El valor de la integridad

Cuando el ciudadano promedio aborda el tema de la política partidaria, es por lo regular desconfiado, al relacionarla con el gansterismo más bajero.

Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*

Esto porque para el ciudadano promedio el político es corrupto, o aspirante a serlo.

Nuestra historia nos permite comprenderlo al develar cómo la política partidaria sirve de común solo a los intereses de las élites, para lo que los políticos tradicionales abandonan la probidad, abrazando las conductas más arbitrarias y desconsideradas, así como insufribles imaginables, representando los intereses más abyectos, y abandonándolos cuando encuentren un mejor postor que les ofrezca más beneficios.

Consecuentemente no podemos beneficiarlos con el cheque de la confianza, del cual se aprovecharán sin dudar para enriquecerse y a los que representan.

Así las cosas, es comprensible que cada vez más ciudadanos se nieguen a participar de la política como tal, por el repudio que les supone, dejando que sean menos electores los que decidan por todos a través del voto, los destinos del país.

Para ilustrarlo solo debemos recordar el porcentaje de ciudadanos aptos para ejercer el voto, que participaron de la última elección presidencial de acuerdo al TSE: el 51%, lo que hace de aquellas las menos votadas desde el final del conflicto.

Traigamos entonces a la memoria, un resumen de las emociones que la política tradicional implicó los últimos treinta años.

Primero, la cruda desconfianza que el aparato político genera en la población, derivada de dos décadas de corrupción y saqueo que la derecha partidaria realizará durante sus administraciones, sin más beneficio que a la oligarquía, apenas el 1% de la población, privatizando todos los activos estatales a su favor, mientras la población se deprimió al extremo económicamente, y sufre desde entonces la agresión del hampa rampante, que se desatara con el abandono que el estado hiciera de sus obligaciones so excusa de la privatización, pudiendo encontrar una relativa seguridad solo aquel que pudo pagarla.

Por otro lado, el arribo de la izquierda política al ejecutivo solo supuso gestionar la crisis heredada de las anteriores dos décadas de libertinaje financiero, con algunos muy tibios progresos que no implicó superar el modelo económico neoliberal y sus vicios, responsable del abandono de la población a su suerte, por la supresión del estado de bienestar, así como su tácita anulación en favor de los privados, y que, al concluir su segunda administración sólo implicó como logro, dejar las cosas como se encontraron.

Por supuesto que la población rechaza y reprueba la política partidaria.

Y, sin embargo, corregir el rumbo del estado salvadoreño impone la participación de la población en política, es decir, construir la confianza de ésta a partir de la cual el soberano pueda, por intermedio de un instrumento partidario, edificar el futuro que anhela, participativo, inclusivo y próspero, que solo es posible mediante la superación de los males históricos que padecemos, lo que puede hacerse mediante precisamente la participación ciudadana.

Ahí entra la integridad, la coherencia y honorabilidad partidaria, derivadas de comprender lo que es en esencia la política: servicio.

*Educador salvadoreño

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