Instituir lo Bueno
O lo malo. El párroco de la iglesia Cristo Redentor enseñó a la población de Tonacatepeque a dar la primicia de sus cosechas al comedor de ancianos y tantas actividades más que él instituyó en beneficio de la comunidad, y a pesar de mi negro y duro corazón quizá logró ablandarlo y en mi destartalada vida siquiera intento llevar algo de bueno donde se necesite, eso bueno puede ser pan dulce, guaro, carne asada, respeto, silencio, un poco de fe, quizá más esperanza que fe y más caridad que esperanza y empiezo a ver que el mundo del tú y yo se entienden, hay armonía, hay amor.
Por: Francisco Parada Walsh*
Sin embargo tenemos la opción tácita de instituir lo malo, ejemplo “mi presi” que pésimamente aconsejado o por capricho personal ha instituido el mal como que eso fuera el final de la vida cuando eso es, apenas el comienzo de una maldición.
Llenar de odio a un país odioso no tiene sentido, no es que seamos un país que haga cosas malas, somos nosotros, simples mortales los que llenos de odio desaparecemos a los jóvenes y viejos, si, a aquellos mayores que fueron masacrados y se les dio un tiro de desgracia en el asilo “Sara Zaldívar” ¡Verdad de Verdades! Poco a poco nos acostumbramos a lo malo y me cuestiono ¿Cómo nos vamos a acostumbrar a lo bueno si siempre hemos vivido en lo malo, en el odio, en la muerte? En apariencia la tuvo fácil este joven presidente azuzando a su barra brava a que, desayune, almuerce y cene odio y si hay algún espacito, será el postre, un café y un pan amargo, no es dulce; lo que ese fanático no entendió que, si se detiene a verse en un espejo, es a el mismo al que lastima, al que mata, al que despide; es fácil entender por qué no salimos de este atolladero si desde la máxima autoridad se instituyó el odio como una palabra más, como decir: “Dios, Unión, Libertad y Odio”; todos creemos que nuestras acciones no traerán las repercusiones debidas cuando cada palabra u obra debe regresar a quebrarnos la jeta, y esto apenas empieza.
Debe una sociedad instituir el bien o si no lo hará, será preferible no hacer nada aunque la inanidad es pecado mortal, pero hacer de una sociedad siempre atarantada un experimento donde nuestro violento pasado se endame con la insania solo puede traer dolor, luto, miseria y muerte.
Gracias al párroco Jaime Paredes que, cada día, en cada homilía instituyó el bien ¡Demasiado bien! ¿Qué raro es decir “Demasiado bien”? lo digo porque no estamos acostumbrados a la verdad, por dolorosa que sea, al respeto por un simple horario, a ser siempre “Don fulano”, a dejar mi carro donde me apunte la nariz sin importarme mi prójimo, a ver al paria pedir una cora a la salida de la iglesia cuando ese joven inválido es el noble y el paria soy yo; gracias a esa conversaciones con este sacerdote la brújula de mi vida tomó un rumbo, no sé si bueno, no sé si malo pero estoy en un lugar donde no cualquiera le entra; conocer esta realidad golpea y no hablo que soy especial por conocer en mi dolor el dolor del otro ¡Nada que ver! Soy profundamente afortunado, demasiado afortunado para estar en un paraíso donde los ángeles comen güisquiles chuponeados de almuerzo, un brócoli crudo es el almuerzo de un niño porque no hay leña, no hay futuro.
Creo que en mis adentros instituyó el bien, y gracias a colegas cachimbones que no se cansan de ayudar a este viejo hacen que la rueda de la caridad camine, me hace tan feliz que alguien venga a pasar consulta y que, toda la familia se lleve una bolsada de medicina, realmente no me importa si regresan algún día; no, es ese sentimiento que hemos perdido porque el mal carcome y le va ganando terreno al bien y debo en mi mayor sencillez tratar, tratar de instituir el bien en mi vida para con mi prójimo y mis amigos perrunos y gatunos y debo agregar, a las amigas rosas, los galantes claveles, les debo instituir el bien con solo regarlos con agua y cariño, quizá algunas palabras de aliento, de agradecimiento, de amor.
Debemos ser una sociedad donde no esperemos a que un joven presidente con ese insípido estribillo “Los mismos de siempre” engañó a un pueblo engañado, porque “Los mismos de siempre” matan, desaparecen, trafican droga, roban dinero pero sobre todo, roban los sueños de mis amigos, de estos niños que viven en ese limbo, entre Honduras de dolor y un El Salvador que no salva a nadie.
No la tienen fácil, solo pido a dios o al diablo que cada latido de mi corazón y de mi alma, solo sea, solo sea tan solo para instituir el bien. Sino es así, mejor morir. Y no de amor, despacio y en silencio…
*Médico salvadoreña
