El Fatalismo

Por: Francisco Parada Walsh*

Nos ganó el alma. Un país que  a veces ríe, llora siempre. Rostros largos y tristes que  no saben ni porqué les duele el corazón; hay dos bandos, los malos y los otros malos y sigue esa lucha infinita y eterna entre esos pobres malos y los otros malos pobres. No hay argumento valedero que venza al odio, a la burla, a la mentira. Dejamos de ser una sociedad surrealista y por un momento que  Dalí descanse en paz; nos volvemos hacia aquella dama, la femme fatale que nos cobija con una falsa esperanza, con una mantilla raída, con un gorro frigio que no calienta, que nos atenaza la cabeza para que no pensemos, para que nos odiemos.

Nuestra vida parece que sucede en una plaza de toros, no es en El Pinochini de América, los toros somos nosotros y el auditorio son los toros que disfrutan ver sangre, llanto y dolor. Desde que este continente parió a El Salvador, éste nunca fue asentado, no tuvo padre ni madre y le sobraron padrastros, siempre perdido, siempre agarrado de la falda de una nana que no nos quiso, siempre mocosos, llorones y, más perdidos.

Parece que nunca viviremos en paz, siempre alertas, siempre pensando en el ayer; leo a Alberto Masferrer y a Roque Dalton y nada ha cambiado, somos los tristes más tristes del mundo, los robalotodo, los matalotodo, los comelotodo que en esa hambruna sempiterna nos comemos la flor nacional, es un guiso delicioso con sabor a odio, a un falso patriotismo y por qué no decirlo, con sabor divino; pero no, la misma globalización nos hace ver al futuro y de ese guiso pasamos a otra flor nacional, la flor de pito, son peroladas cual pajarracos tiernos que abren el buche cuando llega la mamá pájara, y si no lo abrimos ella se encarga de zamparnos el pico hasta el fondo del pescuezo, lo que importa es que no se desperdicie ese nuevo manjar, claro, tiene sus consecuencias, los pajarillos entran en un trance, es un sueño profundo que las aves no pueden despreciar; mientras estos duermen, la pajarota aprovecha para  buscar marido, por buscar al pajarote nos abandona, quedamos solos otra vez y en ese infinito sueño terminamos cayendo del  nido patrio y salimos volando para el norte, sin rumbo, perdidos, fatales.

No sumamos ni multiplicamos, no, eso sería fabuloso, somos la ley en restar y dividir y puedo contemplar cual pasajero de la vida a una sociedad balbuceante, triste, sin rumbo; cada vez más reflejos, más sencillos, más pendejos. Padre mío, Dios de aquel, ¿Qué hemos hecho para merecer este karma? Debemos ser realmente malos para que los dioses en vez de darnos la bendición prefieran darnos las nalgas, la espalda, la nada.

Me remonto cuando nacimos como país, fue la Guatemala de la Rigoberta que  no sabía qué hacer con un departamento molesto, tengo entendido que siempre fuimos mal portados y en un arrebato  de un vecino dadivoso decide regalarnos, quizá fue el más grande error pues apenas nos puso en la frontera ya nos hicimos sentir, ya nuestro karma  empezaba a dar malos frutos, por eso quizá entiendo aunque no me queda claro por qué somos tan malos, tan mentirosos, tan ladrones. No tenemos perdón, ese fatalismo no es cosa de días y revoloteamos felices las alas y tripas cuando recibimos el atún, los macarrones y nuestros impuestos; somos unos muñecos de trapo que de a poco nos reinventamos, no para el bien sino para joder, joder y joder.

Ese fatalismo que se dibuja en nuestros rostros desaparece por solo  segundos, y empiezo a salivar, a olvidar mi futuro, mis sueños, mi vida propia. Somos una sociedad vacía y perdidos en un bravo océano, navegamos como veletas, sin rumbo pero sí con saña, sin dolor pero con rabia, sin visión pero dando tumbos, sin olfato pero perdidos por tanta droga, por tanto guaro,  por tanta maldad.

*Médico salvadoreño

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