Hollywood y el dilema de sus cuerpos ardientes

Luego de tres meses de paralización a causa de la pandemia y sumido en cuantiosas pérdidas, Hollywood estira músculos y desempolva cámaras, mientras se pregunta cómo salir adelante con sus escenas ardientes.

La imperiosa necesidad de volver al trabajo y darles continuidad a filmes y seriales quedados a medias, hizo ponerse de acuerdo a entidades en torno a las cuales se agrupan directores, actores y editores: ¿El principal obstáculo? La mejor manera de protegerse frente al coronavirus, que también en la soleada California hace estragos.

Surge así un documento marcado por el optimismo, pero que al mismo tiempo presupone una artificialidad extrema a la hora de recrear escenas íntimas, o de sexo desbocado, para las cuales se sugiere recurrir a los efectos especiales, o «suavizarlas» en el guion, siempre en aras de evitar entre los actores la mayor cantidad de contactos físicos.

Tecnología digital entonces en lugar del viejo cuerpo a cuerpo, a lo cual habrá que acostumbrarse, aunque a

nadie escapa que la solución, además de costosa, alargaría el tiempo fílmico, como sucedió con la reciente El irlandés, de Martin Scorsese, y su puntillosa tecnología para rejuvenecer a los viejos actores protagónicos (De Niro, Al Pacino y Joe Pesci). Un propósito de distanciamiento que habrá que ver hasta dónde es capaz de mantenerse, según los presupuestos económicos de cada filme y sin olvidar que, en la llamada Meca del cine, lo que no rinde dividendos, o bien se transforma, o se queda en el camino.

Hay una atenuante, sin embargo: las medidas de protección llegan cuando Hollywood vive posiblemente su más alto momento de mojigatería, con una infantilización denunciada por no pocos y un marcado propósito comercial enfocado en hacer del cine un interés para «toda la familia», lo cual obliga a descafeinar historias, mientras se encumbran los argumentos de superhéroes para quienes el sexo apenas existe.

Fue precisamente el interés por acaparar la taquilla lo que obligó a Hollywood a contenerse en cuanto a mostrar demasiado erotismo, además de que el Código Hays –imperante desde los años 30 del pasado siglo, hasta mediado de los 60–  impuso una mirada puritana a las producciones, al punto   de que los que acudían  al cine  con el propósito de aprender a besar –según lo visto en pantalla– se equivocarían luego  rotundamente; un espacio abandonado que ocuparía la cinematografía europea, en especial la francesa e italiana, con el fenómeno Brigitte Bardot encabezando una avalancha de emociones fuertes.

En los 80 y 90, Hollywood produjo buenos filmes de tórridos contenidos que se quedarían en el recuerdo de los que agradecen el erotismo artísticamente bien elaborado: Fuego en el cuerpo, con una irrepetible Kathleen Turner en el papel  de  una sofisticada y sensual mujer casada, a quien le estorba el marido; El cartero siempre llama dos veces,  inolvidables  Jack Nicholson y  Jessica Lange  sobre un fogón caliente, o Nueve semanas y media, que traía a  Kim Basinger y Mickey Rourke tratando  de derribar paredes bajo la lluvia.

Hoy, pensarlos a ellos convertidos en efectos digitales, sería una prueba más para resistir en tiempos de pandemia.

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