Vuelvo y le digo

Había conseguido por fin un sueño incierto y agobiado en las primeras luces del día, un reposo de unas dos horas cuando llamaron a la puerta. Sobresalto seguido de blasfemias.

Por: Prof. Mario Juárez

Era el encargado del lugar, maldita su estampa madrugadora. Me complace pensar que también él se llevó un buen susto ante el espectro horrendo de pelo atribulado y ojos sin vida que le abrió la puerta en calzoncillos. Por lo visto, sus servicios van incluidos en los gastos de la casa. Era un viudo -eso aseguraba él- de unos cincuenta años, encorvado, padre de tres hijos, que responde cuando alguna vez lo llame, al nombre de Gerber. Cuando supe su nombre pegué un salto a mi infancia cuando mi mamá me atiborraba de papilla marca Gerber.

Como su presencia atareada es fatal pese al sosiego de mi alma de maestro de escuela, cerré la puerta y crucé otra para llegar a la ducha, o más bien a una pilona llena de agua, bajo unos árboles. Los huacalazos me espabilaron y me dieron la energía necesaria para cantarle un par de cosas; que cómo era posible que en un lugar tan apacible hubiera una cervecería. Él me dijo: “Vuelvo y le digo, son cosas que, como aquí, como en la China va a encontrar. Sólo hay que tener un poco de paciencia… Además, sólo son bolitos inofensivos… Es verdad que nunca se bajan su corvito, pero lo más que lo ocupan es para pelar cocos. Sólo fíjese en sus tristes semblantes; alguna pena los embarga; sólo fíjese en la música que escuchan; algún amor lloran…

Después de este incidente, vino otro más relevante; una noche, en la casa contigua del profesor comenzó un íntimo rosario de jadeos y murmullos de los que fue imposible desentenderse. Entre crujidos en un rítmico vaivén se alzó una voz congestionada de mujer: ¡Ay, no! ¡Que no, te digo! El profe Javi, con los nervios en punta, tuvo la tentación de reclamar un poco de sosiego, pero prefirió contenerse y encender la luz, mientras que en la habitación de al lado continuaba la envidiable fiesta. Como ya estaba yo irremediablemente desvelado, era el momento de buscar consuelo en la lectura. Estas páginas inesperadas correspondieron en gran manera a la hora y la circunstancia de mi vigilia. Mañana, quiero decir hoy, será otro día.

En cuanto se dejó ver don Gerber, el profesor Javi lo increpó; le dijo que ya no era posible seguir en esa casa, que le buscara otra estancia, lejos de ruidos. “Vuelvo y le digo, estas cosas están a la orden del día y pasan en cualquier lugar. Es que usted no sabe nada todavía, que el caserío San Simón parece ser un lugar tranquilo. Aquí nada de motos ni vecinos escandalosos, salvo los borrachitos que ya vio. Vuelvo y le digo, sus habitantes son un pan de Dios y se acuestan a la misma hora que sus gallinas…”

¿Que la cobertura del móvil es deficiente? Mejor, así no haré ni recibiré llamadas superfluas. Para mí, la computadora siempre ha sido, ante todo, una máquina de escribir un poco más sofisticada. Este alojamiento responde a mis necesidades y, además, mi economía actual no me permite mayor gasto. Aquí podré acabar mi libro… en fin, empezarlo al menos, darle un buen empujón. La serenidad, el calor permanente, el cerro que me mira. Podré ir al río Lempa, leer, pasear en el cantón, conocer a los vecinos, la escuela, a mis alumnos, preparar mis clases, engordaré -aunque no lo creo-, me pondré moreno. Olvidaré por fin a Fátima.

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