¡Dolores de Parto!

Por: Francisco Parada Walsh*

Recuerdo cuando era médico interno y tuve el inmenso honor de realizar la rotación de ginecología en la Unidad Primero de Mayo del Seguro Social; una mañana común me llamaron a atender un parto, la paciente recién había llegado y no hubo tiempo que perder; en esa prisa me tocó romper membranas y en un santiamén estaba bañado de líquido amniótico, el recién nacido adolecía de anencefalia, condición que permite apenas minutos de sobre vida; con todo el respeto y dolor le pregunté a la madre si deseaba ver a su bebé y ella aceptó; entre el llanto de la madre y el líquido amniótico sabíamos que era cuestión de tiempo que el niño falleciera, a esa condición se llama ANENCEFALIA.

Tristemente el acto humano que da la vida y el amor más puro como es el parto, será para El Salvador de Qué lo opuesto, poco a poco los dolores aumentan, aquella alegría efímera, juguetona, burlona donde un falso triunfalismo sirvió de bálsamo para un pueblo dividido, cansado de la mentira se convirtió en tristeza, en quejidos, en dolores de parto.

Las contracciones apenas empiezan, el dolor aumenta, poco a poco El Salvador Parturiento empieza a vivir lo inimaginable, nadie creyó que las contracciones fueran tan fuertes; quizá El Salvador Parturiento se imaginó que le realizarían una cesárea, una fuerte dosis de un anestésico potente (Sopa de pitos) y a dormir los dolores y de repente abrir los ojos, disfrutar un nuevo amanecer donde no hubo dolor, todo es amor y paz ¡nada más equivocado! Es un embarazo anormal, El Salvador Parturiento apenas está en su primer trimestre y tiene dolores de parto cual si fuera el momento de parir; solo que día a día las contracciones son fuertes, desmedidas, afectan corazón, alma, criterio, buen juicio, sentido común y el bolsillo.

El Salvador Parturiento ante lo fuerte de los dolores decidió ir a pasar consulta a esas clínicas-hospitales- casas remodeladas que es la moda en la capital del pecado, lo atendió un doctor que apenas mostraba su rostro, le puso calmantes y le indicó reposo; menuda sorpresa fue que al momento de pagar la atención hospitalaria fue el mismo doctor que la medicó quien cobraba, ya no era una mascarilla KN-95 sino un pañuelo, era un bandolero como en el lejano oeste que se cubría el rostro, tal, como sucede con nuestras macabras autoridades; el paciente no salía de su asombro, de lo caro de la atención brindada, el doctor-forajido del presente hizo ver que todos los servicios básicos habían aumentado y que por eso la factura era tan alta; El Salvador Parturiento no tuvo más remedio que cancelar los altísimos honorarios, sin embargo los dolores seguían, no había ni un tan solo segundo que los dolores no aparecieran.

El Salvador Parturiento no sabía qué hacer, caminaba de arriba a abajo, se sentaba, se ponía de pie y el dolor persistía; nunca imaginó que ese embarazo fuera tan complicado, tan diferente; recordaba los embarazos anteriores, sí fueron dolorosos y algo caros pero no como éste, al final siempre el embarazo llegaba a un buen término y a un final feliz; acá no, todo era diferente; la atención médica más cara, El Salvador parturiento pensó que con el tiempo el dolor desaparecería; pasó el tiempo y nada cambiaba, se llegaba al segundo trimestre y las contracciones eran insoportables, aun, los calmantes poco hacían; ya los nervios y las hormonas de El Salvador Parturiento empezaban a alterarse, su esposo había perdido el empleo, fue de esos despedidos debido al cierre de negocios ¡Peor no podía estar la situación! Ya no tenían acceso al Seguro Social, los ahorros escaseaban y hubo un momento en que El Salvador Parturiento se arrepentía de haber quedado embarazado, ya con tres hijos era suficiente, de poco consuelo le servían los nombres de sus hijos: Dios, Unión y Libertad.

Nunca se le cruzó por el gorro frigio que lo que fue un momento de felicidad y plena libertad terminaría en una tragedia, claro, no culpaba a su pareja; algún consuelo encontraba El Salvador Parturiento al leer las sagradas escrituras, más parecía querer entender lo absurdo, lo descabellado, el triste futuro que le esperaba al hijo que estaba por nacer.

Se acercaba la fecha de parto, era el 15 de septiembre; los dolores eran insoportables, se apersonó al hospital según la fecha acordada y pidió que le llamaran a su ginecólogo; todo parecía que sería el fin de los dolores, el médico se aprestó a atender el parto, El Salvador Parturiento estaba feliz, el calvario acabaría.

Se realizó la episiotomía, y todo parecía normal, la enfermera no pudo ocultar el miedo en su rostro cuando vio que el ginecólogo tenía en su regazo aun producto totalmente irreconocible, El Salvador Parturiento había parido un engendro, un monstro. La enfermera salió corriendo como loca, gritaba por las calles: ¡Señor, somos malos pero esto es demasiado castigo! ¡Ten compasión de nosotros! ¡Señor mío y Dios mío!

*Médico salvadoreño

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