La incertidumbre tras el coronavirus: cómo vivir sin futuro (inmediato)

Por: Juan Fernández

No sabemos lo que durará ni lo profundo y doloroso que será. Ignoramos los meses que tardará en llegar la vacuna que permita acabar con el coronavirus y el coste sanitario, económico, social y de vidas humanas que habremos de pagar hasta que podamos dejar atrás esta pesadilla. Desconocemos si nos aguardan sucesivas oleadas de covid-19 y si estas traerán consigo nuevas curvas de fallecimientos y confinamientos o podremos afrontarlas con las herramientas de prevención que hemos incorporado a nuestras rutinas diarias.

No sabemos cómo funcionarán los colegios, si serán eficaces las fórmulas que se han anunciado o los escolares tendrán que seguir el curso desde casa y a través de una pantalla. Ignoramos si las oficinas serán seguras con las medidas sanitarias adoptadas o los rebrotes obligarán de nuevo a teletrabajar a quienes aún no hayan perdido el empleo. Desconocemos si los negocios que tuvieron que bajar la persiana hace seis meses podrán abrir o deberán permanecer cerrados, y si el sistema de salud aguantará un nuevo envite del virus o volveremos a la situación de la pasada primavera. ¿Cuándo retomaremos ese proyecto profesional que tuvimos que dejar en suspenso por la pandemia? ¿Cuándo podremos ir por la calle sin mascarilla ni miedo? No sabemos. A ciencia cierta, nadie sabe.

Sensación de inseguridad extrema

En el arranque del nuevo curso, el horizonte se presenta tan plagado de incógnitas que resulta imposible encontrar un ámbito de la vida donde no reine la incertidumbre. Esta palabra ya venía siendo un rasgo identitario de nuestro tiempo, regido por patrones laborales, familiares y personales mucho más inciertos que los de generaciones anteriores, pero la crisis del coronavirus ha elevado esa sensación de vulnerabilidad hasta cotas nunca vistas en el último siglo, pues capilariza todos los estratos de la sociedad y afecta a todas las facetas de la vida.

Sometidos a la inseguridad más extrema, se echa más en falta que nunca poder contar con un puñado de certezas a las que agarrarse, pero el covid ha mandado a la papelera todos los protocolos que conocíamos para la gestión de escenarios inciertos. En estas condiciones, el estudio de la condición humana y de los grupos sociales debería servir para identificar claves que permitan abordar, o al menos a conllevar, este tiempo complejo que nos aguarda hasta el hallazgo de la vacuna. De la filosofía, la psicología, la sociología, la economía y el pensamiento político se demandan pistas para encarar los meses venideros y vislumbrar las consecuencias que acarreará esta experiencia. ¿Vivir tanto tiempo sin la referencia de un futuro cierto nos va a cambiar como sociedad?

Fecha de caducidad

No hay nada que agudice más una sensación de desasosiego que no saber cuándo acabará, pero el coronavirus viaja por el mundo portando una buena noticia en su interior: tiene fecha de caducidad, aunque hoy no la conozcamos. He aquí la primera certidumbre en esta niebla de incertidumbre, la que ofrece la memoria de todas las plagas padecidas por la Humanidad a lo largo de la historia. “Sin embargo, el primer error que suelen cometer las personas expuestas a cuadros de estrés prolongado es pensar que esa pesadilla es para siempre. Esto activa una cadena de trampas mentales que paralizan e impiden gestionar cualquier situación”, advierte la psicóloga Laura Rojas Marcos.

Toca, pues, repetirnos cada mañana que todo esto pasará algún día, aunque hoy ignoremos la fecha. Solo así será posible hacer frente al tiempo que falta hasta que llegue ese ese momento, un tiempo especial, confuso y extraño, en el que tendremos que vivir de forma diferente a como vivíamos en el pasado y deberemos decir no, al menos de momento, a muchos de los planes que nos habíamos trazado.

Estrategias

Y es aquí donde suele brotar la otra gran fuente de sufrimiento que conlleva la incertidumbre. “El covid nos está obligando a todos a hacer renuncios, pero esto solo lo afrontan bien quienes están entrenados en tolerar la frustración”, señala la psicóloga, que se atreve con una recomendación de orden práctico: “Hagamos el esfuerzo de distinguir lo que hay de necesario en nuestras vidas de lo que no lo es y anotemos todo lo que tenemos: el dinero del que disponemos, el trabajo que podemos hacer, las personas con las que contamos… Esos son los recursos que nos permitirán montar una estrategia para encarar este tiempo incierto que tenemos por delante”.

La sensación de incertidumbre se combate con certezas, pero la crisis del covid-19 está siendo una cura de humildad para quienes creían saberlo todo sobre virus y gestión de pandemias. Hace nada, en cuestión de días pasamos de despreciar las mascarillas a considerarlas salvavidas, y de recomendar la vida despreocupada a confinar el país. Estos vaivenes generan desconfianza en una sociedad que anda necesitada de normas claras y fiables para dotarse de una mínima sensación de seguridad.

Decisiones provisionales

Pero ese manual de instrucciones no existe, o al menos no es perdurable en el tiempo. “Debemos acostumbrarnos a vivir asumiendo que cualquier decisión que tomemos hoy será provisional y es posible que tengamos que adoptar la contraria en poco tiempo”, reflexiona el psicólogo social Miquel Domènech, quien advierte: “Estamos obligados a actuar para que la incertidumbre no nos paralice, pero en esta situación solo podemos guiarnos por reglas flexibles y revisables”. “Hoy toca ser bambú, que se dobla con el viento sin llegar a partirse, pero no es buen momento para ser roble, que se mantiene firme a riesgo de quebrarse” compara gráficamente Rojas Marcos.

La norma de que en momentos de incertidumbre severa no existen normas fijas y seguras es aplicable a todos los ámbitos de la vida, desde las decisiones más personales -como retrasar una boda del verano al otoño por temor a los contagios para volver a retrasarla después- a otras de índole administrativo, como planificar la reapertura de los centros educativos o hacer acopio de material de protección para el sector sanitario. La dimensión política de la crisis del coronavirus ha sido una de las que más inquietud ha causado a una población que ha asistido entre perpleja e indignada a las erráticas decisiones tomadas por los poderes públicos desde el inicio de la pandemia.

Precaución y resiliencia

Ya no estamos en marzo, pero la actual sensación de vértigo tiene mucho que ver con el recuerdo de aquella angustiosa experiencia. “Al principio, nuestros gobernantes pecaron de arrogancia y temeridad. Corregir aquellos errores implica aplicar el principio de precaución y promover la resiliencia”, explica el economista y ensayista Albino Prada. Para el autor del libro ‘Caminos de incertidumbre’, un país resiliente es el que se provee de sistemas para fabricar mascarillas, epis y respiradores en proximidad, no en China. “Esto no acaba con la incertidumbre, pero reduce su percepción”, aclara.

“Nuestro aparato cognitivo no está diseñado para vivir en el desasosiego permanente por todo lo que es improbable pero posible. Podemos cultivar una disposición psicológica para asumirlo, pero nuestros gobiernos también podrían invertir más en vigilancia y prevención”, añade el politólogo Manuel Arias Maldonado, quien califica de “decepcionante” la respuesta dada a la pandemia en la mayoría de países, un déficit que ha incrementado el sentimiento de desamparo que hay instalado en la sociedad. “Con algunas excepciones, como Corea del Sur, en general se ha recurrido a métodos medievales poco sofisticados, lo que manifiesta una lamentable falta de preparación ante los riesgos epidémicos. En España, corresponde al Gobierno central hacer lo necesario para que sus competencias se traduzcan en políticas y recursos apropiados”, continúa el experto.

Oportunidad para reorganizar el mundo

Por la vía de la prueba y el error, que al parecer es la única válida para gestionar entornos volubles como el que afrontamos, el sistema sanitario se va ajustando semana a semana para responder al virus y evitar la tragedia de la pasada primavera. De aquí saldremos con mejores protocolos pera el control de pandemias, pero ¿qué hay de la gente? ¿Qué efectos tendrá vivir tantos meses sometidos a esta sensación de vulnerabilidad absoluta?

Lejos de todo alarmismo, el filósofo e investigador del CSIC Roberto Rodríguez Aramayo sostiene que esta experiencia tendrá consecuencias positivas. “El coronavirus nos ha bajado los humos. Nos creíamos diosecillos porque lográbamos a golpe de clic todo lo que queríamos, pero eso era la realidad virtual, no la verdadera”, afirma. En su opinión, la crisis que atravesamos es una oportunidad para corregir errores del pasado. “La incertidumbre forma parte de la vida, porque no hay nada completamente seguro, así que no debemos tenerle miedo. Ahora nos toca ejercer nuestra responsabilidad y elegir cómo queremos organizar el mundo. De momento, estos meses hemos aprendido que podemos vivir sin tanto consumismo. Empecemos dando prioridad a lo sustantivo y prescindiendo de lo superfluo”, propone.

Momento de aceleración

Entre el 13 y el 18 de octubre –si los contagios no lo impiden-, en Barcelona se celebrará la segunda ‘Bienal de Pensamiento Ciudad Abierta‘, que este año, precisamente, girará sobre la noción de “negación del futuro” que nos ha inoculado la pandemia y trazará el mundo que se intuye tras esta crisis. Según el filósofo Ernesto Castro, que coordinará una de las mesas redondas, el covid solo ha agudizado tendencias que ya venían apuntándose en el pasado.

“El distanciamiento social no es más que una radicalización del individualismo y la soledad que marcaban nuestras vidas. La digitalización de los contenidos culturales viene de lejos, pero ahora Amazon y las plataformas de ‘streaming’ devorarán a las librerías y los cines a mayor velocidad”, prevé.

En su opinión, lo que padecemos ahora no es incertidumbre, sino algo muy distinto. “La incertidumbre la tuvimos en enero, cuando ignorábamos la pandemia. Ahora tenemos la certeza de que muchos de los trabajos que hacían los individuos se han quedado obsoletos y que una parte importante de la población del planeta es prescindible en términos de productividad y sostenibilidad. Incluso molesta. La historia cambia constantemente, pero ahora atravesamos un momento de aceleración”, afirma.

Tomado de elPeriódico.

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