Regocijo empañado: ¿Por qué en Roma y no aquí?

Walter Raudales


El anuncio de la canonización en octubre próximo del mártir por la justicia, el salvadoreño (ahora universal) Oscar Arnulfo Romero, despertó gran regocijo en su pueblo. Sin embargo, al escuchar que el Papa lo hará en el Vaticano, Roma, la capital de Italia, la alegría de repente se difuminó. Quedamos con el regocijo empañado. Seguro que ningún pobre salvadoreño, de los que Romero amó tanto, podrá cruzar el océano y estar en el otro continente siendo testigo de semejante acontecimiento.

En la emoción del anuncio que Romero será canonizado, muy pocos reparamos que no será aquí en la tierra en donde fue asesinado, sino lejos. Recordemos que no fue un martirio cualquiera; que fue asesinado mientras oficiaba la eucaristía en la iglesia del Hospitalito, en pleno altar. La historia de los sucesos y los culpables ya la conocemos.

Si en el 2002, el entonces Papa Juan Pablo II viajó hasta México para canonizar al indígena chichimeca Juan Diego Cuauhtlatoatzin y si el Papa Francisco ha viajado a otros países latinoamericanos para canonizar a otros seres ejemplares, ¿por qué no hacer el esfuerzo de viajar hasta El Salvador?

Surgen varias preguntas. ¿Qué impidió que tal acto, de enorme trascendencia religiosa y humanista, se realizara en el país natal del mártir? Nadie va a discutir que no es lo mismo aquí en El Salvador que allá. Recordemos cómo los “lobby” del Opus Dei, Legionarios de Cristo y la jerarquía eclesiástica conservadora salvadoreña e internacional maniobraron durante el evento de beatificación para bajarle el perfil social a la vida de Monseñor Romero. Recordemos también cómo los “slogan” para ese evento los fueron difuminando desde mártir por la justicia a mártir por la fe, la paz, hasta llegar a mártir por amor y la hermandad.

Adecuaron la lingüística para que la música reveladora de las palabras no destemplara sus oídos. Si el momento de la beatificación fue así, ¿qué nos impide pensar que estos mismos “lobby intra-eclesiales” maniobraron para que la canonización sea en Roma y no en San Salvador, considerando que en octubre estará en su punto más álgido la campaña presidencial en El Salvador?

Otra pregunta inevitable: ¿a quién beneficia y a quién afecta el hecho que la canonización sea en La Plaza de San Pedro y no en La Plaza de El monumento a El Salvador del Mundo? Cualquier movilización de esa magnitud beneficia al partido de izquierda y no al de derecha, cuyo fundador, está comprobado y documentado, es el principal autor intelectual del crimen de quien ahora será Santo. Es imposible no recordar en ese momento de la asunción de Romero al exclusivo grupo de Santos el pequeño detalle de ¿Quién lo mató? ¿Y por qué lo mataron? Esas letales preguntas no se harán mientras se hace la canonización muy lejos.

Varios amigos eclesiásticos y del corpus sacerdotal a quienes les expresé lo antes escrito me respondieron que “al hacerse en el Vaticano vuelve a Romero un santo más universal”. Otro me dijo “de hacer aquí la canonización se politizará, El Salvador está muy polarizado”. Otro con rango de Obispo fue más contundente: “Mira –me dijo- estas son cosas del espíritu, no las mezcles”.

De las respuestas de los amigos del clero ninguno me convenció, pues se trata precisamente de eso, de saber dónde sopla más fuerte el espíritu: si desde Roma o desde el Hospitalito. No es lo mismo verlo por la tele, entre comentarios grotescos de los presentadores y narradores, que sentirlo en vivo mientras se desparrama el espíritu liberador de Romero. Espíritu de liberación que es sin duda el que quieren apaciguar.

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