Continúa la impunidad

A 31 años de concluido el conflicto armado y 54 de cometido los crímenes por los que se juzga estos operadores irregulares.

Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*

Quienes vivimos el conflicto armado, recordamos con indignación, asco y repudio a aquellas infames estructuras paramilitares, que actuaron con completa impunidad, como respaldadas por la entera institucionalidad.

Aquellos eran los escuadrones de la muerte, organizados mayoritariamente entre elementos de las fuerzas de seguridad y militares, pero también por algunos rabiosos civiles, militantes de ultraderecha, y dirigidos por el fundador de arena, Roberto D’Aubuisson.

De los muchos que operaron abiertamente en el país, con los rostros descubiertos y conocidos de las comunidades en las que actuaron, ninguno a la fecha fue procesado, alentando con su impunidad la desmedida criminalidad que los emuló luego del conflicto armado. Así las perversas y retorcidas acciones de las pandillas, con sus crímenes violentos, impunes en su mayoría a pesar de lo que nos quieran hacer creer, pero sobre todo ejecutados con excesiva malicia, han sido siempre una reproducción de los cometidos por los escuadrones de la muerte, siempre con el propósito último de imponer mediante el terror su voluntad y dominio.

Entonces, los escuadrones operaron extrayendo en primera instancia a las víctimas mediante un secuestro público, cumpliendo con esta primera acción la condición sine qua non que, que desde Argentina, y luego desde fort Bragg y fort Benning, tanto los paracaidistas franceses como los comandos estadounidenses enseñaron a lo largo y ancho de Latinoamérica a los militares, aterrorizando a la población y aplicando aquella macabra lección: todos pueden, todos podemos ser víctimas de esto.

En un segundo momento la víctima era referida a los torturadores, quienes se ensañaron en largas sesiones en las que las más inhumanas prácticas se las aplicaba, quebrando su voluntad primero, extrayendo información en segunda instancia, y lo más importante para aquellos criminales: humillando y vejando a las víctimas.

Aquello era en especial aterrador en el caso de mujeres, sacerdotes y profesionales, para con quienes los torturadores se aplicaban a fondo.

Al final sus cuerpos desmembrados eran esparcidos por partes en diferentes rumbos de las ciudades de donde eran nativas las víctimas, dejando “regalos especiales” en las puertas de sus hogares como expresión de su humor macabro.

Todavía ahora y con paciencia, se pueden encontrar restos humanos en lugares como el Playón, la antigua GN, PN y PH.
Si notas la descripción es reconocible en el actuar de las pandillas, y puedes corroborarlo, en el informe de la Comisión de la Verdad de las NNUU, como el de Marlene Lagadec, por separado.

Y ahora, después de todos esos años, iniciándose el primer proceso judicial contra aquellas estructuras a 54 años de cometidos sus delitos, de nuevo la justicia los encubre, prolongando la agonía de sus sobrevivientes, como la impunidad de los criminales. No.

No podemos en este escenario aguardar justicia para las víctimas, sus sobrevivientes y nosotros, sus vecinos, amigos, compañeros y demás, porque quien pretende fingir hacer justicia es parte integral de aquellas estructuras, y solo pretende a través del circo montado, seguir con el juego.

Asegurar la impunidad.
Perpetuar la injusticia.
Garantizar su gobierno.

*Educador salvadoreño

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