Lo bueno de las dictaduras

Cualquiera con mucho asombro y toda la razón puede llamarme absurdo, incoherente e, incluso, desquiciado, porque para el pueblo no existe nada bueno en una dictadura. Pero permítaseme desarrollar una explicación.

Por: Miguel Blandino

La dictadura permite identificar con claridad meridiana a todos los enemigos del pueblo, desde la cúpula hasta la base. Religiosos, periodistas, deportistas, artistas, bufones, aduladores, empresarios, políticos, militares, policías, burócratas y todos los vecinos colaboradores de la represión dictatorial.

Como no hay mal que dure cien años –más bien, apenas unos cuantos- y como ahora se cuenta con la tecnología para documentar a diario todos los actos, los dichos, hasta las ideas de los susodichos y con todo y foto o con video o audio, no hay manera de decir “yo no fui, fue Teté” a la hora del juicio.

No es necesario acudir a los viejos expedientes de la Santa Inquisición o las prácticas de los militares formados en la nefasta Escuela de las Américas, para conseguir alguna información desollando vivos a los acusados. Ellos mismos lo publican en vivo. Gustan de presumir sus maldades y fechorías y las riquezas mal habidas.

Esa fea costumbre de los nuevos empoderados y nuevos ricos de presumir con toda la prepotencia y la soberbia de la que están rebosantes es lo que los pierde.

Lo acabamos de atestiguar en videos que circularon al momento de la llegada de los altos funcionarios del gobierno salvadoreño al lugar donde se estaba realizando el recuento de votos. Se quemaron solitos, nadie los presionó para que sacaran el cobre.

Como dijo bukele el día de su primera vez en el podio de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, cuando se tomó la selfie –espero que me perdonen la falta de respeto al Castellano, mi lengua natal-: “esta foto la van a ver más personas que los que van a oír todos los discursos de ustedes”.

Y sí, los videos, los audios y fotos de los delincuentes que por ahora gobiernan a todos los niveles, de la República de El Salvador, por la fuerza bruta, por acciones y actitudes fuera de toda ley, están quedando registrados, grabados, filmados, fotografiados y ya han sido difundidos y replicados a tanta gente y con tanta celeridad que hay millones de testigos de cargo para cuando se les siente en el banco de la justicia.

Como ejemplo, traigo a cuentas los voluminosos expedientes que obran en poder de la Corte de Nueva York en el juicio que se le sigue al facineroso que fue todopoderoso presidente en la hermana República de Honduras, Juan Orlando Hernández (JOH).

El señor juez Kevin Castel del Distrito Sur de Manhattan tiene todos los pelos de la burra en la mano. Desde las grabaciones de cuando llamaban de Costa Rica para preparar la llegada por vía aérea de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, a un rancho del presidente Hernández, hasta la lista de nombres de las empresas y de las personas que participaban en el lavado de dinero del narcotráfico. Y eso que entonces todas las tecnologías eran menos invasivas que las que existen ahora.

Y no solo son los datos que involucran a los peces gordos, sino los de quienes participan en toda la telaraña que tienen que construir para disimular los movimientos que les permiten el traslado de las drogas y el lavado de las ingentes cantidades de dinero: las que tienen que transferir a sus amos, las que tienen que repartir entre los subordinados y las que reparten entre sus familiares que les ayudan a dispersar enormes fortunas. En el caso concreto de Juan Orlando Hernández, su querida mamacita, sus hermanos –incluyendo a Hilda, la presunta muerta-, su esposa, sus hijas, los socios, los funcionarios, correligionarios y empleados, etc.

En fin, en el caso de las dictaduras, el grupo de delincuentes necesita blindarse lo más que sea posible para evitar filtraciones de sus secretos y el ingreso de espías o traidores, y así es como terminan por aislarse en un círculo muy reducido, lo cual facilita la identificación de los miembros del cartel criminal.

Esa atomización de las dictaduras es buena para la justicia.

Pero hay otra cosa que es mejor aún. Se trata de la oportunidad de reunir a todas las fuerzas de la sociedad para rescatar el valor más importante, después del valor de la vida, que es la libertad.

Las dictaduras tienen como herramientas necesarias la coerción, la amenaza y el miedo para poder imperar. La consecuencia de ese chantaje a toda la sociedad es la pérdida de todas las libertades. No solo la libertad de circulación, sino la libertad de organización, de reunión, de expresión del pensamiento, la censura de la información, la pérdida de la libertad de cátedra, entre otras. Pero ningún régimen restrictivo y de pensamiento único tiene asegurado largo recorrido.

Por su misma naturaleza, el ser humano se resiste a estar constreñido. Busca y encuentra los mecanismos para romper las ataduras. En esa coincidencia de intereses terminan por encontrarse las personas sin importar su procedencia, creencia, color o sexo. Su tema común es la libertad.

El regreso al uso del papel y del lápiz para mandar mensajes, el recurso del uso de la memorización de la información, el disimulo y el enmascaramiento, se vuelven técnicas de evasión de la vigilancia.

La dictadura en El Salvador tiene ya varios años de que está contratando los servicios de espionaje, para perseguir a periodistas y políticos, a empresarios y académicos. Ha contratado a Google para poder tener acceso a la “nube” y, por su medio, a toda la información almacenada en esas supermemorias de todos los usuarios de los medios de telefonía celular, internet, redes sociales, etc. Hoy está anunciando la contratación de los servicios de patrullaje cibernético. La idea es la de penetrar hasta el último de los rincones para saber lo que dice cada persona y así poder neutralizarla si la considera una amenaza.

No pueden esperar esos poderosos por la tecnología de neuralink para poder instalar en cada cerebro el chip que les permita no solo leer sus pensamientos, sino dictarle órdenes a cada sujeto, tal y como ya se hace con todos los enseres “inteligentes”, desde las cafeteras, televisores y refrigeradores, hasta los drones que se utilizan para espiar o para bombardear.

El sueño húmedo del control absoluto mediante la vigilancia universal del Gran Hermano palidece frente al chip insertado directamente en el organismo de cada quien.

El pretexto para implantarlo es simple, de naturaleza médica. Van a venderlo como la solución de todas las enfermedades mediante su detección en las fases iniciales gracias al más revolucionario avance tecnológico. Y el lema va a ser el más burdo: “de nada te va a servir tener dinero si no tienes salud”.

Y, claro, los que más se enferman y carecen de dinero para recuperar la salud son los más pobres, la mayoría a la que hay que neutralizar porque es la que tiene muchas necesidades insatisfechas, desde empleo y salario decente, hasta vivienda digna, agua, electricidad y, sobre todo, comida. La educación para ellos no es vital ni urgente. Pero la salud sí.

Contra la pretensión de hacernos cruzar esa última frontera -que si la traspasamos nos alejará irremediablemente y de modo irreversible de toda libertad- es que tendrán que unirse sin distinción los hombres y mujeres que consideran que ser libres es el valor más preciado, sobre el que descansa la dignidad de todo ser humano.

Contra la propaganda sibilina que convence a los que no tienen defensas teóricas ni axiológicas, se van a reunir los valientes y esclarecidos para difundir la imprescindible contrapropaganda de la resistencia entre el pueblo.

Lo bueno es que la miseria de satisfactores materiales que es inherente del subdesarrollo que producen indefectiblemente todas las dictaduras, no se compensa con su propaganda, por muy sofisticados que sean los medios y muy profesionales que sean los propagandistas. Ningún mensaje satisface el hambre en el estómago. Y el hambre no lo puede evitar la dictadura. En su pecado lleva la penitencia, eso es bueno.

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