“Vidas encajonadas”. Reensamblajes conceptuales de Claudio Rama

Jugando con la muerte

La vida es un juego de ajedrez con la muerte. En ella ya sabemos que perderemos el juego. Competimos por el tiempo suplementario o el propio mínimo que creemos. En la película El séptimo sello (1957), de Ingmar Bergman, el personaje se enfrenta a la muerte en una partida de ajedrez, con la esperanza de prorrogar su vida, y también para obtener respuestas frente al futuro y la existencia de Dios.

Esta angustia infinita y milenaria, y la metáfora del juego, proviene de hace muchos siglos en pinturas de juegos de ajedrez entre el hombre y la muerte. La muerte es el hecho más importante en nuestra vida, por ser su fin. Gracias a ella creamos creencias y religiones que nos otorgan la esperanza y el sueño de otra vida posterior. Gracias a ella, nos ocupamos de vivir y luchar. Por ella nos volvemos más humanos para crear y menos humanos para sobrevivir. La dualidad y la angustia, aparecen ante la certidumbre de la muerte.

La vida es la incertidumbre, no la muerte que es nuestra certeza. Podremos ganar muchas jugadas que son meramente los caminos de la vida. No la partida. Vivimos tratando de acumular puntos, en dinero, amores, viajes, experiencias, dolores, títulos, árboles, hijos o libros, para cuando llegue el momento, los recuerdos de otros nos hagan creer que tendremos vida, que perduramos, que estamos presentes entre ellos, y que estuvimos en esta tierra.

Es un coleccionismo para llenar nuestra tumba y acompañarnos mientras se reciclan nuestros átomos celestiales. Vivimos la primera parte de este recorrido sin pensar o entender a una muerte que nos acecha. Y la siguiente parte obsesionados por no encontrarnos con ella en ningún hospital o calle oscura. En un tiempo jugamos con ella, en la otra nos cuidamos.

Esta molesta compañera no es sólo un final, es el tiempo mismo de nuestro recorrido. Ella siempre está tranquila, expectante, segura, sonriente en su eterno trabajo. Está allí, viendo fluir nuestro tiempo, mirando cómo se nos escapa entre las manos y frente a nuestra vista, mientras jugamos la partida angustiados, parados y tensos, inseguros y sabedores del final que creemos poder cambiar. Y, ella lo sabe. Y lo entiende. Aunque no le importe.

Fuente: Grupo R Multimedio

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