Diversidad, equidad e inclusión

Una triada larvada durante décadas de una revolución inequívocamente cultural pero que se alza también en relación con cambios de naturaleza económica y social. Tres términos cuyas iniciales (DEI) constituyen un glosario de actuación política, fuera primero a favor o, como sucede ahora, en contra.

Por: Manuel Alcántara Sáez*

Durante medio siglo han sido los ejes de iniciativas destinadas a combatir el racismo sistémico en Estados Unidos a raíz de las movilizaciones registradas en las décadas de 1950 y siguiente que terminaron en distintos programas bajo el calificativo de “acciones afirmativas”. Sin embargo, y en consonancia con el profundo cambio de valores registrados desde el comienzo de siglo, hoy viven un momento de profunda zozobra. En ese país se han presentado proyectos de ley en 21 estados tendentes a desmantelar esos programas antisegregacionistas. Hasta inicios de 2024 nueve estados han aprobado ya leyes de ese tipo, mientras que solo Washington y Nuevo México han pasado proyectos de ley desde 2022 que exigen que las instituciones de educación superior ofrezcan capacitación en DEI o antirracismo.

Son tiempos complejos, cualquiera dirá que como siempre, pero hay tres factores que no admiten cuestionamiento alguno: la humanidad ha alcanzado, y seguirá haciéndolo por lo menos durante el próximo cuarto de siglo, su número más alto de población, el porcentaje de esta que vive en ciudades ha alcanzado la cota más alta de la historia y las tecnologías digitales se han expandido como nunca de manera exponencial en términos temporales y físicos. El escenario impone una aproximación a las cosas en términos probabilísticos, como no podría ser de otra manera, en los que por su propia naturaleza la inteligencia artificial se encuentra en su salsa. Todo lo contrario de lo que han venido siendo hasta la fecha las principales fuentes de actuación humana. Mientras que los resultados del modelo de la inteligencia artificial son probabilísticos la verdad no lo es.

Buena parte de la humanidad vive en una especie de consumismo ermitaño bajo el que la triada se agazapa. Atrapada en el circuito que define la vivienda, el centro multiusos, que une lo comercial con el ocio, y el trabajo, subsiste bajo un ritmo de acción que apenas se interrumpe. Quizá el cansancio cuando no la soledad sean las notas dominantes. Miles de edificios de perfil similar, aunque respetando cierta diferencia en el estilo, cobijan a la gente en las millonarias, en población, ciudades del orbe. La cada vez mayor diversidad se camufla en las celdas donde moran los individuos. La equidad siempre pendiente se distrae tras la aparente pantalla de igualitarismo que dicta la supuesta pertenencia a una clase media aparentemente mayoritaria. La inclusión, finalmente, queda supuestamente garantizada por el auto convencimiento del papel que juega la condición de propietarios inmobiliarios de una mayoría no despreciable, aunque esta sea a cuenta de una hipoteca a veinte años vista.

Como cada tarde está sentado en su mesa favorita situada en una esquina del recinto que tiene unas vistas particularmente bellas hacia el oeste de la ciudad. Debe terminar solo un par de informes así que podrá detenerse de vez en cuando según la puesta de sol vaya avanzando. Hoy la cafetería está casi vacía por lo que la distracción que le suponen las caras y las actitudes de la clientela será mínima. A pesar del tiempo que lleva en la ciudad no deja de sorprenderle la variedad de tipos humanos proyectada no solo en su vestimenta sino sobre todo en el color de su piel. Asimismo la gama de edades de la parroquia habitual es enorme y las diferencias sexuales están marcadas por la práctica paridad. Quizá solo suele haber un denominador común: la mayoría de las mesas normalmente las ocupan personas solas. Únicamente un par de parejas de estudiantes suelen romper ese escenario. El local es un autoservicio atendido por una mujer de edad avanzada y un hombre más joven. Durante las tres horas que pasa allí solo abre la boca para decir buenas tardes, ordenar el servicio y dar las gracias.

Trabaja para una entidad financiera y su tarea consiste en supervisar los procesos de selección que se llevan a cabo a la hora de otorgar hipotecas y otros tipos de créditos a la clientela. El servicio correspondiente cuenta con una aplicación que criba las peticiones y gradúa el riesgo de cada solicitante en función de una serie de criterios que atendiendo a la diversidad de la demanda afinen bien el perfil de la persona que finalmente será beneficiada o no. El algoritmo ha probado ser bastante eficaz, pero ateniendo a ciertas quejas hace tiempo que el banco resolvió que habría una supervisión personalizada por parte de alguien de la institución.

Como hoy ha terminado pronto se ha entretenido en hacer una pequeña y simple estadística con los expedientes abordados a lo largo de lo que lleva de año. Ha puesto en relación, de manera agregada, los casos pedidos con los resueltos positivamente y constata algo que una vez intuyó, pero que hasta entonces no lo había validado empíricamente. Las personas mayores de sesenta años y las mujeres son claramente los dos grupos que obtienen créditos en una proporción tres veces menor de lo que estadísticamente les hubiera correspondido. El expediente no recoge un apartado para documentar el color de la piel de quien firma la solicitud y él no tiene modo alguno de conocerlo. Esa circunstancia le genera cierto alivio por cuanto que la política de diversidad, equidad e inclusión de su empresa en ese apartado no se ve defraudada.

*Politólogo español, catedrático en la Universidad de Salamanca.

 

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