Corrupción, flagelo secular

Por José María Tojeira.

La corrupción es endémica en Centroamérica desde los tiempos de la colonia. La ubicación estratégica entre dos virreinatos y la cercanía a islas controladas por ingleses, franceses y holandeses facilitaban el comercio ilegal. La independencia no mejoró las cosas. Al contrario, una serie de guerras civiles movidas por diferentes grupos de poder multiplicó posibilidades. Ya en el siglo XX, las nuevas guerras internas trajeron negocios de contrabando y corrupción más abundantes. Centroamérica se convirtió en un corredor de la droga, con todos los abusos que ello conlleva. La aparición de numerosos e incluso cercanos paraísos fiscales facilitaron la dinámica. Los flujos ilegales de capital hacia ellos superaban con frecuencia los mil millones de dólares anuales, a pesar de lo reducido de nuestras economías. Incluso algunos bancos nacionales se prestaban al juego de la evasión de impuestos, que es una de las formas de corrupción más extendidas. La política, entre tanto, era considerada por un buen número de los que se dedicaban a ella como una forma de ascenso social y enriquecimiento personal. El dominio que el capital criollo tenía sobre la política aumentaba las oportunidades de enriquecimiento abusivo. Entre los apellidos de nuestros millonarios casi siempre hay sujetos que en algún momento se aprovecharon de las posibilidades de corrupción que nuestros países presentaban.

En la actualidad, y desde hace ya unos años, se está dando en el país un vuelco en el tema. El ascenso de la clase media y los problemas económicos, tan agobiantes para muchos, han impulsado un movimiento, todavía insuficiente pero cada vez más fuerte, en contra de la corrupción. La mala gestión de los asuntos económicos y los escándalos de corrupción de los Gobiernos de la posguerra han estado en la base de esa especie de terremoto político en el que se han convertido las dos últimas elecciones. Incluso el Gobierno actual, que llegó al poder levantando la bandera de la anticorrupción, se ha visto ya salpicado por casos de corrupción. El cambio de administración en Estados Unidos han dado especial apoyo a las organizaciones que luchan contra la corrupción. Esta se ve como un freno al desarrollo y una estafa al ciudadano. La sensibilidad ciudadana es fuerte al respecto y herirla todavía más equivaldría a un suicidio para cualquier partido político.

En este contexto, urge ponerle pensamiento a la corrupción, así como a la legislación relacionada con ella. Por supuesto, es imprescindible una auditoría formal y pública a la administración estatal, además de la auditoría social que debe realizar la sociedad civil. Sin transparencia y sin acceso a la información pública, la corrupción florece más fácilmente. Pero dado que la corrupción es un fenómeno de doble vía, y además con canales internacionales que la favorecen, es importante no solo auditar al Estado, sino a toda corporación que trabaje con él. Y, por supuesto, regular mejor todo lo que signifique lavado de dinero o fuga de capitales. Hemos visto los negocios que algunos de nuestros empresarios hacen desde sus compañías off shore y sus cuentas en paraísos fiscales, y no hay duda de que la corrupción tiene una dimensión que trasciende las tendencias estatales a la misma. La corrupción es un problema no solo ético, sino también cultural. Y cuando la corrupción se ha instalado en la cultura, sus formas suelen extenderse y complejizarse. A todos nos toca hacer un esfuerzo ético y enfrentarnos con todas las formas de corrupción existentes, sean públicas o privadas, en cualquier tipo de institución. Solo así superaremos este flagelo secular que tanto ha frenado el desarrollo de nuestros pueblos y que tanto daño ha hecho a las mayorías desheredadas y empobrecidas de nuestra tierra.

* José María Tojeira, director del Idhuca.

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