Escuela de la vida misma

Por IRENE IZQUIERDO

Es el momento más sublime que la mujer vive. Al nacer, el niño llora; es el fuerte impacto con el mundo, y señal de vida. Pero es mucho más, porque a los oídos de la progenitora ese sollozo deviene voz identitaria del nuevo ser; tanto, que lo podrá identificar entre miles. Ese gimoteo alivia los dolores del alumbramiento, establece la complicidad de dos almas, afianza el amor infinito, propicia una felicidad indescriptible y da paso a la condición de MADRE.

Comienza, entonces, el andar por una “profesión” que no mide nivel académico, y para la cual la única escuela es la vida misma. El insomnio se hará perpetuo; los temores estarán a flor de piel y una fiebre puede ser el tormento mayor. Todo eso se aliviará con una mirada inocente y tierna, y con aquella sonrisa, aún sin dientes, que quita cualquier cansancio.

Empiezan a aparecer fuerzas antes desconocidas. ¡Nadie sabe el empuje de esa figurita indefensa! Mamá sortea todas las dificultades por su bienestar, y junto a papá –quiero decir el padre presente- ya está labrando el futuro de un hombre o mujer de bien.

Ella descubrirá, poco a poco, cuándo un llanto es real y cuándo, caprichoso. Sabrá, por tanto, cómo manejar las riendas de la educación. “Ni muy, muy; ni tan, tan…”, como diría mi abuela, que tuvo tres hijos propios, cinco adoptivos y un montón de nietos y biznietos.

Pero mami siempre estará dispuesta a guardar una alegría más en el baúl en que se ha convertido su corazón: al escuchar por primera vez, como una melodía, el balbuceo de MA-MA; o sentir en el pezón lactante que ya asoma el primer diente; o mirar con un susto indescriptible que el bebé se cansó de gatear y se levanta para dar el primer paso… Cada día deparará una sorpresa nueva.

“El tiempo, el implacable, el que pasó…” como diría el poeta, marcará cambios. Vendrá el círculo infantil, momento de separarse de la criatura, por primera vez. Experiencia fuerte, pero necesaria, pues hay compromisos sociales y laborales que cumplir.

Más tarde, la escuela, un acontecimiento trascendental, para dar paso a otros que, como hojas desprendidas de almanaques o imágenes del celuloide, franquearán sus ojos y su alma como si fuera el filme de la vida. ¡Aquella personita que tanto mimó –y mima aún- ya es profesional!

Algún tiempo después, sorprendida por el decurso, se verá ubicada en un salón de maternidad, sabiendo que allí adentro, su hija o su nuera estará pasando por el momento más sublime que la mujer vive. A partir de ese día, la alegría será infinitamente mayor…; en razón de que así es la existencia humana, y para perpetuar la especie, el mundo contará con otra MADRE.

Fuente: Revista Bohemia.

 

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