María Reiche Neumann. La loca de la escoba que barría el desierto

Por DZ. Claudia Gómez.

Me aparecen de pronto personajes, se develan en forma de sueños, de susurros, de imágenes y de cosas que a mi paso pesco. A veces solo es un nombre o en este caso un relato al que no le encuentro autor, como un embrujo comienza mi curiosidad a ponerle imágenes, se abre un espacio, revisto de un cuerpo y le pongo cuerpo y voz.

“Querida madre: tú me escribes acerca de las grandes expectativas que te has cifrado y comparada con dichas expectativas soy un fracaso. El mundo tiene derecho a esperar más de mí. Pero tienes razón, uno debe primero encontrarse a sí mismo antes de pretender ser algo para el mundo. Es posible que viva algunos años en el anonimato, hasta que el destino me considere digna de asignarme la tarea que ha determinado para mí…”

¿Y tú la conociste, abuelo?

Sí, yo también la conocí cuando era chiquillo. Pero a diferencia de mis amigos, yo la saludaba, y cuando ellos la insultaban, yo me quedaba callado, porque a mí me parecía una buena persona.

¿Tus amigos la insultaban? ¿Qué le decían?

Le gritaban “gringa loca” cuando la veían pasar, porque así se refería la gente a ella: “ahí pasa la loca de la escoba”. En realidad, no la tratamos nada bien, porque para todos era solo una loca que barría el desierto, ya que la veíamos desde temprano con su escoba y su wincha barriendo y midiendo las arenas, haciendo dibujos incomprensibles y cálculos matemáticos que nadie entendía.

¿No vivía en el pueblo?

No, vivía alejada, entre las dunas. A nadie le interesaba lo que hacía, y pese a que nunca nos dijo nada, algunos chicos le teníamos miedo. Cuando la insultábamos, solo nos miraba en silencio como comprendiendo que solo éramos unos mocosos malcriados.

¿Y qué más pasó?

Que a los pocos años, gracias a la “gringa loca”, el mundo empezó a conocer las líneas de Nasca; ni nosotros sabíamos lo que teníamos a pocos metros. Y entonces llegaron otras personas del extranjero a tomar fotos, y a hacer estudios. Y de pronto el mundo comenzó a interesarse por nuestra región, el gobierno se preocupó más por nosotros, y llegó la luz, el agua y los turistas, y se hizo un comercio alrededor gracias al que muchos de nosotros ahora vivimos mejor que antes… todo gracias a lo que empezó la “gringa loca”.

¿Ya murió, no?

El abuelo abrió una caja y empezó a buscar entre cartas, fotos antiguas y amarillentos recortes de periódicos.

Sí. Cuando ya estaba mayor y enferma, tuvo que dejar el desierto para vivir en el Hotel de Turistas de Nasca, donde estuvo hasta que su salud empeoró. La llevaron a Lima, donde murió en 1998.

Guardé un recorte cuando el gobierno le otorgó la nacionalidad peruana. Lee fuerte lo que ella dijo de nosotros, -dijo el abuelo entregándole a su nieto un recorte de periódico avejentado por el tiempo y señalándole un párrafo.

Carlos leyó en voz alta.

“Yo quiero, con mi obra, ser un instrumento para eliminar las injusticias y para que los peruanos –que son gente de cualidades culturales, morales y físicas especiales– recuperen su propia estimación. Yo les digo: yo soy chola, porque me siento a veces más unida con los cholitos, y sobre todo ahora que tengo la nacionalidad peruana”.

¡Qué bonitas palabras!, -dijo Carlos sorprendido-, y si estuviera viva ahora, ¿le hablarías?

El abuelo no contestó. Pero las dos lágrimas que resbalaban por sus mejillas en agradecimiento a la loca que barría el desierto, eran sin duda una afirmación.

Para quien entra en la vorágine de construir un relato, se vuelve indispensable conocer un poco sobre la historia que nos cuentan, dejando siempre un halo de duda a cada cosa. No hay una ciencia histórica que reformule sus hipótesis con más frecuencia, que está cuando aparece algo nuevo y más antiguo.

Ubicadas a unos 400 kilómetros de Lima en Perú, visibles solo desde las alturas las líneas fueron desconocidas durante siglos. Pedro Cieza de León en 1547, vio señales de algunos extraños trazos en el desierto, veinte años después de este hallazgo, el corregidor Luis Monzón las definió como “carreteras”. A partir de entonces cayeron en el olvido hasta que en 1927 con el inicio de la aviación, se pudieron ver las enigmáticas formas, que parecían sacadas de una enfebrecida imaginación.

Muchas de ellas tienen formas humanas, otras de animales o plantas y otras de seres míticos. Podrían ser un libro astronómico de una caligrafía desconocida, creada desde el pasado para la eternidad.

La cultura Nasca logró sobrevivir en un área donde las sequías pueden durar años, pero estos transformaron un yermo territorio construyendo puquios, que son unos pozos profundos, desarrollando una intensa agricultura en los valles en uno de los lugares más áridos del mundo. Aunque cabe mencionar que vivían frente a un rico mar cuyos productos aprovechaban mediante la pesca y el marisqueo.

Los nazca ocuparon el territorio comprendido entre los ríos Chincha y Acarí, en la región de Ica, aunque se han encontrado elementos que permitirían suponer que llegaron hasta las cercanías de Arequipa, unos 500 kms. más al sur.

De oriente a poniente, se establecieron entre la cordillera, en lo que hoy es Ayacucho y el Océano Pacífico alrededor del 100 AC. desapareciendo de la zona alrededor del 700 DC. Existe un estudio del Instituto de Investigación Arqueológica de la Universidad de Cambridge, encabezado por David Beresford-Jones, que dice que su desaparición está asociada a la deforestación ocasionada por la tala indiscriminada del huarango, árbol clave en su ecosistema, tala que obedeció al deseo de ampliar las áreas de cultivo.

Esto, unido a la corriente del Niño que provocó grandes inundaciones en esos años, arrasó las tierras fértiles hacia el mar, los obligó a buscar otros territorios para los cultivos, lo que probablemente facilitó la dispersión de sus habitantes.

Arqueólogos, antropólogos, geólogos, ufólogos; estudiosos de todo el mundo han ido a estudiar el área que mide aproximada de 517 kilómetros cuadrados de desierto. Hay cientos de geoglifos, que cultivan nuevas teorías, modificando las anteriores, abriendo espacio a nuevas dudas.

La gran incógnita es descubrir cómo lograban con tanta precisión hacer los trazos desde el piso, pues tenían una perspectiva limitada.

A partir de 1932 los arqueólogos Julio Tello y Toribio Mejia, los dos peruanos, llegaron a la conclusión de que los trazos eran caminos como lo percibió Pedro Cieza, quinientos años antes. El estadounidense John Rowe propuso la teoría de que eran centros de adoración. El matemático Max Uhle los vio como un gigantesco calendario, mientras otros creen que son canales de regadío. Paul Kosok, los definió como calendario y mapa astronómico.

Unos norteamericanos en algún momento construyeron incluso un globo utilizando, según ellos, los elementos disponibles en la época nazca, para poder dirigir desde la altura un eventual diseño; el resultado fue que el globo solo se mantuvo por pocos minutos en el aire. La Universidad de Yamagata, que patrocinó un estudio en los 80, informó que los geoglifos encontrados, fueron creados entre el 100 A.C y 300 D.C.

Pero quien realmente dio vuelco a la historia fue Kosok al contratar a una ayudante para efectuar mediciones. Es aquí donde aparece Viktoria María Reiche Neumann maestra en matemáticas, física, filosofía y geometría, quien había nacido en Dresde Alemania el 15 de mayo de 1903.

La causalidad es una pulsión que arma el entramado de la historia, coloca las coordenadas para que sucedan las cosas y para mí lleva en sus entrañas, el latir de las posibilidades, donde se arman las cosas de una manera y no de otra. Se abre paso un hilo conductor que coloca como fichas de dominó un diagrama de flujo y así visto desde arriba comienza la danza de los eventos.

Maria llegó al Perú en 1932 para educar a los hijos del cónsul alemán en la ciudad de Cusco y desde el primer momento, la sedujo el paisaje de la cordillera peruana. Recorrió sus montañas y con una curiosidad insólita se empapó de las culturas milenarias, de ese entorno casi virgen.

Al no simpatizar con la ideología nazi, le pusieron fin a su contrato solo un año después, en lugar de los cuatro estipulados originalmente. Lo que la dejó sin trabajo, por lo que se vio obligada a viajar a Lima donde sobrevivió como maestra hasta que en 1936 retornó a Alemania. Un año después volvió a Perú, estableciéndose nuevamente en Lima, donde trabajó como profesora de gimnasia, alemán e inglés. Y así comenzó la travesía de una vida que nunca más abandonaría.

Conoció a la inglesa Amy Meredith, quien era dueña de un Tearoom, frecuentado por la intelectualidad limeña. Mientras le enseñaba alemán, creció una fuerte amistad entre ellas, quizá incluso fueron pareja, pero en la Lima santurrona de los años cincuenta, solo mencionar eso era pecado. Amy se convirtió en la primera mecenas de las expediciones de la alemana.

El vínculo entre ambas duró hasta la muerte de Amy, en 1960, víctima de cáncer dejándole todos sus bienes. Fue tanto lo que afectó a la investigadora el deceso de su amiga, que durante un tiempo abandonó todas las investigaciones y se recluyó en las montañas dedicándose a enseñar a los niños de esa zona.

Fue en el Tearoom de Amy, que tuvo el primer contacto con Julio Tello, para quien hizo algunas traducciones. Por intermedio de este arqueólogo peruano conoció a Paul Kosok, antropólogo norteamericano; el hombre que cambiaría su destino.

Traduciendo los trabajos de Kosok supo sobre las líneas de Nazca, entonces al ver su ferviente entusiasmo el estadounidense la convirtió en su ayudante. Viajó por primera vez a la zona en 1941 y al ver en terreno todo eso que había leído y visto solo en fotografías, al observar de cerca los enigmáticos surcos, la embelesó de tal manera que decidió dedicar su vida a su estudio.

En ese momento sintió que había encontrado lo que había buscado por años; darle un sentido a su vida, como se lo había hecho saber a su madre en una carta, un fragmento lo he puesto al inicio de este relato.

Junto a Kosok, decidió establecerse definitivamente en la zona. Trabajó con el norteamericano hasta 1949, cuando este regresó a su país. A partir de entonces, María quedó completamente sola.

¿Qué tuvo la cultura Nazca para seducir de tal manera a una mujer procedente del otro lado del mundo?

Tengo definida mi vida hasta el último minuto de mi existencia: será para Nazca. El tiempo será poco para estudiar la maravilla que encierran las pampas. Ahí moriré.

María Reiche no disponía de muchos recursos para llevar a cabo la misión que se autoimpuso y verla deambular por el desierto con una escala en un hombro, una escoba en la mano y un cesto en el que portaba una brújula, la huincha de medir, escuadras y otros elementos básicos utilizados en geometría. Mientras trabajaba, vestía ropas que más la hacían parecer mendiga que científica, su aspecto personal no le era importante por lo que se ganó el apodo “la bruja”, no solo era su aspecto si no lo que hacía por lo que los habitantes locales le temían.

Desde la escala observaba con una mejor perspectiva los trazos y con la escoba barría los surcos para que se destacarán las formas que se ocultaban bajo el polvo acumulado por siglos. Además, intentaba reponer los estropicios que causaban vehículos o personas que pasaban por sobre las líneas, dañándolas. Con la huincha medía las figuras, con las escuadras hacía las triangulaciones, componiendo los levantamientos y replicando en su libreta los dibujos que iba descubriendo.

Las líneas de Nazca se convirtieron en su obsesión y su conservación pasó a ser la razón de su existencia.

En 1948 publicó su primer libro: “Los dibujos gigantescos en el suelo de las pampas de Nazca y Palpa. Descripción y ensayo de interpretación”, editado por Editora Médica (Lima).

Poco a poco, este tesoro de alrededor de cincuenta kilómetros de largo, por quince de ancho, se fue haciendo conocido y eso representó que una avalancha de personas, motivadas por la curiosidad llegara al sector y comenzó a sacar rocas y reliquias que encontraban en los surcos y a circular por sobre los geoglifos.

Muchas veces María utilizó su escoba, único elemento a la mano, para espantarlos y así comenzó una lucha sin cuartel para salvar este irreemplazable patrimonio.

Preocupada por la suerte de sus hallazgos, decidió ocupar una casucha abandonada en medio del desierto para poder estar pendiente día y noche del lugar. Además necesitaba caminar menos para llegar a su lugar de trabajo. Carecía de agua, luz y baño, pero eso parecía no preocuparla.

A partir de las cinco de la madrugada, comenzaba su recorrido, tomando medidas, limpiando y efectuando anotaciones. Asi fue durante muchos años, su obsesión la distraía de su alimentación que era precaria y su vista, nunca buena, se fue dañando aún más con el sol.

Mientras ella media, calculaba y se enraizaba en el lugar, estudios desarrollados por algunas instituciones gubernamentales establecieron que los terrenos en los que se encuentraban los geoglifos tenían las condiciones para el cultivo del algodón. Esto llevó a las autoridades, en Lima, a evaluar un enorme proyecto de irrigación que hubiera hecho desaparecer para siempre este tesoro.

Con la energía que la caracterizaba y con sus cincuenta años a cuesta, María recorrió oficinas, publicó artículos en diversos diarios, buscó apoyo en instituciones, montó exposiciones de fotografías que tomó ella misma desde un helicóptero, pero como los trineos le impedían una buena visibilidad, se colgó para que las imágenes resultaran lo suficientemente claras. Pero al parecer todos sus esfuerzos caían en el vacío. Nadie mostraba interés por estos dibujos trazados en la tierra.

El proyecto contaba con el respaldo de la comunidad, la mayoría indígenas veian en el una la posibilidad de salir de la pobreza. María los hizo comprender que el desarrollo turístico de la zona podía darles tantas o más expectativas de trabajo que la agricultura. Al final y en vista de tanta insistencia, el alcalde de Nazca decidió congelar el proyecto, del que, al parecer, nunca más se volvió a hablar.

Con una salud muy menguada su hermana viajó a cuidarla. Pasaba muchos días sin poder levantarse, días que aprovechaba para revisar apuntes y escribir. Pese a todas las limitaciones que le imponía su salud, continuó con sus recorridos, muchas veces en silla de ruedas, tomando medidas y apuntes, aunque el fuerte del trabajo se lo llevaba Renate, un par de años después su hermana falleció dejándola completamente sola.

En 1993 a los noventa años de edad publicó su último libro: Contribuciones a la geometría y a la astronomía en el Perú antiguo. Este libro fue editado por la Asociación María Reiche para las Líneas de Nazca. Un año antes el gobierno le había concedido la nacionalidad peruana, un gran anhelo de María. Y al año siguiente de la publicación de ese libro, se concretó el otro anhelo de la ahora peruana María Reiche. Los geoglifos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Tengo definida mi vida hasta el último minuto de mi existencia. El tiempo será poco para estudiar la maravilla que encierran las pampas de Nazca, allí moriré”.

“¡Todo era por Nazca! Si cien vidas tuviera, las daría por Nazca. Y si mil sacrificios tuviera que hacer, los haría, si por Nazca fuera”.

“Yo quiero, con mi obra, ser un instrumento para eliminar las injusticias y para que los peruanos –que son gente de cualidades culturales, morales y físicas especiales– recuperen su propia estimación. Yo les digo: yo soy chola, porque me siento a veces más unida con los cholitos, y sobre todo ahora que tengo la nacionalidad peruana”.

Maria murió el 8 de junio de 1998 a los 95 años de edad, de un cáncer de ovario que puso fin a su vida. Había dedicado casi cincuenta años a preservar uno de los tesoros más grandes que las culturas preincaicas legaron a la humanidad.

Hoy en día, en el sector se han producido tomas ilegales de terrenos, se practica la minería informal, además del daño que causan los vehículos y las personas que circulan por el sector, que por lo extenso, resulta muy difícil de controlar.

El polvo se ha ido acumulando en los surcos que marcaban los dibujos, se hacen cada vez más difíciles de ver desde el cielo. El nombre de Maria se va diluyendo con ellos. De pronto me da la impresión que al toparme con su historia, se gesta la posibilidad de que al tejerla entre mis letras, se quede su nombre grabado, haciendo honra a su existencia, como lo he hecho con tantos más.

Seguramente los nazqueños extrañan la escoba de María Reiche y lo harán por un par de generaciones más.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195

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