¿Y qué ha cambiado?

Luego de todo este asunto de la pandemia, que sigue llenando la noticia en los diferentes medios informativos y redes sociales, muy dinámicas por encontrarse en ámbitos muy permisibles a casi todo, persiste la confusión de si esto que iniciamos el pasado 16 de junio—es algo para bien o para mal—lo cierto es que mucho de lo cotidiano se ha desbordado y ha conjuntado mucha ironía de quienes nos gobiernan y de quienes quieren sacar raja política de todo esto, en tanto que siguen las estadísticas, los estiras y encoges sobre los datos, sin dar una claridad sobre si lo que se hizo y lo que no se hizo por unos y otros, pudo afectar negativamente nuestras vidas.

Las aperturas fabriles muestran pocas un ordenamiento en su quehacer productivo, otras y son muchas un desorden sobre como habrán de reiniciar el negocio, en donde habrá que evadir la ley para imponer una dinámica productiva que beneficie los bolsillos con una prontitud desmesurada. La población laboral se agolpa a iniciar su actividad productiva, ha sido tanto el receso que cualquiera cosa que cambie esa dinámica anterior es talvez mejor a estar en ese enclaustramiento que para determinadas comunidades fue de poco beneficio, más que doblegarnos el espíritu por la falta de ingresos percibidos.

La criminalidad se contuvo, es difícil saber con precisión los datos, pero la cuenta de accidentabilidad en el tránsito en carreteras y los hechos de afectados por esa vía fue parte de la rutina; muertes y desgracias que afectaron las vidas de muchos también se incorporaron a ese estatus de realidad que vivimos durante casi 12 semanas, violencia social entre vecinos y doméstica, en las propias casas sin contenerse en muchos hogares que sufrían con el encierro; una educación para la niñez y adolescencia en su proceso formal truncada y con efectos nocivos, aún sin calcularse. Hemos estado padeciendo al arbitrio e imposición de quienes detentan el poder, una institucionalidad descarnada en sus más viles vestigios de inoperancia, corrupción, oportunismo que no sirvió o lo hizo muy poco sin afectar los intereses más sensibles de todas las personas que lo requirieron en alguna emergencia o situación difícil que se presentó.

La muerte de la persona que cayó justo en su desfallecimiento frente al simbolismo de la salud—el hospital—cuanto hubo de soportar en su encierro y qué hizo el sistema de prevención contra la pandemia, por esa persona que sólo presenta un significado simbólico de la muerte; para decirnos a gritos en dónde hemos cambiado, en las áreas de la medicina legal, la atención de la salud; las funerarias, los velorios, en las esperas interminables para ser atendidos con la diligencia y la sabiduría de lo estudiado; en los negocios; en la sabiduría popular; en lo tecnológico; en lo técnico; en lo político; dónde realmente hemos cambiado.

De nuevo se va imponiendo todo, muchísimos manifiestan tener la razón sobre todo, pero eso cómo cambia nuestras vidas—pareciera que sólo se está esperando que caigamos en una situación más catastrófica para decirnos ¡te lo dije! Esos errores que en la crisis, fueron de bulto, hoy afloran sus efectos y en lugar de poner nuestras barbas en remojo, de nuevo la soberbia, la discusión estéril se impone, y casi nadie tiene la valentía de aceptarlos para continuar caminando con el alma destrozada, pero con la certeza de haber hecho lo correcto.

Insisto qué ha cambiado, los que ganaron dinero en esta pandemia, están felices, la coyuntura sirvió para posicionarse por su riqueza, no obstante en las necrológicas, se mostró cuántos cayeron por motivos de enfermedades crónicas, naturales y provocadas que al no salvarse dejan un vacío existencial profundo. Para quienes no disponen del poder adquisitivo para publicar el acontecimiento mortuorio, es todavía más trágico, en tanto nadie se entera del suceso imprevisto o acelerado por la situación que vivimos en esta cuarentena, y sólo esperan la entrega del cadáver, el entierro clandestino u oficialmente declarado, y dar vuelta a la página para continuar existiendo.

El trabajo que no hizo Dios como castigo, está desbordado en la vida y, todos quieren iniciarlo para llenar nuevamente sus ilusiones de estar haciendo algo de provecho, los movimientos del comercio y del negocio de nuevo se expanden con sus tentáculos de vida, en todo eso el fantasma del rebrote, de que los números sean un factor de que debemos volver a cuarentenas más estrictas; la experiencia alcanzada nos da un camino, nos aflora mejor el análisis para continuar enfrentando el contagio, pero es algo que en el mundo deshumanizado que vivimos, sólo los números parecen ser los que nos pueden decir si vamos a la incertidumbre de vivir o directamente a masivos fallecimientos de selección natural.

Por: Róger Hernán Gutiérrez. Sindicalista salvadoreño

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