Miss Realidad. Nuestra Realidad

Nuevamente El Pinochini de América se roba el espectáculo. Una atrevida joven desafiando a un estado pone una luz roja sobre este país, y a pesar de la diversidad de etnias, idiomas, culturas y más no se necesitó una tan sola palabra para hacer llegar un mensaje al mundo de lo que vivimos y morimos en El Salvador de Qué.

Por: Francisco Parada Walsh*

Una venda en los ojos  representa  a mi persona y a cada ciudadano salvadoreño incapaz de ver la realidad, negamos la verdad y la mentira vence. Vemos lo que nos conviene y luego, esa venda negra representa aparte del luto que vivimos, esa indiferencia a la verdad, tenemos ojos pero no vemos, corazón pero no amamos.

Esa justicia que se inclina  siempre hacia el lado del poder y no del oprimido; y hoy, más que nunca, la impunidad y el sistema judicial fue tomado por hordas de bárbaros, de salvajes, y quizá suene mejor por hordas de bárbaros ignorantes, de salvajes personajes que por unas migajas o mendrugos que el poder les da, no les importa aniquilar a la justicia, quizá creyéndose inmortales sin saber que mañana morderán el polvo; y ese vestido color sangre con manos que salen de los sepulcros, de las fosas que empiezan a vomitar a nuestra gente, grita nuestra verdad. Un mensaje contundente, y con toda seguridad causó revuelo en las otras sociedades y no en la nuestra, no, aquí lo que importa es el chompipe, el guaro, la locura.

Cuánto hubiera querido que esa venda no hubiese existido, que nuestras autoridades fueran autoridades y no remedos, parches, la nada; que esa venda que tapa la verdad fuera quitada de un sopapo y que todos fuésemos iguales, siquiera por un rato aunque, para los que le hacen nudo ciego, sordo y mudo a esa venda, también son apenas sombras en el tiempo, nada más, seres de cera creyéndose inmortales ¡Pobres infelices! Que esa justicia que siempre muerde al pobre, siempre inclinada al poder, al mercader de la muerte, al capo di capo siquiera abrace a esos miserables de Víctor Hugo, y sin que haya un escritor de la talla de Hugo, que esos miserables que prostituyeron ¡Aun más! A la justicia reciban el karma que merecen.

Todos nos creemos imprescindibles cuando esa justicia la manejamos a nuestro antojo pero afuera del tribunal de la vida, está la Señora muerte, fumando, tranquila, quizá un poco aburrida esperando decapitar de tajo a esos, que destruyeron al país en menos de dos años y que esas manos llenas de sangre tanto por las victimas pero más por los asesinos fuesen frutales, y el rojo solo fuera un grano de café negro con azúcar blanca en tazas verdes como la esperanza, que no fuese sangre de mi hermano, ni manos perdidas que lo único que quieren es regresar a casa, a descansar con los suyos, y que los suyos, también descansen.

No debo pensar qué  propósito está tras bambalinas al llevar a un certamen tan dramático y doloroso vestido, lo único que me importa es que el mundo conozca nuestra realidad y quizá salga algo bueno de ello, porque yo, tú, él, ella, nosotros, vosotros y ellos conocemos nuestra realidad y ¡No nos importa! En esas manos rojas está representado ese niño que destrozaron a patadas, esas manitos que nunca debieron sufrir ni por cerca un golpe pero si ni eso nos estruja, definitivamente no somos personas, no tenemos corazón, somos entes, sombras, la nada.

Ese vestido representa nuestra realidad por dura que sea, ahí no pude ver que dijera “Surf City”, “Bitcoin City”, “El Expreso de Medianoche”, el hospital más “cool” del mundo mundial, no, no, solo vi dolor, muerte, injusticia que es nuestra “Mi-ss Realidad”, “Su Realidad”, “Nuestra Realidad”, su realidad amigo lector.

Ojalá un día mi país tenga un vestido elegante que represente a mi gente, que sea un sombrero que cubra a todos, que sea como un techo; una camisa no de la selecta sino sudada, con olor al hombre que trabaja, que mueve a este país; un pantalón que no sea verde olivo ni una falda roja y corta sino un pantalón con las bolsas remendadas para que todo lo que caiga, no se lo roben, que lo ganado, sea del trabajador, que dejen de robarnos; y unos zapatos gastados, entre más viejos más me encantan pues representan el andar por la vida y que dejen profundas huellas para que nuestros hijos nos imiten y que el color rojo solo sea el color de un corazón quizá enamorado o apenas latiendo pero sangre de la buena. En la vida, se dejan huellas profundas con los pies, no con las manos.

*Médico salvadoreño

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