El diálogo con los budistas y el viaje de Francisco a Birmania

En un país que sigue la corriente «theravada», la religión de Siddharta muestra uno de sus lados oscuros, lleno de intolerancia y predicación violenta. El Papa podría contribuir para que disminuyan las tensiones

Francisco visitó el “país de las pagodas”, y será la primera vez que un Papa visite Birmania. Irá para conocer a los “zetmans”, es decir los «pequeños evangelizadores», jóvenes que, con valentía y dedicación, han mantenido con vida la fe católica durante los más de 50 años que duró un régimen opresivo, que limitaba enormemente la libertad religiosa.

El Papa abrazará a los musulmanes rohinyá y a las demás minorías religiosas que sufren, pero, sobre todo, dejará una huella fundamental en el encuentro con el Consejo budista del Sangha, en un país en el que el 90% de la población sigue el budismo en su versión “theravada” («el pequeño vehículo»).

La que se está preparando para recibir al Pontífice es, efectivamente, una nación llena de pagodas y templos budistas de todas las épocas y tamaños (entre los más conocidos están la pagoda Shwedagon Yangún, con sus 91 metros de altura y completamente cubierta de oro), en la que la filosofía ascética de Siddharta Gautama permea la vida social y tiene un papel crucial en la cultura y en la mentalidad.

Entre 53 millones de habitantes, los monjes budistas son 500 mil y las monjas 75 mil, desperdigados en una red de más de 50 mil comunidades monásticas y escuelas que forman parte integral del sistema social, cultural y religioso. Cada birmano pasa un periodo de “noviciado” en uno de los monasterios, entre los 7 y los 20 años, momento orgullosamente marcado por la ceremonia del «Shinbyu», rito iniciático que recuerda la partida del príncipe Siddharta Gautama (el Buda histórico) de su palacio y que culmina con una marcha pública llena de colores. Esta experiencia vincula para siempre al ciudadano con la comunidad monástica, en una relación de doble filo.

No es casual que el «ejército de la compasión» de miles de monjes hubiera sido protagonista, en 2007, de la que pasó a la historia como la «revolución azafrán» que se oponía a la opresión de una junta militar que entonces reprimía las protestas y que algunos años más tarde dejó el poder a un gobierno civil, hasta que llegaron las elecciones democráticas de 2015.

El lado obscuro del budismo

En el budismo, según la corriente «theravada» (o «hynaiana») cada individuo es dueño del proprio destino espiritual, mientras que la corriente «mahayana» («del gran vehículo»), difundida principalmente en el norte de Asia, pretende «abarcar» a toda la humanidad y tiene un carácter marcadamente social. Y tal vez la inclinación netamente individualista del budismo birmano, indican algunos estudiosos, es la raíz de las desviaciones de algunos monjes que en la actualidad, sin tener en cuenta valores como la compasión, la paz y la sabiduría, difunden odio y animan a la violencia contra las minorías religiosas como los musulmanes rohinyá.

Así ha surgido el lado oscuro del budismo birmano, ese que la prensa internacional ha descrito, como la revista “Time”, que dedicó su portada al «Bin Laden budista», el monje Ashin Wirathu, que primero fundó un movimiento religioso abiertamente anti-islámico, el “969”, y después lo transformó en el movimiento “Ma Ba Tha” (“Asociación patriótica de Myanmar”) que ha prometido a nivel político un paquete de cuatro leyes para defender «la raza y la religión», con el objetivo de dañar principalmente a la minoría musulmana.

Los primeros indicios de esta intolerancia se registraron en 2012, cando diferentes aldeas en el estado birmano de Rakhine, habitado por los musulmanes rohinyá, fueron destruidos y sus habitantes (hombres, mujeres y niños) fueron masacrados por multitudes de budistas birmanos. El comienzo de una limpieza étnica que, alimentada por la propaganda feroz de los monjes de “Ma Ba Tha”, se convirtió, cinco años más tarde, en la mayor operación de desplazamiento forzado de una población (más de 600 mil rohinyá fueron obligados por el ejército birmano a trasladarse a Bangladesh) que vivía en el territorio desde hace más de tres siglos. Ahora todas estas personas viven en la absoluta negación de los derechos humanos esenciales.

Entonces, para Francisco serán cruciales precisamente las relaciones con los budistas. Y la Iglesia birmana es la que indicará la línea, como ya ha hecho al pedirle al Papa que sí, que demuestre cercanía a las minorías perseguidas, pero que no pronuncie el término “rohinyá”.

Una Iglesia joven

La de Myanmar es una Iglesia pequeña y joven. Allí, el anuncio del Evangelio llegó con los misioneros portugueses en el siglo XVI y solamente 200 años más tarde comenzó oficialmente la misión en Birmania, que después fue encomendada a congregaciones como la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París (MEP), el Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras (PIME). La fe católica arraigó gracias a la obra de los misioneros infatigables como los beatos Pablo Manna, Mario Vergara y Clemente Vismara. El primer obispo birmano fue u Win, ordenado en 1954 como auxiliar d Mandalay, y en 1955 fue instituida la jerarquía en dos provincias, Rangún y Mandalay.

En la actualidad las diócesis son 16 (tres de ellas son arquidiócesis) y hay 17obispos activos, además de 6 eméritos, todo sellos birmanos. Según los datos difundidos en diciembre de 2016 por la Conferencia Episcopal de Birmania, los católicos son 675 mil, hay 939 sacerdotes diocesanos y religiosos, 1398 religiosos (hombres y mujeres) y 2695 catequistas. Las diócesis son muy grandes, abarcan vastas zonas selváticas o montañosas, disponen de medios de transporte extremadamente pobres y prácticamente no cuentan con comunicaciones telefónicas o internet, a excepción de las zonas urbanas. En la mayor parte de las parroquias rurales, el sacerdote encargado se tarda de dos a cinco días para llegar a algunas de las aldeas.

Por ello nacieron los “zetamans”, jóvenes voluntarios que visitan las zonas alejadas y que representan un precioso apoyo pastoral para los sacerdotes y los religiosos. Se quedan en las aldeas, pasan tiempo con los niños «con un estilo de presencia lleno de amistad y amor», según nos informa el obispo Paul Hla. Si se les pide, «dan pormenores d la propia esperanza, relatando quiénes son y cómo cambió sus vidas el encuentro cn Cristo». «La gente considera que la Iglesia es un ente que promueve la verdad y la caridad: por ello somos apreciados por la población, incluso por los budistas», reveló el obispo, pues fácilmente reconocen en el don de sí y en el servicio desinteresado una semejanza con los propios valores de “meta” y “karuna” (gentileza y compasión), que los cristianos conjugan como ágape y misericordia.

Entonces, en el diálogo de vida los católicos y los budistas en Birmania se encuentran. Como subraya el reciente mensaje vaticano por el Vesakh-Hanamatsuri, la festividad que conmemora los principales hechos de la vida de Buda: «Estamos llamados a una empresa común: estudiar las causas de la violencia, ensñar a los fieles cómo combatir el mal en los propios corazones, liberar del mal tanto a las víctimas como a los que cometen la violencia». De la relación cristiano-budista depende el éxito de la visita de Francisco y los posibles beneficios para la Iglesia birmana y para la sociedad.

A pesar de esas fracciones exremistas que podrían incluso esperar a Francisco con manifestaciones de protesta, los budistas y los cristianos aprecian el tema elegido como motivo del viaje: la paz y la reconciliación, pues es fundamental y significativo para todos en el país. «La sociedad de Myanmar ha sufrido mucho en el pasado.

Ahora se registra una mayor apertura para la libertad y la esperanza en el país, a pesar de todos los desafíos que debe afrontar, incluida la delicada cuestión de los musulmanes rohinyá», indicó la joven católica Saya. Y, según Suchita, monje budista de Yangún, «la presencia del Papa infundirá buena voluntad en todos. La sociedad podrá encontrar la vía para una renovación».

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