Brasil, los generales y la dictadura

 Por Eric Nepomuceno.

Nunca antes – siquiera en los tiempos de la más reciente dictadura (1964-1985) – hubo tantos militares ocupando puestos en el gobierno.

Entre los que siguen activos y los retirados son casi siete mil esparcidos por diferentes niveles, de ministros a consejeros (generosamente remunerados) estatales.

Y eso tiene una explicación: desde siempre, el ultraderechista Jair Bolsonaro (foto, en camisa) hizo alarde de su paso por los cuarteles.

A propósito, una de las características más nítidas de Bolsonaro es que miente y deforma la realidad como quien respira: además de demostrar total naturalidad, deja claro que sin eso no sobreviviría. Otra es precisamente su obsesión en reiterar su origen militar.

Pase a retiro

No dice, desde luego, que la suma de los años que pasó en uniforme no llega a la mitad de su trayectoria como político profesional.

Parece olvidar cómo se dio su pase al retiro: teniente punido varias veces por indisciplina, hasta con prisión, optó por dejar las hileras activas para evitar una sumaria expulsión. Y solo por eso fue ascendido a capitán, ya que en Brasil, cuando un militar pasa a retiro sube un rango.

Fue electo con respaldo de las Fuerzas Armadas no por sus méritos, pero para impedir la victoria de Lula da Silva. Y tan pronto asumió, en enero de 2019, esparció uniformados – tanto activos como retirados – por todo el gobierno. La mayor parte de ellos con una característica: tuvieron su formación militar durante la dictadura.

Se suponía que tendrían la función de imponer límites a la demencial figura harto conocida por sus exabruptos y posiciones que desde sus tiempos de diputado oscilaban entre patéticas y amenazadoras.

Limpieza

Pero poco a poco, en un periodo de tiempo bastante corto, Bolsonaro se deshizo de los uniformados que demostraban algún equilibrio y alguna lucidez. Fulminó a su entonces ministro de Defensa por negarse a forzar al comandante del Ejército a declarar su respaldo público al presidente que defendía el cierre del Congreso, y de paso despidió a los jefes de las tres armas. 

Los sobrevivientes, especialmente los que atienden en despachos del palacio presidencial, reiteran a toda hora no solo lealtad absoluta al mandatario, sino también abierta comunión con su ideario golpista.

Hace pocos días dos de ellos, ambos generales retirados que ocupan cargos de alta importancia, se manifestaron frente a una comisión de la Cámara de Diputados: Luiz Eduardo Ramos, ministro de la Secretaría General de Gobierno, y Walter Braga Netto, ministro de Defensa.

Negacionistas

Al referirse a los 21 largos años de tiniebla el general Ramos dijo que hablar o no de dictadura se resume a una «cuestión semántica”. Para él, fue un periodo en que Brasil vivió bajo “un régimen militar de excepción”.

Se olvida que no se trata en absoluto de una cuestión semántica sino de una cuestión de decencia. De verdad histórica.

A su turno el general retirado Braga Netto, que varias veces amenaza al Congreso, opinó que lo que hubo fue un “régimen fuerte”.

Agregó que si fuese una dictadura “muchos de los que están aquí no estarían”, olvidándose de los centenares de muertos y desaparecidos que no están gracias al “régimen fuerte”.

Elogio a la tortura

Desde sus tiempos de diputado Jair Bolsonaro hizo reiterados elogios a la dictadura y a uno de los torturadores más sanguinarios y notorios, el capitán Brilhante Ustra. Los militares que gravitan en su gobierno siempre fueron pródigos en elogios a aquel periodo de oscuridad.

Desde la retomada de la democracia ningún gobierno celebró tanto el golpe de 1964, y este año ese movimiento se fortalece cada vez más.

A cada día se hace más evidente la determinación de Bolsonaro para intentar un golpe. Sus ataques feroces al poder Judiciario culminaron el pasado viernes con el envío al Senado de un pedido de deposición de Alexandre de Moraes, integrante del Supremo Tribunal Federal.

Saña golpista

No hay, al menos por ahora, indicios palpables de que su saña golpista cuente con respaldo de los militares activos. En cambio entre los retirados ese respaldo es evidente.

La acelerada corrosión de la popularidad de Bolsonaro ahora se extiende al empresariado que empieza a abandonar el barco que se hunde. Es como si nadie supiera qué hacer con él.

 

Ese cuadro no hace más que reforzar sus ataques de furia sin control ni límites. Y así se fortalece la creciente preocupación por el futuro inmediato de un país cada vez más destrozado.

Fuente: Página 12

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