Mi niño y la Medicina Amarga

Vaya mi niño lindo, dice el doctor que solo faltan dos años de que debe tomar la medicina y usted será el muñeco más bello del mundo, que no deje de dársela y que el otro mes lo quiere pesar para ver cómo engorda mi osito precioso; es el niño que empieza a llorar, la madre, acostumbrada a tal despavoridos alaridos le dice: No llore mi niño, yo sé que no le gusta la medicina, abra la trompita y tomeche un buen trago para que sea como los Power Rangers.

Por: Francisco Parada Walsh*

El niño, en vez de callarse, decide elevar los decibeles de sus gritos y apenas se le entiende cuando dice “Muy amarga esta babochada”; la madre, acostumbrada a tales pataletas, parece no inmutarse y queriendo convencer a su hijo que se tome la medicina le dice que si se la toma, lo llevará a tomar sorbete de chocolate; el pequeño parece gustarle la idea y poco a poco va disminuyendo el volumen de su llanto, es la madre quien sirve la amarga pócima en una jeringa de 20 mililitros y le dice: Vaya mi chelo, abla la tlompita; toma la jeringa y simulando ser un avión empieza a querer convencer a su pequeño a que abra la boca; “mire el avioncito, ñaña ñaña, mire cómo  vuela, ya va a llegar, vaya, tomeche la medichina” y el niño abre la boca, es la madre quien le zangolotea la gran cantidad de medicina, apenas termina de dar el jeringazo y que el niño pone una cara entre repugnancia, asco, ganas de vomitar la medicina y quizá por la oferta de que irá a tomar sorbete es que, al final se traga la medicina.

Es el niño quien le pregunta a su madre cuántos años más debe estar tomando la tan famosa medicina amarga y la madre, piensa en decirle una mentira piadosa y se le ocurre responderle que solo faltan dos años más; el niño (Con cara de “No chingues”) solo pela los ojos, sabe que ese amargo ritual va para largo y que, solo desea que el tiempo pase rápido, que todo acabe; pero la madre que conoce muy bien a su hijo y al ver esa cara que demuestra más confusión que asombro le dice: “Dijo el doctor que se tiene que portar bien, tiene que hacer las tareas y dormirse temprano para que se cure, porque si no se toma la medicina, van a ser cinco años más de tratamiento”; el niño se rasca la cabeza, solo se imagina siete años más de estar tomando ese menjurje más amargo que la misma quina.

Llega el día de la cita con el médico, la madre busca las mejores prendas, quizá queriendo impresionar al novel doctor, el escote deja poco a la imaginación y después de engominar el cabello del niño, lavarle los dientes y decirle: “Pórtese bien con el doctor, no vaya a ser un escándalo que al venir ya sabe lo que le toca si empieza a llorar”; el niño le dice a la madre que se portará bien y que después lo lleve a comer pizza; la madre luce nerviosa, no se sabe si porque verá al doctor o por la pena a que su hijo le arme un escándalo como la última consulta; llegan media hora antes de la cita acordada, la elegante madre lee una revista Cosmopolitan y el niño  luce embrutecido jugando con el táctil de su mamá; llego el turno; la secretaria les dice que pasen, que el doctor los espera; ella saluda con un coqueto beso al médico quien parece no inmutarse, el niño no puede ocultar su miedo; después del saludo es el doctor quien le dice a Salvador: “Vaya, vamos a pesar a este caballero”, es Salvador que se sube a la báscula y el doctor no puede ocultar su asombro o  desconcierto y le dice a la madre del paciente: “Usted quizá no le da la medicina como se lo indiqué, su niño en vez de ganar peso cada vez pierde más; realmente no sé qué hacer, lo único que queda es aumentarle la dosis, yo sé que la medicina es amarga pero no hay  más que darle en vez de veinte mililitros, se le darán cien mililitros por dos años más, y dependiendo cómo evolucione o le doy el alta o le aumento la dosis por siete años más. Salvador se desmaya, palidece ante lo que le depara el futuro, siete años más de medicina amarga.

*Médico salvadoreño

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