La Cárcel

Por: Francisco Parada Walsh*

Era un viernes por la tarde cuando el mundo se vino abajo para Jorge, fue cuestión de segundos para que la vida diera vuelta, nunca se imaginó que su ropa elegante se vería manchada de sangre, no de un paciente, sino sangre de su alma. Mientras yacía en el piso, y con sus brazos esposados hacia atrás los agentes responsables de su captura vociferaban groserías, insultos degradantes, asumían que Jorge era un hombre de altísima peligrosidad. Le permitieron hacer unas llamadas telefónicas, asumió que tenía amigos en el gobierno de turno pero no, nadie le quiso contestar; entendió que no hay amigos cuando se está en problemas, no, todos prefirieron seguir con sus mantecosas vidas.

En un momento fue llevado a la bartolina de la delegación policial, habían 19 pandilleros de la Clica MS 13 y doce reos comunes; una vez que le abrieron la puerta de la bartolina fue rodeado por todos los pandilleros, al verlo con el rostro destrozado fue el jefe de la pandilla que lo envió a lavarse la cara; otro pandillero aprovechó para quitarle sus chancletas, le dieron unas sencillas chancletas de hule; muchos le preguntaban qué era, él les dijo que doctor, todos se sorprendieron y fue el jefe de la pandilla quien le dijo que dormiría junto a él, por supuesto que en el suelo hirviente; Jorge miraba la luz que se colaba a través de aquellas destartaladas láminas, no tenía ni idea la hora que era; en un momento más de confusión que de humildad fue que pensó que el único número telefónico al que debe uno llamar debe empezar con la letra “D”: Dios; empezaba a oscurecer cuando la familia de Jorge llevó varias pizzas, él, decidió no comer, todos parecían aves de rapiña devorando las dos pizzas,  sabía que era cosa de días para salir a diferencia de muchos de sus compañeros de celda, que les esperaba sendas condenas; la caja de cartón donde viene la pizza fue el colchón de lujo para  “Big Boy”, jefe de la pandilla, todos los demás reos dormían casi uno encima de otro, todos se deben dar vuelta al mismo tiempo, no hay espacio para siquiera estirar los brazos y menos el ego.

Hubo un episodio violento, Jorge solo oía los golpes, sabía que era en la cara que golpeaban a un reo de otra pandilla, prefirió cerrar los ojos pero no pudo cerrar los oídos. Entrada la noche “Big Boy” dijo en voz alta: ¿A quién nos vamos a coger? Todos guardaban un sepulcral silencio, no se bromea, Jorge no podía creer lo que se podía dar, pensó: “Aparte de verguiado y que me cojan, está jodido”, todo quedó en el miedo que reinó por esos minutos. La noche fue un verdadero infierno, nadie duerme por el hacinamiento y el calor, fue Jorge quien decidió ir a hacer sus necesidades fisiológicas y darse una baño con abundante agua fresca; antes de entrar al baño el recluso se debe quitar las chancletas y usar unas que se dejan ahí, a la entrada, luego se calzan las chancletas secas que se han dejado a la entrada del baño, nadie quiere que le mojen su “cama”; llegó la mañana, sábado; la hora de pasar lista a todos los reclusos, un agente policial dice el nombre de cada uno de los detenidos quienes deben permanecer en fila, unos dicen presente, otros solo levantan la mano.

No hay desayuno, no hay nada más que pensar en lo que se está viviendo, o mejor dicho, sufriendo. Llegó el momento para que Jorge fuera llevado a Medicina Legal, debían realizarle un reconocimiento médico debido a las lesiones en la cara y las huellas de las patadas que tenía en la espalda, por cosas del destino, el médico responsable de atenderlo le preguntó si era hijo de un doctor de apellido Parada, a lo que Jorge Francisco le dijo que sí, todo cambió; el trato fue muy respetuoso y se confirmó la fractura nasal más golpes en diferentes partes del cuerpo.

Nuevamente a la bartolina, era hora de almorzar, Jorge Francisco Parada no tenía qué comer, cerró los ojos para tratar de olvidar el hambre, mientras, pensaba en cómo era posible estar en ese lugar, haber caído tan bajo; de repente  sintió un golpe con una toalla, Jorge Francisco Parada Walsh pensó que ardería Troya, que venía la violencia tan inherente a estos grupos, pero no, al abrir los ojos pudo ver que el segundo al mando le estaba dando una tortilla con queso duro.

Ese sábado, “Big Boy” estaba en libertad, se bañó más de media hora, pocas personas ha conocido así; luego dijo que el jefe del grupo era ni más ni menos que yo, que debían obedecerme, con todo el tacto del mundo rechacé tan gran honor, me dejó su cama, la caja de las pizzas, eso es un lujo en una cárcel de El Salvador. La lección aprendida es que la solidaridad que existe en las pandillas es inimaginable ¡Cómo quisiera que esa solidaridad sea la que viviéramos día a día entre nosotros!  lamentablemente el pegamento que los une es la violencia; nosotros, un remedo de sociedad ni somos por cerca solidarios como son ellos y ejercemos la violencia de tantas formas, siempre jodiendo al más necesitado.

*Médico salvadoreño

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