Notas para un balance del pontificado de Francisco

Llegar a los ochenta y siete años (17 de diciembre de 1936), convierte al Papa Francisco en uno de los más longevos. En 1936 la esperanza de vida al nacer era de 59 años. Las condiciones de vida, la disciplina y el cuidado de la salud han permitido a Francisco superar con 45.7% ese punto al llegar a los 87 años.

Por: Jesús Arturo Navarro Ramos

A este dato hay que añadir que Francisco ha enfrentado con éxito además de las presiones del pontificado, las tensiones vinculadas con sus cargos como Provincial de la Compañía de Jesús (1973-1979) en tiempos de la dictadura, y posteriormente en su desempeño como obispo auxiliar (1992-1998) y arzobispo de Buenos Aires (1998-2013). En todas ellas el estrés asociado al ejercicio de la gestión y la autoridad -durante 37 años en el caso del Papa Francisco- suele dejar huella en la vida de las personas. No es de extrañar que a los ochenta y siete años tenga que ingresar al hospital y deba disminuir sus actividades por indicaciones médicas.

A la distancia de diez años de pontificado, es posible hacer un recuento parcial de los avances que ha supuesto la llegada de Jorge Mario Bergoglio al pontificado. Los hechos pueden analizarse desde distintas ópticas. En este texto observo las acciones del Papa Francisco desde dos perspectivas: hacia el exterior e interior de la Iglesia.

Hacia el exterior de la Iglesia, la llegada de Francisco ha implicado una llamada de atención a los gobiernos en torno a tres grandes problemas: la corresponsabilidad con el cuidado de la casa común, particularmente la sobre explotación de los recursos y el desajuste del cambio climático; la corresponsabilidad con el otro, el prójimo vulnerable por la cultura del descarte, la depredación del modelo económico y la falta de oportunidades que tiene una de sus expresiones en la migración y la guerra; y el diálogo con los que creen y piensan diferente para proponer alternativas desde fuera de la caja del modelo económico y político vigente.

Desde el interior de la Iglesia existen muchas líneas abiertas por Francisco, entre las que destacan: el reposicionamiento del Concilio Vaticano II, la reforma de la Curia, la insistencia a los clérigos de ir a las periferias, dar voz a los marginados por ser diferentes, el posicionamiento de las mujeres, el enjuiciamiento a obispos, cardenales y fundadores de religiosos acusados de abusos, encubrimiento o corrupción; la intervención a congregaciones religiosas de corte conservador e impulsoras de la teología de la prosperidad, el enfrentamiento a la pederastia, el nombramiento de un grupo amplio de obispos y cardenales procedentes de la vida religiosa, la búsqueda de la sinodalidad en la toma de decisiones  y la diversificación de la procedencia de los cardenales.

No es sencillo hacer un balance de estas acciones, sin embargo, es posible reconocer que la llegada de Francisco al papado y sus acciones, han permitido instalar una nueva forma de comprender la eclesiología, la pastoral y la relación con los subordinados con el criterio del sacerdocio común antes que el sacerdocio ministerial. Al mismo tiempo, se empieza a abrir espacio a una cultura eclesial adormecida por el invierno eclesial instalado por Juan Pablo II, y que encuentra su fuerza en la renovación del Concilio Vaticano II. Esto ha permitido que las viejas estructuras de la Iglesia empecen a crujir y expresarse en las voces de los que detentaban el usufructo del capital simbólico religioso. Estas voces, acostumbradas a moverse en el silencio, en la omertà, a ejercer el poder y recibir el reconocimiento de los creyentes quedan evidenciadas como oferentes de un modelo eclesial en crisis.

A los ochenta y siete años, Francisco parece tener claridad de que el reto mayor es la instalación de una nueva cultura eclesial, por ello, prepara la sucesión desde distintos frentes y no sólo el del futuro cónclave.

*Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente – México

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