Introducción a la psicología política

Toda sociedad propone modelos de identificación, pero, el hombre y la mujer son capaces de evolucionar al margen de dichas ofertas.

Por: José Guillermo Mártir Hidalgo*

Tal capacidad de rebeldía en el ser humano ha llevado a considerar a Jesús Arroyo Lasa, psicólogo y sacerdote jesuita de origen español, que la tarea de la psicología política es descodificar el engaño que encierra la comodidad ciudadana cuando, el bienestar social, se funda en la mera adaptación.

En “Introducción a la Psicología Política”, el autor considera que el proceso de codificación es la organización de datos de acontecimientos de nuestro entorno, para que los seres humanos se sirvan de ellos en su convivencia. Mientras que la descodificación, es el acto por el cual se devuelven a la conciencia elementos que han quedado desconocidos para el Yo. De ahí que el mensaje sea la comunicación que propone el emisor y la información la revelación entendida por el receptor.

En política, dirá, la información es una explicación interesada en relación a la estructura. Por tanto, el quehacer político, proporciona significaciones y genera actitudes. Una sociedad plasma en leyes las actividades que ayudan a conservar su herencia cultural y prohíbe las que se oponen a sus modelos culturales. El signo es un dato que se mueve desvelando y una señal, un dato desencadenante de conducta. Los signos, asevera, pueden ser reales por su objetividad respecto a los hechos o imaginarios por lo que significan arbitrariamente.

En política, los signos ayudan a la percepción política de los eventos y las señales derivan en estrategias políticas exigidas por los signos. El quehacer político requiere mayor cantidad de signos reales y menos signos imaginarios. La Ingenuidad política, la inmadurez a todo argumento, la absolutización del status quo y el fracaso en la búsqueda de fórmulas eficaces de acción, son modos que no dejan ver la realidad en forma objetiva.

Tema importante de la psicología política es el cambio. Esto se refiere a la modificación de pautas de comportamiento actuando sobre la historia. Cambiar el sentido del comportamiento político, supone cambiar la orientación del sistema de relaciones y significaciones habituales.

El ser humano es un animal político y para desarrollarse como tal pasa por un periodo de familiarización, por una etapa de socialización y por un periodo de politización. Arroyo afirma que, en el periodo de familiarización, la estructura familiar determina la conducta política del adulto. La primera autoridad, los padres, marcan las relaciones futuras del niño con los estamentos jerárquicos. La familiarización termina forjando la Identidad del Yo. Por otro lado, la etapa de socialización comienza cuando el niño comparte su vida con otros compañeros de su edad. Las instituciones oficiales buscan facilitar la pertenencia y el significado de los individuos dentro de la sociedad. La socialización termina forjando la identidad social.

El periodo de politización se inicia en la adolescencia. La conciencia ingenua es consecuencia de una adaptación acrítica, que priva a los individuos el acceso al contenido oculto de los acontecimientos del entorno. Se manifiesta como conciencia mágica, dando a cada acontecer un significado exagerado o bien como conciencia infantil, caracterizada por irresponsabilidad política debida a falta de desarrollo humano. Por el contrario, la protesta política se deriva de la toma de conciencia de las tensiones con el entorno.

Ésta puede ser una típica respuesta sin menoscabo del sistema o atípica, como amenaza a la continuidad del sistema. El proceso de formación de conciencia requiere interpelar la realidad, interpretar los hechos y sensibilidad para interiorizar datos y reelaborar fuerzas dinámicas. La evolución de la conciencia va de ingenua a política.

El origen de la conducta política se encuentra en lo que los padres heredan a sus hijos ya sea ruptura social, adaptación con contradicciones, imagen de vida que no coincide con lo que muestra la sociedad, o bien, patologías. Arroyo estudia algunas patologías que dictan la conducta política.

Una de ellas, la neurosis de posesión, resulta de los afectos por el acaparamiento de capital. El neurótico posesivo, ha aprendido a obtener gratificación de los sentimientos narcisistas.  El instinto de posesión, adquiere un significado político mediante la acumulación de bienes y acaba organizando la conciencia política.

Asimismo, el déspota desea una adaptación indiscriminada. Sus rasgos dominantes son la absolutización de la ley, montaje de un poderoso aparato policial y militar, represión brutal, omisión de la realidad e ilusión de omnipotencia. La disconformidad, la crítica y la resistencia dialéctica, tareas propias de una sociedad democrática, son transformadas en transgresiones a la Ley. Esto provoca que la comunidad se divida en servidores y adversarios. La conciencia duélica, por el enfrentamiento irreconciliable entre la ley y el deseo, utiliza la culpa, para lograr la sumisión de los transgresores de la Ley.

El degeneramiento del Duelo Político se traduce en personalidades paranoides o francamente paranoides. La Conciencia Paranoide es una degeneración de la conciencia política, la cual tiene una percepción alterada de la realidad objetiva. El político o dictador paranoide es mesiánico, utiliza un lenguaje con delirios de grandeza, tiene delirios de persecución, crea un enemigo y fabrica un culto a su personalidad donde sus seguidores propenden a su adulación. El dictador paranoide presenta una represión continúa caracterizada por purgas, expatriación, cárceles, torturas, etc. Y la máxima alteración de la conciencia política es aplastar vidas ajenas en nombre de una ideología.

Finalmente, Arroyo opina que la ética es una praxis y un compromiso que apunta a la hominización de todos, por lo que se debe potenciar el servicio del poder en una proyección humanitaria y transformadora de los débiles. En la actualidad, la conducta política se desarrolla con una ética relativista. En ella existe una pérdida de sensibilidad, al grado que el quehacer político ha resquebrajado el valor del hombre sustituyéndolo por intereses, por el afán de poder y protagonismo. Si la actividad política no recupera su dignidad y respeto por los derechos humanos, la destructividad se erigirá en el arma para dirimir las contradicciones.

*Filosófo salvadoreño

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