La montaña y el psicoanálisis

Verano en la montaña y en el inconsciente

Por: Oscar Ranzani

La estación  del año habilita a pensar en esa geografía.  En su libro «Montañismo y psicoanálisis», Leibson cuenta su experiencia como viajero, pero no como turista.  «Uno no sabe a dónde va a llegar exactamente y mucho menos sabe con qué se va a encontrar durante el camino. La montaña tiene mucho de eso y el análisis también», dice.

El verano invita a una disyuntiva para los que pueden irse de vacaciones: ¿Mar o montaña? La Argentina y su geografía permiten este dilema propio de una tierra rica, a pesar de los gobiernos que la hacen pobre. Pero está claro que el turista de montaña no es lo mismo que un viajero. Este último se vale del esfuerzo, a pesar de que disfrute, salvo en situaciones límites que le hacen caer la ficha de que es un puntito frente a la inmensidad. Pero el montañista es como un taxista en la ciudad: conoce el camino, sabe de los atajos y está acostumbrado a lidiar con lo imprevisible. Pero, a veces, se pierde. El montañista es también, a veces, como un pioloto de tormenta que tiene que capear el temporal. Pero, ¿qué tienen que ver el montañismo con el psicoanálisis? Mucho. Para conocerlo en detalle conviene leer el notable libro Montañismo y psicoanálisis: atrapar la huella antes que se desvanezca (Editorial Las Furias), del psicoanalista y viajero Leonardo Leibson, quien traza exhaustivamente a lo largo de 120 páginas cómo vive su experiencia como analizante y como trepador de montañas. El libro no es sólo para quienes aman esa actividad física, se lo puede leer como el espacio donde Leibson vuelca su propia experiencia, tejiendo una madeja de relaciones entre las dos vocaciones que requieren dosis similares de disciplina. Tampoco es un manual de supervivencia para quienes se quieran adentrar en la materia.

Además de ser uno de los analistas más respetados, Leibson es médico (UBA), especialista en Psiquiatría (APSA), docente de grado y posgrado e Investigador en la Facultad de Psicología, UBA. Es miembro del Foro Analítico del Río de la Plata y de la Escuela de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano. También es docente del Colegio Clínico del Río de la Plata, y docente y Supervisor de Servicios Hospitalarios de Salud Mental (Argerich, Álvarez, Borda, Moyano, Esteves, etc.). Y director médico de “el hostal, casa de medio camino». Leibson es autor de La Máquina Imperfecta. Ensayos sobre el Cuerpo en Psicoanálisis, Los cuerpos freudianos y sus estados gozantes y coautor de Maldecir la Psicosis y La perfecta desnudez. Conversaciones desde Alejandra Pizarnik, entre otras publicaciones.

–¿Por qué es importante para la lectura de este libro la diferencia entre el viajero y el turista?

–El turista es alguien que antes de salir de su casa sabe todo lo que va a ver y todo lo que va a pasar. Lo único que tiene que hacer es ir y sacar las fotos y volver y mostrar las fotos. Pero no se mete realmente en lo que está viendo. Dice «estuve acá, allá», hace toda la lista y hace una especie de crónica. En cambio, el viajero es el que se mete en el lugar, el que se mete tanto con la gente como con el paisaje. Y además se encuentra con el lugar, se encuentra no solo con lo que se esperaba (hay algo que se espera siempre) sino también con lo que no se esperaba ya sean obstáculos o maravillas, sorpresas, descubrimientos. Y sobre todo, el viajero puede encontrarse con algo propio, distinto, y descubrir algo distinto de uno.

–Aclara que no es un profesional de la montaña. ¿Por eso el cruce entre montañismo y psicoanálisis lo hace más de un lugar vivencial y no tan técnico?

–Sí, por supuesto. Hay gente que se dedica a esto y hace montaña y alta montaña. Yo soy un aficionado del tema, me gusta mucho, hice algunas cosas, anduve, pero de ahí a ser un entendido, profesional, no. Es como alguien que le gusta leer libros y por ahí cada tanto escribe algo, y alguien que es escritor, que se dedica a eso. Para mí ha tenido y tiene mucho valor la cosa del recorrido, del descubrimiento, de encontrarme con cosas que, de otro modo, no me hubiera encontrado, de poner el cuerpo de una manera que en la vida cotidiana ni soñando. El cuerpo y no solo el cuerpo, de ponerse uno ahí en estas cosas donde hay que pasar, hay que atravesar una situación, el cansancio. Es descubrir de uno en distintas situaciones. En el libro señalo el interés del obstáculo. Es algo que me parece que en estas épocas está un poco devaluado. Más bien es cómo sortear los obstáculos, cómo evitarlos o cómo atravesarlos lo más rápido posible y se pierde la dimensión de la riqueza del obstáculo.

–¿Qué tienen en común tienen estos dos tipos de viajes?

–Para mí han tenido mucho en común. En el libro cuento más mi experiencia como analizante que como analista, en tanto la experiencia como analizante es lo que permite sostener un lugar de analista. Cuando uno termina un análisis algo de esa posición se renueva y vuelve en cada pregunta que uno se hace. Me parece que es ponerse en una situación no habitual. Por eso también digo que no es solo la montaña. La montaña es para mí y para otros, pero hay gente que hace buceo, hay gente que sale a navegar, hay gente que baila o que hace teatro. Pero tiene que ver con ponerse uno en cuerpo y alma –por decirlo así– en situaciones donde uno se va a encontrar con obstáculos inéditos. Y donde no hay, además, una guía predeterminada de cómo habitar los obstáculos o cómo resolverlos. Hay algo que tiene que ver con la práctica y algo que tiene que ver con el ir una y otra vez. Hay algo que tiene que ver con empezar una y otra vez, con que nadie te lo va a enseñar, con que lo tenés que descubrir vos. Por supuesto que se da en muchísimas disciplinas, no digo que sea exclusivo de la montaña. Pero a mí la montaña me enseñó eso y romper con ciertas imágenes de mí mismo, romper con ciertas ideas de lo que yo iba a poder o no iba a poder, verme en situaciones donde dije «no puedo creer que esté haciendo esto». Y encontrándome conmigo con cosas que decía «no puede ser, yo no puedo ser esto». Pero resulta que sí, que es mejor enterarse más temprano que tarde.

–En un viaje por la montaña y en un análisis, el sujeto se transforma, no totalmente, pero hay un cambio. Se puede decir que no está como en el punto de partida.

–Exactamente. Uno no vuelve igual que como se fue. Y eso realmente me ha pasado, sobre todo si es de estar un par de días en lugares nuevos o en lugares ya recorridos. Hay algo que se mueve adentro de uno cuando vuelve y, entonces, ya no es exactamente el mismo. Tampoco es que sea otro desaforadamente, pero hay algo que se corrió de lugar, como que se abrió un lugar. O que algo se perdió. A veces, los cambios más interesantes no son tanto por lo que uno gana sino por lo que uno no puede dejar de, ya sea dejar de hacer, dejar tirado por ahí o soltarlo, dejarlo caer. Y el análisis es un cambio que propone y permite algo de eso.

–Señala que aunque se vaya a campo traviesa, en la montaña siempre hay un camino. ¿En el análisis también es así?

–Sí, en dos sentidos diría. Hay un método. Y método es una palabra que etimológicamente tiene que ver con la posibilidad de un camino, de un trayecto, lo cual no quiere decir que uno sepa a dónde va o a dónde lleva ese camino. Uno sabe que hay un lugar por donde echarse a andar y que más o menos puede llegar en cierta dirección. Uno no sabe a dónde va a llegar exactamente y mucho menos sabe con qué se va a encontrar durante el camino. La montaña tiene mucho de eso y el análisis también. Es nuevamente la cosa de la sorpresa, lo inesperado, lo insólito. Y nadie te puede decir qué te va a pasar a vos con eso. Te puede decir «vas a estar acá, allá, vas a pasar por esto, tenés que evadir un río, subir tantos metros», pero nadie te puede decir lo que a vos te va a pasar con eso cuando estés efectivamente en el lugar. Y eso no se puede hacer hasta que se hace. Ahí hay un valor de meterse en el juego que para mí es inigualable.

–¿Tiene que ver con la contingencia?

–Sí, eso yo lo descubrí después, no en el momento. Tiene que ver justamente con lo que se puede prever y, además, no sólo con lo que no podés prever por la complejidad de la cosa sino con que es radicalmente impredecible e imprevisible. Hay cosas que uno puede prever más o menos y calcular y manejar como un juego de ajedrez, pero hay cosas que no. Además, la gracia está en eso, en que pasan ese tipo de contingencias. Tiene que ver algo con el escribir. Yo no he escrito mucho, pero gente que escribe novelas empieza con una idea y, algunos tienen todo un plan. Y después el relato o los personajes los van llevando. Lo que vas produciendo, eso mismo te va llevando. Y ahí me parece que hay algo extraordinario, algo que uno dice «esto es mío, lo estoy pensando yo, lo estoy haciendo, es mi cuerpo y soy yo que estoy caminando acá». Sin embargo, hay algo que está en eso y, de alguna manera, más allá de eso. Y te lleva y ahí lo distinto, lo más vital porque, en definitiva, la vida es diferencia, desorden también.

–¿Siempre se vive como una primera vez un viaje a la montaña?

–Para mí, idealmente debería ser así y a mí, por lo menos, me pasa. Supongo que gente que lo hace como un trabajo, por ahí lo tiene más rutinizado, pero cada vez es una primera vez y con todos los preparativos. Por más que uno conozca, sepa y vaya adquiriendo condicionamientos, incluso, eso es como analizarse o como recibir a un paciente. Hay algo de inaugural en cada vez, hay algo de festejo, de expectativa, de inquietud, incluso aunque uno vaya a un lugar que ya fue, que ya lo conoce. Fui siete veces al refugio del Tronador y cada vez fue distinta y me acuerdo de cada vez: con quién iba, o cómo estaba el clima ese día o el equipo que llevaba o con qué me encontré en tal lugar. Montones de cosas que hacen que ese mismo camino no sea el mismo.

–Si bien señala que no hay técnicas para ir a la montaña, lo que es verdad también es que se necesita de un cierto entrenamiento. ¿Qué es entrenar para un analista?

–Yo hago la comparación con el músico. Entrenar para un analista es fundamentalmente analizarse, hacer la experiencia del inconsciente que es entregarse a un análisis. Y no solo para resolver un problema sino para viajar, para ver qué hay ahí. También es estudiar, leer, es una práctica de lectura. No solo estudiar en el sentido escolar del término sino lo que es meterse con un texto, encontrar en el texto dónde uno se traba, se detiene, dónde el texto te complica la vida, dónde el texto te sorprende. Es también escuchar a colegas o a otros que están más o menos en la misma la cosa comunitaria que tiene en algún sentido, aunque no sea exactamente una comunidad, pero la cosa de estar con otros que hacen más o menos lo mismo, y discutir, debatir y compartir y preguntarse juntos. A veces, se da y, a veces, no. Y la práctica del entrenamiento es la vida misma, en un punto. Pero todo eso es un entrenamiento. En el momento en que estás ahí no estás entrenando. En el momento en que uno está con un paciente, por ejemplo, no está entrenando. Ahí estás ejerciendo, sosteniendo un camino. Y ahí no sirve ni lo que pensaste ni lo que pasó en tu análisis ni lo que leíste. Pero sin todo eso, no podés estar en ese lugar. Esa es un poco la idea. Por eso digo que es como el músico, que estudia ocho horas por día, pero en el momento en que se sube al escenario a dar el concierto tiene que tocar, no se va a poner a hacer el ejercicio o no se va a parar en medio de la obra a ver cómo mejora tal pasaje. Ahí toca y la música lo lleva.

–¿Leer las marcas que las personas dejan en la montaña es un trabajo similar a la lectura de las marcas de un sujeto que hace un analista?

–Yo creo que sí, porque son indicios. A veces, pasa que el camino está bien marcado y hace una senda, es clarísimo, lo ves a un kilómetro a distancia. Y, a veces, no. A veces, hay varios caminos y tenés que ver el que realmente es humano, porque hay caminos que hacen los animales, hay caminos que hace el agua, el viento. Entonces, tenés que ver cuál es el camino que hicieron otros que anduvieron por ahí. Algo interesante es que la gente es generosa y deja marcas para que el que viene atrás no se pierda. Eso es algo muy interesante que se da en la montaña. No son solo los profesionales. O caminos que son históricos de cientos de años, sobre todo en el Norte, caminos que los pobladores siguen desde hace milenios. Y eso ocurre porque alguien o varios se ocupan de dejar esas marcas. En el caso de un analizante, más que encontrar las marcas del otro es cómo permitirle a alguien que vaya reconociendo sus propias marcas y descubriendo por ahí otras que no son las habituales y que van apareciendo a medida que alguien va a hablando, va contando, se va metiendo y se va dejando tomar por lo que le pasa. Ahí se va haciendo otro camino porque el psicoanálisis tiene que ver con que podés encontrar un camino distinto. Además, en general, suele ser mejor, más piola que el que uno viene llevando. Y realmente existe la posibilidad de que haya un camino donde no pase siempre por el mismo lugar.

–¿Y tanto en el caso del montañista como en el del analizante se trata de que hay que llegar a un punto de viraje?

–Se llega a un punto de viraje. No hay camino que no tenga viraje, no hay un camino infinitamente rectilíneo y uniforme. Sea que quieras llegar a una cumbre, sea que quieras atravesar una parte o que te eches a andar para «ver qué hay ahí, del otro lado de la montaña», en algún momento tenés que pegar alguna vuelta porque no se puede andar infinitamente o indefinidamente siempre en la misma dirección. Hay algo que te dice «hasta acá». O hay un abismo, un filo, un borde, una pared o algo que te dice «por acá no, tenés que buscarle la vuelta por otro lado». En ese sentido, decía antes lo del obstáculo. Es el obstáculo el que permite que haya un viraje. No es un capricho.

–Algo muy interesante cuando se atraviesa la montaña, según usted señala, es que el cuerpo tiene memoria. ¿Cómo se daría eso en un análisis?

–Hay que meterse en algo muy teórico, en el sentido de que cada quien va a encontrando y se tiene que encontrar su cuerpo y sus vidas de satisfacción, para decirlo en términos más freudianos. Eso les toca a todos. Desde que nacemos el cuerpo se va construyendo porque una idea del psicoanálisis es que se nace con un organismo, pero no se nace con un cuerpo, en el sentido más vivencial y más subjetivo del término. El cuerpo se va construyendo. Y se va construyendo de manera absolutamente singular. No hay dos cuerpos iguales. No hay dos cuerpos que gocen igual, que disfruten igual, que sientan igual. Incluso, cada cuerpo para cada cual no siente siempre igual. De hecho, no le pasa lo mismo a uno cada vez. No es que cada vez que uno va a hacer el amor ya sabe cómo hacerlo y todo lo que tiene que hacer. A veces, ocurre; a veces, no ocurre. Por eso, las técnicas eróticas funcionan, pero no ciento por ciento. Y el análisis va habilitando otros recorridos. Aunque en el análisis se hable, lo notable es que eso que se va hablando, que se va diciendo, que se va descubriendo abre otras posibilidades u otros horizontes del cuerpo. El cuerpo se va encontrando de otras maneras. Si un análisis no toca algo del cuerpo, en algún sentido, en algún punto, no ha habido un análisis. El análisis no es una práctica intelectual ni educativa. El análisis es una experiencia del inconsciente y también del cuerpo en el sentido del cuerpo erógeno, como Freud lo llamó, del cuerpo tomado por algo en relación a los modos de satisfacción, que pueden ser muy diversos y no necesariamente ligados a lo placentero. Hay muchos modos de satisfacción que de placenteros no tienen nada, pero eso no impide que no sean modos de satisfacción. Justamente, quien consulta, en general, tiene que ver con eso: hay modos de satisfacción que son demasiado penosos, demasiado insoportables, demasiado dolorosos o demasiado escasos. Y el análisis va permitiendo que se abran otros caminos.

Fuente: Página 12

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