El Fuego

Jamás había quemado basura al descampado, la habilidad del nativo es impresionante, decidí probar suerte y lo logré, nunca había siquiera intentado deshacerme de todos los desechos que producimos.

Por: Francisco Parada Walsh*

Fue este fin de semana que envalentonado tomé una caja de cerillas y decidí darle fuego a todo lo que de a poco venía guardando, es increíble que hasta la basura se guarde, pareciera acumulador compulsivo y mientras el fuego crujía frente a mí, entendí que todos somos los pirómanos o somos la basura, no hay escapatoria.

Entre latas de cervezas, alguna medicina vencida, bolsas y más el fuego se fue engrandeciendo, ese calor lo necesito en este momento, la temperatura está fría, demasiado fría y aun, ese calor es incapaz de calentar mi alma, arrullar mis defectos, darme la paz que tanto necesito sin embargo ayer poco me importó que las llamas alzaran vuelo, quisiera que ese calor y ese fuego viviera en mi pero no puedo.

¿Cuál es la diferencia entre una bolsa y una persona que es incinerada a la orilla del río Ganges? ¡Ninguna! Somos la nada y el todo y mientras ese fuego me daba calor pasajero entendía que así como dura la brava llama, así dura mi vida; poco a poco se irá apagando, poco a poco.

Espero que en esta vida mi alma haya dado algún calor al necesitado, con eso me basta, sé que así como el fuego crecía, así tomaba hálito del mundo para volverse regio, magnánimo creyendo en que el fuego siempre sería fuego y tarde se da cuenta que no es nadie, así somos los humanos, demasiados frágiles.

Esa llama es un símil de mi vida,  empieza apenas dando fuego, luego crece, el fuego se vuelve intenso hasta arrasar con todo, luego se detiene, se enfría, ya no es fuego, solo un recuerdo del poder que tuvo; lo mismo ocurre con mi vida, apenas balbuceo, tomo fuerza y creo dar luz, la llama crece, el calor llega a otros disfrazado de maldad o bondad pero debe apagarse y ese soy yo, que a mi edad poco a poco empiezo a enfriarme, apenas caliento mi chimenea personal, apenas.

Sé que la furia del fuego interior se apaga, intento que la compasión gane, que la sonrisa amaine mi debilidad pero no puedo detener nada, esa es la vida y me alegra entenderla, las chapudas brazas son fósiles, son mi historia y sabedor que el fuego que en un tiempo daba calor a todo, ahora pierde fuerzas, y dirijo la mirada hacia mi futuro, eso que es y no es, la magia de lo desconocido e intento buscar en esa multitud de fuegos a alguien que necesite mi calor, nadie lo necesita, cada uno se da calor a su manera, camino entre perdidos y encontrados creyendo que alguien me dirá que necesita mi fuego pero no sucede, entiendo que el fuego es personal, así como cada cosa que haga, escribir es tan personal e íntimo pues me desnudo ante mí, me conozco pero  ese hombre que escribe a veces no sé quién es, lo desconozco, esto es lo hermoso de la escritura, desdoblarse, una real bipolaridad donde no sé quién soy, el que escribe es uno, el que lee es otro y yo, el árbitro entre dos locos.

Lo único que deseo es que mis líneas mejoren con cada tecla a la que le puyo la panza, ese es mi reto, no escribo en función de otros, este momento es hermoso, no hay fuego más que el necesario para tener la fuerza de que mis dedos toquen una buena sinfonía literaria, mientras esto sucede, veo a siete gatos enrollados en mi cama y a mi perra  Pepa Mantecas, todos somos una familia, el panorama es bellísimo, son mis gatos los correctores y los que me dan el fuego y la paz para decidir escribir, no soy de arrepentimientos, creo en la dignidad suprema del hombre libre que debe ser fuego, que debe ser la furia del agua golpeando la roca, y jamás desistir, y  cuando reviso un artículo y me encanta, el calor y el fuego no son esa bravía llama sino que es mi corazón, mi sangre, mis sentimientos los que duermen plácidamente, se arropan con una colcha gruesa, que da ese calor ardiente a ese fuego frío que yo no puedo dar.

*Médico salvadoreño

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