La siempre incómoda voz de los sin voz

En los pasados meses, viajeros y turistas que visitan nuestro país han tropezado con un hecho aparentemente inocuo al arribar a nuestra terminal aérea: cambió su nombre; se llama ahora Aeropuerto Internacional de El Salvador, a secas.

Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*

Como dije, parece inocuo.

Sin embargo, ese simple cambio supone anular los principios y valores detrás de su anterior nombre: “Aeropuerto Internacional de El Salvador, Monseñor Oscar Arnulfo Romero”.

Y es que como sabemos, el Vate no era solamente alguien con el título de Monseñor que ejerció su tarea pastoral y ya, alguien que por comodidad se redujera a apenas cumplir sus obligaciones eclesiásticas y nada más; no. Fue ejemplo de vida, cuya labor trasciende a través del tiempo por su vigencia y los sacrificios que realizara.

Y por supuesto su nombre no cabe al lado de quienes procuran utilizarlo, como si pudieran, en su favor.

No podrán porque su sola mención implica asumir la causa de los desheredados, de aquellos invisibilizados cuya voz no será jamás escuchada porque no tienen nada que decir, porque es irrelevante lo que tengan que decir.

Aquellos cuya existencia se reduce a lo utilitario, pues ni ellos mismos saben de su existencia, y transitan por el diario vivir sin apenas conciencia de que también caminan, de que también avanzan, de que aportan.

Aquellos cuyo pasado es irrelevante para ellos mismos, pero la fragua de la historia los recoge porque constituyen el motor de la máquina misma de la historia.

De esos, de esos que se repudian a sí mismos entregándose al servicio de sus propios verdugos, lamen sus botas y se abandonan a sus pesares, de esos es la voz.

Porque sus señalamientos no son un eco vacío en la memoria, sino vigentes como lo fueran hace las décadas transcurridas de su martirio impune, que el actual régimen refrenda replicando en esos de abajo, los mismos crímenes que aplicaron los militares a los que enfrentara Monseñor Romero, con su voz queda y el peso de hierro que siempre implicó su autoridad moral.

De ahí que su nombre es retirado, pero en silencio, sin aspavientos, sin que la mayoría se entere, no porque las mayorías, aquellos a los que se consagró en defender, lo recuerden, pues lo han olvidado, entregándose a nuevas y ligeras formas de alabar a lo que denominan Dios, abrazando el autoritarismo, el olvido, incluso la injusticia.

Más bien porque quienes cuentan, si lo recuerdan y sobre todo recuerdan su credo de entrega, de abandono por la causa de los desheredados, de los que caminan sin andar, pero avanzan. Aún sin saberlo.

A estos que cuentan, a estos el régimen teme, pues la memoria sigue pesando como un martillo, y puede derribar los castillos que erigieron para separarse de los desheredados, para conservar su riqueza mal habida.

Porque la voz de Monseñor Romero, nunca será una voz vacía, y si historia que recuerda lo que pasó, lo pendiente, la justicia social, es lo que el régimen, que los regímenes autoritarios como el que padecemos, temen.

*Educador salvadoreño

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