Relato: La Ministra y Yo

La conocí en el 2013, dama regia y elegante, su cabello largo y dorado, una mirada inquisidora y una sonrisa que me confundía, parecía coquetear, en ocasiones parecía molesta; todos los días estaba en el mismo lugar, ya ese encuentro que un día consideré fortuito, al azar o milagroso más parecía que se empezaba a formar alguna relación, había alegría, algún cariño entre nosotros.

Por Francisco Parada Walsh*

Era mi desesperación que llegara el nuevo día y ella, siempre elegante, sus piernas cruzadas cual Coco Chanel, a veces sin rasurarlas, quizá me respondía ¡Es una dama del área rural! a veces su cabello húmedo dejaba ver sus bellas facciones; quería hablarle pero no tenía valor, demasiada bella; hubo una noche que no dormí pensando en ella y tomé la decisión de que al amanecer iría a buscarla y que con cualquier pretexto, intentaría llamar su atención, iniciar una conversación; llegó el esperado día.

Ella me vio a lo lejos y su sonrisa me dio los buenos días, como un niño apenado, inseguro, caminé hacia ella, quien al contrario de lo que pensaba, pues me imaginaba a una dama que vería a un pobre gato en mi persona pero no, la noté feliz; cuando estuve frente a ella le pregunté si todos esos linditos perritos eran de ella, la dama asintió, eran seis lindos cachorros que parecían hipopótamos en miniaturas, gordos como Porcel, perdidos y ciegos como nuestro gobierno, cachorros que solo les interesaba que su madre no los abandonara; día a día nuestro amor crecía, todas las mañanas le compraba pan francés o salvadoreño y alimentaba a la bella dama.

Eso se convirtió en un rito de amor diario; ella, como sucede con los perros en el mundo, vivía bajo un destartalado chalet, era su hogar temporal y era yo el único que la alimentaba; siempre el humano espera que el otro resuelva sus problemas y ese problema era engordar a la pandilla de mini-hipopótamos, una vez logrado el objetivo, los hijos de la bella dama fueron desapareciendo, todos, todos.

Un día mientras salgo de mi cuarto, encuentro a la bella amiga que se reía conmigo, y se paraba en sus patas traseras, como un caballito feliz, fue claro que llegó a decirme: “Aquí vengo a quedarme para siempre, estaré contigo hasta mi muerte o la tuya, ese es el trato, ¿Lo aceptas buen humano?” No pude resistirme a sus encantos, su lealtad, la belleza de estar alerta por alguien que no merece tal cuido como es mi persona, presta a comer todo lo que se le ofreciera, mi amiga era una perra callejera que, sus costillas eran tan visibles como lo son las teclas de un piano; ante su encanto decidí llamarla “Ministra” y así, transcurría nuestras vidas, ella inmeditamente hizo amistad con Capitán, “Capulina”, “La niñita” y tantos más, todos habitantes de la cuadra; parece que la vida de mi Ministra siempre fue de hambre, de fríos, de miseria y aun bajo mi responsabilidad tuvo un altercado con un par de perros pitbul que en un segundo le despeluchó la oreja ¡No sabía cómo separar a un perro tan poderoso! Llegó el dueño, hombre violento y le dio un golpe en la mandíbula al perro atacante e inmediatamente la soltó; mi Ministra tenía su primera herida en esa lucha llamada vida de perros.

Iba hacia una tienda y ella jugaba despreocupadamente con Capitán, tuve un mal presentimiento pues iba a media calle y sucedió lo que tanto temía: Un pick up la atropella frente a mí, en su desesperación se recupera y busca un refugio, pero qué refugio buscó, las patas traseras de un caballo que al sentir a mi Ministra tan cerca la hace levantada con tan solo una patada; inmediatamente la levanté y me la llevé a mi cuarto, de su boca (No hocico) salía sangre y apenas la puse en el suelo orinó sangre; decidí amarrarla para que muriera cerca de mí, mientras la mediqué con lo que creí será lo mejor para ella; inmediatamente le compré los manjares más exquisitos, creo en el digno morir y pensé que ante su muerte inminente, que comiera tantos chorizos, salchichas, churros, nachos, crema, queso y cuanto quisiera; cuando vi que a pesar de su dificultad para masticar, mi enfermita ¡Se comía todo! Y bueno, mi bancarrota era evidente pero poco me importaba que ella, comiera lo que se le antojara, después de diez días de tenerla amarrada, pude ver que, mi bella Dama, mi Ministra estaba totalmente recuperada.

Todo marchaba en paz, mientras una mañana de un sábado de 2015, llega perdida, empuja la puerta del cuarto y cae, el casero, un psicópata total les había dado veneno a más de ocho perros; mientras miraba agonizar a mi Ministra, le di las gracias por todo, le expliqué que todo tenemos una misión y que ella ya la había cumplido, la acariciaba con cariño y pude ver su dificultad para respirar, e inmediatamente pensé: “Es el mismo broncoespasmo que sufro cuando tengo un episodio de asma”, fui lo más rápido a buscar una ampolla del esteroide que uso como es el Diprospan, el precio es alto pero no me importaba con tal de salvar la vida de mi compañera de vida, no dudé en inyectarle tal potente medicamento y a los veinte minutos se sentó, cruzó no las patas sino las piernas, me sorprendí y a los cuarenta minutos se levantó, se cayó, se volvió a levantar y tomó agua.

Aquí está frente a mí. Vive como reina, camina feliz por montes y parajes, come lo que se le antoja, duerme como lirón, ama como solo los animales pueden hacerlo y ante tal cariño que nos tenemos y al ver que casi son once perros los que viven o vienen a buscar el con qué, la nombré “La Ministra” no de salud ni de educación pues parte de ese nombramiento es que no hará nada pues no sabe nada como toda ministra, solo pelará su linda dentadura ¡Toda una Ministra! Ella pone en orden a la pandilla perruna. El pacto sigue mi Ministra, usted o yo, hasta que uno cruce el arcoíris seguiremos juntos por siempre.

*Médico salvadoreño

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: