Foto sin pátina

Así como una pátina va desvaneciendo lenta pero constante los rasgos en la fotografía, así en la mente se van borrando los detalles de las personas, de los acontecimientos, de los lugares, mismos que un día estuvieron frescos en la memoria y que, con el inexorable curso de los años, se van descascarando, arrugando, borrando. De ese modo se van transformando los conglomerados humanos que fueron y ahora son de otra forma.

Por: Toño Nerio

Es natural que sea de esa manera. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, decían Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, hablando del carácter revolucionario de la burguesía; la que con su intervención fue borrando paulatinamente, hasta disolver por completo, lo que al momento de su irrupción en la historia parecía ser un régimen granítico. En el curso de tres siglos la burguesía se impuso y acabó con el poder del ancient regime. Con su desarrollo y persistiendo en el tiempo –como la pátina en un retrato- la burguesía fue negando el sistema que en un momento dado había sido la negación del anterior. No es que el anterior desapareciera súbitamente o que la burguesía apareciera también de repente como caída del cielo; se fue esparciendo, como el agua derramada sobre un manto de sal, hasta inundarlo todo. Tal es la dialéctica de las sociedades humanas. Hay cambios, siempre –“nada es eterno, solo el cambio”, decía Heráclito de Éfeso-, y el curso de la historia pareciera que se conduce indefectible en un sentido lineal y unidireccional: hacia el futuro.

Es más, ciertas cosas cambian a veces de forma tan radical y tan velozmente, que cuando volvemos a pasar por un lugar ya no queda huella de lo que fue; eso ocurre al menos en las ciudades más grandes, donde la vida transcurre de forma vertiginosa y los cambios ocurren ante nuestros ojos, literalmente. Y a eso le llamamos progreso.

Al penetrar en el conocimiento más profundo de todos los componentes de la naturaleza; en los resortes que impulsan en determinados sentidos a la sociedad entera; en los resortes que mueven a los individuos haciéndoles creer que son suyos los pensamientos que inundan sus mentes, es decir, al tener el poder para diseñar no solo la naturaleza exterior, o los modelos de sociedad, sino incluso el alma, se propone ese rumbo como el camino que toda la humanidad debe recorrer para alcanzar esa quimera llamada felicidad.

Toda la civilización, imbuida por esa creencia en la idea de progreso, esa confianza ciega en el futuro, esa fe inmarcesible en la ciencia, esa indiscutible esperanza en que la tecnología va a solucionar cualquier dificultad, es la civilización preñada de esa mortífera religiosidad, contradictoria y absurda, siendo que es laica y seglar.

Pero las anteriores afirmaciones son ciertas solo en las culturas construidas con los materiales ideológicos del mundo que hoy denominamos “occidental”. En este mismo instante, caminando en una senda paralela, al lado nuestro, coexisten otros mundos, con sus propias culturas, que no ven el tiempo de la misma manera que nosotros los “occidentales”.

En esas civilizaciones, el tiempo no “va”, es circular, y siempre regresa al punto de partida. Se saben co-dependientes del mundo natural y gestionan colectivamente los asuntos de sus sociedades. Se les llama sociedades primitivas, atrasadas. Y, sí, son diferentes; están en otro mundo. Saben cuándo es abundante la pesca, cuando la caza es más rentable y cuando la salida para la recolección de bayas, raíces y materiales para la reparación de los cobertizos es conveniente.

Ambos mundos están ahí afuera de nuestra ventana. Son contradictorios. Uno de ellos se precipita hacia su autodestrucción; el otro ha estado ahí desde que el ser humano se distanció de sus primos primates. Por cierto, si se me pregunta, yo le apostaría a la sobrevivencia de que va a ser el primitivo el que quede sobre sus plantas cuando el otro perezca.

No obstante, contra toda lógica, hay sociedades en el mundo “occidental” que no parecen pertenecer a ninguno de los dos tipos. A pesar de haber hecho todo lo que se requiere para insertarse en la corriente dominante a nivel global; a pesar de haber sometido toda la población a los experimentos sociales que les imponen desde las metrópolis (demográficos, educativos, económicos, hasta religiosos, por mencionar solo algunos), a pesar de todo el país no avanza ni en un sentido ni en el otro. Los paradigmas cambian y El Salvador –como sociedad- no camina en ningún sentido.

Hoy solo quedan algunos rescoldos dispersos que ya no crepitan y se van enfriando sin remedio. Los hablantes de las lenguas originarias son unos pocos ancianos que viven en los caseríos de mayores carencias. Los “indigenistas” no pasan de ser unos cuantos snobs que inútilmente tratan de aprender algunas palabras sueltas que reunidas con la gramática castiza sirven de frases para bautizar sus oenegés o grupos musicales, sin el sustrato de la cultura y la civilización que le dio vida al idioma nahuat o kakawira.

Aniquilados por el terror anticomunista, en el altar de las ideas de progreso y en nombre del futuro luminoso, con la ciencia moderna en una mano -a modo de libro sagrado- y el fusil en la otra, los pueblos ancestrales fueron borrados hasta de la mente de quienes portan en su piel, en la forma de los ojos, en su pelo y en lunar azul de sus rabadillas, las señales de unos genes tercos que se niegan a desaparecer. Hoy se llaman  Kevin y Marc o Shakira y Meybel.

En ese inhóspito solar yermo, desértico y estéril, no ha podido prosperar y crecer una sola flor que confirme la superioridad del modelo o los modelos impuestos. Los mejor preparados, más audaces, más valientes, han tenido que huir a lugares más propicios, más benignos. Entre los millones que han huido y sobrevivido, algunos han alcanzado sus metas, los millones apenas la van pasando. A veces, algún arroz entre los frijoles. El que tuvo la suerte de contar con la habitación de Virginia Wolf. Pero, ese detalle extraordinario suele suceder entre los privilegiados y, aun entre ellos, bien dispersos entre las diez décadas de cada siglo.

Cuando parece que El Salvador va a echar a andar, se esfuerza y asciende, la piedra vuelve a rodar hasta la planicie como en un reto para probar la tenacidad de Sísifo.

Roque, nuestro preclaro profeta comunista y mártir de la revolución, nos decía en su doloroso poema Ya te aviso “Patria idéntica a vos misma, pasan los años y no rejuvenecés / deberían dar premios de resistencia por ser salvadoreño…” y luego nos prometía: “habrá que meterte en la cama a pan de dinamita y agua / lavativas de coctel molotov cada quince minutos” y a renglón seguido nos exigía “y luego nos iremos a la guerra de verdad todos juntos…”

Pero la viejísima fotografía continua impertérrita, sin cambios. La oligarquía lozana y sana. El pueblo macilento, con ese aire de zombie, andando hacia donde lo empuja el que domina sus cadenas.

“Mamá que parás los pelos”, terminaba dramático su poema el poeta asesinado por sus propios camaradas.

La sonrisa de dientes perfectos de la niña de los bucles hasta los hombros -brillantes y tiesos a punta de vaselina-, la del vestido de tafetán azul pálido de la modista exclusiva, y de los negros botines brillantes de tres botones a cada lado, con la punta de su sombrilla clavada en la espalda del indio amarrado tirado a sus pies, sigue brillando en los dientes de la fiera actual llamada bukele.

Ya no hay cadenas ni bolas de hierro que hagan desistir al prisionero de sus sueños vanos de libertad. El mismo secuestrado ha comprado –o robado- su propio teléfono celular para adormecerse en un mundo de fantasía que no quita el hambre pero mantiene alta la adrenalina para odiar al que quiere despertarle. A la hora que sea, de día o de noche, con tormenta que arranca las láminas oxidadas de la casucha, o con el agobiante calor que no se alivia porque el agua no cae desde hace meses. Con fiebre o diarrea que se cura sola o se muere el enfermo, pero con videos que entretienen el ocio obligado por el desempleo. Así está hoy El Salvador. Sin cambios, ¡otranvex!, como dicen mis paisanos: Más del 84% aprueba a la tiranía.

Es el retrato de Dorian Grey al revés. Se pudre el original mientras se conserva intacta la foto sin pátina. Dolor que duele en el alma, Patria Querida. Todos, sabios y analfabetas se burlan del adolorido y le escupen encima sus babas apestosas.

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