La Gira Animal cumplió con su título: fue una animalada. El debut de los varilites, luces móviles de diseños lisérgicos, le agregó magia visual a una lista de temas impactante, que hacía desfilar todo el disco salvo “1990” y tenía momentos especialmente intensos. “Para mí, como ingeniero fue un lindo desafío; era el desembarco en estadios de fútbol como Vélez, o Mar del Plata o Córdoba, y aunque Soda siempre fue potente acá hubo que redoblar la apuesta”, cuenta Taverna, que solía hacer el check final con el Black Album de Metallica “porque me servía como brújula, a ver cómo estábamos, aunque los estilos no tuvieran nada que ver”. Pero también, dice el ingeniero, era un desafío en términos estilísticos: “Es difícil hacer sonar un hit como ‘De música ligera’ en vivo, porque todo el mundo lo conoce, todos lo tienen en la cabeza, hasta saben en qué plano está cada cosa y tenés menos margen de error. Dentro de un disco que tiene muchos temazos, que es un gran disco, a mí me gustaba mucho el momento de ‘Hombre al agua’, con toda esa intro, la entrada de batería, el bajo, toda esa sucesión muy climática de instrumentos que se iban sumando. Tenía mucha magia”. La magia, según recuerda Tweety, incluso podía ser demasiado literal: “Una vez en el sur, creo que en Neuquén, había tanto viento que el escenario se levantaba de cinco a diez centímetros del suelo cuando soplaba fuerte…”

Los recuerdos de los músicos que tomaron parte del Año Animal dejan constancia del disfrute y la sensación de algo único. “Había una cierta emotividad tácita porque todos sabíamos que eso que estaba pasando no había pasado nunca con ninguna banda”, señala González. “Pasaba de todo, era Spinal Tap y glamour al mismo tiempo, nos moríamos de risa por eso”, recuerda Alvarez. “Pasamos mucho tiempo fuera de casa, mucho ensayo, problemas a veces como la pérdida de equipos, o micros que se rompían y nosotros quedábamos en el medio de la nada. Pero era todo genial. No quiero que suene como una tontería, pero ese era un equipo maravilloso, y aún hoy somos todos parte de eso. No sé muy bien cómo explicarlo, pero aún sin vernos, estamos conectados, relacionados. No sé si con un código, o como si fuera una hermandad, pero estamos unidos por eso para siempre.” En el medio de los recuerdos, Zeta hace una pausa y dice: “Es lindo recordar todo esto, pasaban cosas importantes pero no teníamos la idea o la dimensión de que iban a tener tanta trascendencia”.

Y faltaba diciembre.

Vélez otra vez

El 22 de diciembre de 1990 no llovió. Fue un día de sol radiante, y una noche en la que Soda Stereo coronó el Año Animal con su propio estadio lleno. Era la primera vez que un grupo argentino se animaba a tanto. “Si no hubiéramos hecho el Vélez de enero con Tears for Fears y la Gira Animal, no hubiera sucedido lo de diciembre”, dice Zeta. Durante la tarde, en lento y sostenido goteo, 42 mil personas abarrotaron el Amalfitani; esa noche, Soda brilló, arrasó, puso en práctica todo lo aprendido en los 25 shows que ya llevaba realizados. De “(En) el séptimo día” al final con la repetición de “De música ligera” (que aparecía en la primera hora de show, entre “Sueles dejarme solo” y “La cúpula”), Cerati, Zeta, Charly, Andrea y Tweety fueron un buen ejemplo de lo que Melero define hoy como “un espíritu de conquistadores, de arrasadores gigantes”. A esa altura, Cerati ya había convertido en costumbre la cita al “Genesis” de Vox Dei en “Sueles dejarme solo”, un vínculo que descubrió zapando en vivo y que vino a demostrar que Soda también podía filtrar en su ADN rasgos de las raíces del rock argento.

El último acto del Año Animal abrió la puerta de los ’90: en 1991 el trío haría catorce funciones en el Gran Rex y terminaría actuando gratis para 250 mil personas en la 9 de julio, pero eso ya es otra historia. Hace 30 años, bajo un cielo amenazante, Soda Stereo empezó a afilar nuevas garras. Cuero, piel y metal: canción animal.