice de sensualidad, un extraño ascetismo que invita a la contemplación. Quizás la muerte nos suprima a todos, como apunta Paz, pero El Llano en llamas seguirá convocando lectores durante varios siglos.

Pocas obras han logrado mostrar con tanta exactitud lo que significa vivir en un mundo tan hermoso como terrible. El Llano de Rulfo no es un simple paisaje de México, sino una poderosa metáfora sobre los abismos de la condición humana y el obstinado deseo de hallar un poco de ternura en medio de la crueldad y el espanto.

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