¿A qué he venido?

Recientemente vino este título a mi vida, a mi mente. Quizá pocas veces me he cuestionado a qué vine a este mundo, todo es efímero, pasajero.

Por: Francisco Parada Walsh*

Viajo a mi infancia, fue apenas ayer, mi adolescencia es ahora, mi madurez es mañana, ese mañana cada día más esquivo, más misterioso, más difícil de agarrar.

No me gustó ver hacia atrás y quizá apreciar con cariño un camino lleno de desastres, de una u otra forma se tiene que llegar a la meta, sea ésta una vereda empinada o un camino tapizado de flores, el dar un paso a lo desconocido y cerrar los ojos y verme a mis cincuenta y ocho años en un espejo con un rostro surcado, una vejez dura de aceptar, sabedor que todo va quedando y que quizá ni en mi lecho de muerte pueda responder, me vuelvo a cuestionar ¿A qué he venido? No hay respuesta.

Quizá ese no sea el problema sino el sentimiento de fragilidad que me acompaña, esa melancolía por un pasado que fue mío pero nunca lo entendí, nadie me dijo que todo es breve, que debo vivir mi vida sin reparos, sin miedos e intentar ser libre.

Me sacude esa pregunta, me somete, me agarra del buche y me dice ¿A qué has venido? Y no encuentro cómo responder. No hay respuesta, todo es rápido, quizá vertiginoso; ese viaje al pasado es durísimo pues ahora entiendo que ese pasado era mío, totalmente mío y no lo supe, viví una vida prestada, algo como un traje que me aprieta o me queda flojo.

Así, no era yo el que se graduó de un colegio ni de una universidad, tampoco el que se casó, el que ahorró o se gastó lo poco que tenía, el que se tomó el vino equivocado que en vano limpia mis venas.

Me vuelvo a ver en el espejo de la vida y ahora que estoy más cerca de la señora muerte deseo con toda el alma querer disfrutar ese tiempo perdido pero no lo puedo hacer, mientras no me conteste ¿A qué he venido? Y nuevamente me respondo ¡Qué miseria de vida! Tengo un pie en una tumba y siquiera me doy una palmadita de un apoyo lastimero por apenas haberme podido cuestionar el porqué de mi vida, siquiera eso.

Entendí que el ego es lo que nos mueve en la ruta equivocada, que los pergaminos son apenas las patas y las manos del ego, que el dinero es solo una moneda de cambio, que caminar por  largos y bellísimos parajes con mi manada de perros es infinitas veces más hermoso y sincero que una reunión de compañeros, que una carcajada destroza la seriedad de una vida falsa, que sentir paz al momento de estar sometido es totalmente hermoso y placentero, que ver una montaña con un gato en mi regazo no tiene precio, que los te quiero que nunca dije, ahora me puyan las costillas, me dicen cuchicheando ¿Por qué evitaste el amor y te conformaste con la indiferencia? Si, esa indiferencia del tiempo que no perdona, que por más que quiera alargar la vida, solo es cuestión de tiempo, que si volviera a nacer preguntara más, reclamara más, amara más, callara más, soñaría más, tomaría más vino que malas decisiones, que oiría más música, que recogería más perros callejeros, que dormiría con más gatos, que escribiría más poesía, que dormiría más, que abrazaría a todos mis amores con la fuerza de una alma en pena, de un hombre miedoso que necesita que lo abracen más fuerte, que cocinaría a fuego lento mis sueños, que entendería que antes de ejercer la medicina debo practicar el amor a mi prójimo, que todo es tan efímero, demasiado efímero.

Que se debe llorar más, ser más débiles, más espléndidos y quizá solo así nos podamos responder ¿A qué he venido?

*Médico salvadoreño

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