La amistad del desierto que nunca deja de florecer

Un 12 de diciembre de 1982, en el preciso momento en que suena la cohetería recibiendo el día de la Virgen de Guadalupe, en el primer minuto del día 12 de diciembre; estoy entrando a México arrastrando tristeza y sufrimiento por el genocidio que estaba cometiendo el sistema con sus ricos y militares en contra del pueblo Maya y ladinos dignos.

Edwin Felipe Aldana Aguirre*

Los cohetes y las bombas me asustaron y pregunté a un señor que estaba cerca: ¿Qué es eso? Y me dijo ya es el día de nuestra señora.  Y una señora gritó más lejos: ¡Viva la Virgen de Guadalupe!

A duras penas evadí el cerco militar y paramilitar y llegué a una tierra desconocida, a una tierra que no era mi tierra y que me vio llorar a mares, sintiéndome solo, triste y asustado.  Estaba en Chiapas y debía llegar a un lugar lejano llamado Tehuantepec y presentarme con el Obispo Arturo Lona… Un obispo que realmente amaba a Cristo y a la gente.  Dejé mi tierra forzadamente porque decían que era comunista, terrorista y enemigo de la patria, la cual sigue oprimida y como propiedad de la misma mafia, sólo que ahora “gobernada” por sus hijos.

Con el apoyo del obispo Lona, llegué a la Casa Misión de las Hermanas Carmelitas buscando a la hermana Lilian Ocampo, ya que ella y su comunidad eran solidarias con el pueblo pobre de Guatemala. Allí me cambiaron el seudónimo por el nombre de un Santo mejicano: Felipe de Jesús, sin saber que mi nombre de verdad era Felipe. Días después viajé el Distrito Federal y se decidió que volviera a Pinotepa Nacional para realizar mis tareas por Guatemala; aunque, a decir verdad, era consciente del riesgo que corría y que corrían quienes estuvieran cerca de mí.  El ejército me buscaba y los gringos ayudaban en eso…

Lo que realmente quiero contar, y lo anterior sólo es necesario contarlo por ubicación estricta; es que mi vuelta a Pinotepa Nacional, Oaxaca, fue algo maravilloso y visto retrospectivamente, es la promesa cumplida del evangelio. Allí me recibió la hermana Lilián, La madre Angelina, doctora de los indígenas mixtecos que buscaban ayuda en la clínica de las hermanas; una mujer de 85 años que siempre vi con una sonrisa en sus labios y su servicio amoroso a los demás. Ella al igual que hermana Lilián fueron auténticas mamás para mí. Se sumaron La amada hermana Aurora Elena, Esther de la Isla. Y junto con ellas los jóvenes y líderes de comunidades de base con los cuales soñamos y luchamos juntos construyendo o colaborando en la construcción del largo y duro camino de la vida. Era 1983 y la tristeza y el dolor se convierten en Resistencia.

Ahora, después de 40 años de conocernos y estar juntos, puedo dar testimonio de que el amor, la gratitud y la vida vivida paso a paso nos la llevamos a la tumba; pero más que eso, dejar a mis hijos esta historia de amistad, de ternura y de bondad vivida con esta amada gente.  Cuando me fui de ahí, después de 3 años, 5 meses, 22 días y 17 horas no pude despedirme de nadie, salvo de mi amada amiga Socorro Clavel, quien me sacó a la carretera, lo cual era una muestra de amor de ella al correr ese riesgo, y ese recuerdo está profundo en mi corazón.  Supe que se enojaron conmigo y no entendieron ese paso, pero así tenía que ser.  A los días fui expulsado de México, como una forma de no tener problemas con los gringos, pero sin avisarles para adónde había salido el vuelo que me sacó de mi amado México.

Pinotepa Nacional es un hermoso lugar en el que se encuentran los Mixtecos de la costa, los ladinos y una buena población de afrodescendientes. En esos años, tanto en la capital federal como en el norte del país, alguna gente decía que en México no había afrodescendientes. Pero allí estaban y entre ellos mi querido Nachito, Ignacio Salinas Noyola; joven con quien conocí las comunidades afros y también las comunidades Mixtecas. Un hermano soñador, afro mejicano que ama su país. Reinita Ávila, y Ruperta. Jóvenes a los cuales no les dije que me hacían recordar amorosamente mi Puerto Barrios en el caribe de Guatemala; en donde nací y fui a la escuela y en esa escuelita junto al mar, en mi aula había 46 alumnos, 40 Garífunas (afrodescendientes) y 6 ladinos.  Mis mejores amigos de la infancia fueron afrodescendientes.

Y los jóvenes Mixtecos, como nuestra amiga y hermana Silvia Mendoza Guzmán, que recientemente falleció y se había convertido en una gran maestra para su pueblo. Silvia también fue mi maestra de mixteco.  Justino, Florencia, Koki que creo era ladino, Wenceslao le pusimos por sobrenombre a otro joven que ahora es Sacerdote, pero no recuerdo su nombre, Beda mi amada amiga, Tomasita siempre fiel en las caminadas con las comunidades de base.  Una amistad cargada de fe y amor, y que se ha mantenido después de 40 años con recuerdos de aquellos tiempos duros pero llenos de amor y protección hacia mi persona.

La muerte de Silvia me llevó a escribir sobre estos mis hermanos y hermanas, que entraron y jamás saldrán de mi corazón.  El recordar toda la vida que vivimos, en medio de tanta muerte que genera la marginación y la pobreza. Pero fuimos felices luchando.

Me enteré este mismo año del fallecimiento de Ángel Olmedo que llegó a ser un abogado al servicio de la gente. Amigo del cual aprendí a luchar viendo al futuro. A doña Josefa que me acogió como hijo, doña Delia Mesinas, Doña Clara Baños, su pequeña hija Mónica.  Doña Bonfilia con quien bebía café algunas tardes y cuando yo estaba enfermo, estaba al pie de mi catre dándome medicamento y cariño. Cómo olvidar a Marcos y Divina que también me acogieron como hijo y tuve documentos con sus apellidos. Eso no se me puede olvidar, su amor y amistad y el arduo trabajo fortaleciendo las comunidades y acompañándolas en su caminar.

Seguimos comunicados porque nos nacieron raíces, mismas que se hundieron en tierra buena cargada de esperanza.  Ahora nos seguimos contando la vida, y compartiendo los logros y luchas de nuestros hijos e hijas.  También hemos ido percatándonos que la misma lucha y la vida son un triunfo.  No nos une la ideología, sino que, la fe cristiana y las fidelidades que ella exige y, eso mismo nos ha preservado de las traiciones de los que prefirieron regresar a las ollas de Egipto.  El horizonte sigue siendo la vida de los empobrecidos y dentro de ellos nuestra propia vida, esperanza y sentido.  Somos Guadalupanos.

Somos de los que podemos decir sin sonar grandilocuentes: Aquí no se rinde nadie.

*Investigador Social y Docente universitario

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