Nuestros desaparecidos

La desaparición forzada es una práctica de larga data en nuestro medio que, antes y durante el conflicto armado pasado, fuera fomentada desde el estado junto a la tortura y la detención arbitraria, con el exprofeso propósito de amedrentar y aterrorizar a la población.

Por: Luis Arnoldo Colato Hernández

Fue esta parte del cúmulo de estrategias enseñadas a los agentes salvadoreños por sus pares estadounidenses, y dirigido a desincentivar la protesta ciudadana a través del terror, siendo perpetrada con lujo de barbarie y cinismo, pues el estado descarga la responsabilidad de esta violencia en la propia población, haciendo creer a todos que el desaparecido lo es porque “algo hizo», y en consecuencia “se lo busco”, responsabilizándolo de lo sucedido, mientras los hechores, solo “hacían su trabajo”.

Ello supone además que por extensión nadie, pero nadie está exento de ser víctima de esta ultrajante violación del más fundamental de los derechos humanos: el derecho a la vida. Tal aberrante estrategia fue desarrollada por los paracaidistas franceses en Argelia, donde aprendieron justamente que la guerra criminal es la mejor forma de enfrentar a quienes desde la civilidad demandan justicia, negada entonces como ahora, y por extensión en nuestra región latinoamericana, lo que por constitución no solo es una deuda con el soberano, también lo es la urgencia de devolver a sus familias y a la sociedad en pleno a quienes fueron sustraídos, torturados y en los casos extremos, probablemente muertos para ser finalmente desaparecidos.

Y es que, de acuerdo al Informe de la Comisión de la Verdad, entre 15 y 20, 000 salvadoreños habrían sido víctimas de desapariciones forzadas desde finales de los 70’s, mientras por separado [PROBUSQUEDA], sumaría a entre 3 y 5, 000 niños y niñas que serían también víctimas de esta práctica, algunos de los cuales habrían sido ya recuperados por esta ONG y regresados a su núcleo familiar cuando fue posible, o en su defecto, brindado los espacios para que conocieran sus raíces.

Entonces no solo por las cifras sino por la cultura derivada en sí, sigue la herida abierta por quienes aguardan el regreso de los suyos y viva la memoria para quienes aún se ilumina la ventana del hogar que da a la calle, aguardando su retorno, el reencuentro, y el final de la pesadilla.

Los victimarios, esos que recién en el seno de la asamblea con total descaro demandaron al oficialismo una suerte de punto final para las demandas familiares y sociales por los desaparecidos, para esos ex militares o ex policías o ex guardias, y quienes detrás y desde la sombra manejan los hilos, no vieron a personas entre sus víctimas sino simples “órdenes a cumplir», por lo que dentro de esa lógica brutalizada nunca cometieron ningún delito y deben por tanto ser libres, como aquellos que les dieron las órdenes.

Esa retorcida lógica sigue siendo fomentada desde el estado ahora, al aliarse con estructuras criminales, que continúan con esa aberrante práctica confiada en la impunidad de ayer y la de ahora, pues no son sus desaparecidos, sino nuestros desaparecidos.

*Educador salvadoreño

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