Turistas de la vida

(Por: Francisco Parada Walsh)


De la vida somos todos. Llámese al lugar de destino Planeta Tierra Roja, Vía Láctea o un sencillo pueblo; todos somos turistas con visa que caduca en cualquier momento, gran diferencia con los documentos extendidos por las embajadas que tienen determinada fecha de caducidad, en el caso del “turista de la vida” en un arrebato se nos cancela la visa y volvemos al polvo.

Algunos turistas viajan en primerísima clase y algunos otros en calidad de bultos, allá, olvidados pero el destino es el mismo; pocos disfrutamos el presente pensando en ese futuro lejano, inseguro, huraño pero si por un momento nos detuviéramos y todo lo que nos rodea nos maravillara entenderíamos que vale la pena abrir el alma y los ojos, olfatear como sabuesos el olor a lavanda o a decadencia, tocar el corazón del otro, escuchar la música más bella como los alaridos más horrorosos; todo es parte del viaje y quien se niegue a aceptar ser un turista, la vida misma le dará sendas palizas.

A veces me levanto afligido, acongojado por que no hice tal o cual cosa, por querer correr a determinado lugar y ser el primero y de repente me detengo y pienso en lo afortunado que soy: Vivo donde quiero, como lo que quiero, tomo lo que quiero y muero como quiero y aún esto no está en el plan de viaje, es sencillamente un regalo de la vida, de ese Dios hermoso, juguetón, caprichoso, de ese Dios que me ha dejado más del tiempo que merezco en esta tierra.

Casi siempre en nuestra miserable sapiencia damos por hecho tantas cosas y en su mayoría son puras banalidades, quizá con los años he aprendido a valorar mi pobreza, a armarme poco a poco como un juguete lego para arrancar con otra vida y quizá soy y seré el ser humano más conformista del mundo, me conformo con jugar con los perros y recibir la visita de mis soberanos gatos, algún arrumaco y a seguir el camino, al final sé que de este mundo cuando el cónsul universal me caduque la visa de turista no tendré ni un segundo para llevar tanta materia ni podré pedir una prórroga para decir a los amados cuánto los amo, todo es tan vertiginoso y violento que nadie se prepara para el arrebato final.

Hubo unos días en mi vida que creía tener todo controlado, fue un 24 de diciembre que venía a celebrar la fiesta navideña con mi familia, estaba alquilando la casa que quería en la playa de mis sueños, no importaba vestir un elegante traje negro con rayas en los vapores del mar, no, había aire acondicionado donde pasaba, me subí a la nave espacial que yo creía merecer, hasta en el color era mía; le zampé las espuelas con rumbo a la capital del pecado y pasé por una gasolinera, fui al cajero no tan automático y pude ver que en pleno 24, mientras nacía Jesús el cajero vomitaba un papel que me confirmaba que yo era especial, que aun en esa época mi cuenta bancaria aumentaba; miraba como un espejismo la gasolinera, mi traje italiano, las personas caminar y pude ver a un turista de primera clase en mi persona, no olvido ese momento de locura, de soberbia y de pequeñez, ¿Cuánto duró esa fantasía?: No mucho, no mucho.

Recuerdo llegar a una agencia bancaria a retirar unos reales y mientras cambiaba de libreta cayeron en la nueva libreta cantidades de antaño e inmediatamente el gerente de la sucursal me apartó preguntándome cuándo haría nuevos depósitos a plazo, le seguí la corriente pero mi realidad eran 35 centavos que mantenía para no cerrar la cuenta.

Mi calidad de turista descendió y ahora asumo con relajamiento y quizá un poco de ostracismo la maravillosa vida que tengo y debo vivirla pues pase lo que pase es mi historia y sí deseo regresar esa visa universal hecha añicos no por los viajes realizados sino por la vida disfrutada y el vino tomado.

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