Relato: El camote me salvó

Pues sí, es que yo vengo de abajo y me ha costado llegar a donde estoy; mis padres eran muy pobres y con sacrificios me dieron hasta el sexto grado. Mi madre, que vendía camote en miel, y mi padre, que era un albañil de media cuchara, me formaron a mí y a otra hermana, que murió joven.

Por: Prof. Mario Juárez

Pero aquí como me ven, sé leer y escribir y soy buena, al menos, para las operaciones básicas de la Mate…

Yo tuve un maestro, ‘Pijita’ -le decían-, que era muy exigente, que después se hizo ‘bolo’ y murió así, pero por ese hombre seco y menudo, hoy no se me escapa chancha con mazorca en cuestión de números. Si uno no se sabía la lección, allá iba el reglazo o el plantón de una hora.

Los tiempos han cambiado; hoy, con sólo hablarle fuerte a un alumno ya tenés asegurada una demanda judicial; por eso sólo ‘burros’ van saliendo de las escuelas hoy, aunque hay algunas excepciones.

Y eso puedo comprobarlo con los muchachos de ahora; cuando uno les pide una simple multiplicación, no saben cómo resolverla, no digamos una división. (…) Bueno, para eso sí son ‘buzos’.

Allí matan las horas, enfrascados en sus teléfonos androids, quemándose las pestañas en las redes sociales y solazándose en bichas y mujeres casi chulonas, que bailan en tik tok, y lo peor, tomando modelo de reguetoneros…

Mis padres pronto se fueron al otro mundo y tuve que salir a casa de una tía, que vivía en un mesón, que tenía una venta de camote y empecé ayudarle a vender.

Ella tenía dos hijos, y con el mayor, inmediatamente nos flechamos; él era chelón, chapudo, de ojos zarcos, y para qué les voy a mentir, mis ojos se perdieron en su melena leonina; parecía vikingo. Al principio sentí un no sé qué, pero ya ven, una de cipota es tonta, y hace cualquier cosa por salirse con la suya. Me matriculé en clases nocturnas, a las que no asistía, que empezaban a las seis y terminaban a las ocho y media, con el propósito de encontrarme con él.

A ese ‘baboso’ sí lo quise. En serio. Que si era pecado porque no éramos casados, que si era prohibido porque fuéramos primos, ni a mí, ni a él nos importaba. Porque sí… porque él era hombre y yo era mujer, yo le gustaba y él me gustaba también. Lo divertido fue cuando salí con mi primera pancita; se armó el escándalo y la gente nos comió vivos.

La Mila, mi hija, vino al mundo un poco bizquita, y luego no me quedó otra que vender camote de sol a sol en las calles y en las terminales de buses, mientras mi tía me la cuidaba.

El papá de la cipota, o sea, mi primo, no quería sudar la gota gorda. Aunque no trabajaba, siempre se le veía con fajos de billetes de banco y dándose la buena vida.

Un día, ya no regresó a la casa. Las buenas lenguas decían que lo habían visto asaltando universitarias con una ‘peche Trini’; otros aseguraban que se había enrolado con una vieja ricachona de la Escalón.

Lo cierto es que yo seguí en lo mío e hice oídos sordos a los rumores.

Y así, aquí como me ven, el camote me salvó y tengo el mejor puesto en el mercado, ¡y me ha costado llegar a donde estoy!

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