Por: Natalia Aruguete

A una semana de asumir, el gobierno de Javier Milei ha mostrado un comportamiento heterogéneo. En el discurso de asunción fue tajante con el espíritu de un ajuste basado en un diagnóstico exaltado, que endosó más al Estado que a la «casta». A poco de andar, sus funcionarios de máxima relevancia, el ministro de Economía, Luis Caputo, y la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, esbozaron las concreciones y lineamientos del ajuste y el «restablecimiento del orden». Esta vez, la «gente de bien» también quedó comprendida y alcanzada por las consecuencias de la motosierra.

Milei abandonó etiquetas y valores que habían sido pronunciados con vehemencia durante la campaña electoral y los reemplazó por otros con objetivos de distinto tipo: endurecer, negociar, ampliar la base institucional y fidelizar ideológicamente a sus distintas camadas de votantes, los propios y los prestados por el ala dura del PRO. Página/12 dialogó con el investigador del Conicet Sergio Morresi, estudioso de las derechas y uno de los autores del libro “Está entre nosotros. ¿De dónde viene y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir?”. Integrante de un equipo de investigación dirigido por Pablo Semán, que desde 2019 investiga el crecimiento de los grupos libertarios, problematiza la radicalización de una derecha en la Argentina que corrió el margen de lo decible y “que interpela transversalmente a la sociedad, más allá de que sus militantes hayan sido, al comienzo, solo varones jóvenes”.

–¿Cuáles son las rupturas y continuidades que tiene la actual conformación de la derecha en Argentina con las derechas más tradicionales?

–La palabra “nuevas derechas” aparece cada tanto, y eso tiene que ver con que, ante diferentes fracasos las derechas se han ido renovando, y han sido veloces y exitosas al hacerlo. Esta encarnación es nueva en un sentido importante, ya que logra fusionar aspectos de las dos familias de las derechas que habían estado bastante enfrentadas durante casi todo el siglo XX y parte del XXI. Y de esa forma llega a la Presidencia. Algunos de esos sectores nacionalistas ya estaban dentro del PRO, como Abel Posse, Gómez Centurión o Cynthia Hotton. Pero el PRO los fue expulsando porque los consideraba “piantavotos”. La sociedad iba instalando temas en la agenda, en un estilo más bien liberal-conservador, y los nacionalistas reaccionarios se fueron yendo. La Libertad Avanza logra juntar esas vertientes. Haciendo retrospección, uno puede ver que en las marchas del 12A u 8N, hacia 2012 y 2013, confluía gente que no pensaba igual, pero se oponía al gobierno de Cristina Kirchner. Esa gente apostó mayormente por el macrismo, pero muy pronto se desilusionó.

–¿Por qué se desilusionó con el macrismo?

–Porque decían: “esto no es lo que yo quería, yo quería derecha y resulta que no me dan tanta derecha como yo quería. A eso se sumó la dimensión etaria y generacional. Es decir, pibes que fueron socializando ideas y prácticas distintas. Esta socialización de los jóvenes se fue dando desde antes pero explotó con el debate sobre el aborto. Quizá fue una sociabilidad más católica, iban a las parroquias o a las escuelas, participaban de las marchas y quedaban del lado celeste; esos fueron importantes espacios de socialización. Allí se fue armando una amalgama social y cultural novedosa, que reunió a estas dos familias dentro de la derecha que buscaba una expresión política, y llegó al poder por el lado de La Libertad Avanza.

–Ya que menciona el debate por la legalización del aborto, traigo una línea de investigación que encuentra el crecimiento de las derechas como una forma de reacción a la conquista de derechos civiles. ¿Es posible pensar algo similar en Argentina?

–Creo que algo de esto pasó. Yo no utilizo el término “revanchismo”, porque no me termina de quedar claro y, además, hay discusiones europeas que tal vez no se apliquen acá. Pero claramente hay una reacción a los avances que se dieron en el caso del aborto, o a ciertos escándalos visibilizados por ciertos públicos a través de las redes sociales, o lo que es percibido como un “adoctrinamiento en las escuelas”. De a poco se conformó una reacción que fue circulando. Cuando empezamos a mirar las redes, hacia 2018 u 2019, rastreamos las discusiones que se daban en Reddit o en videos de YouTube, donde se admiten comentarios. Y con cada nuevo caso, volvían a activarse a lo mejor situaciones que habían ocurrido mucho antes. Y eso coincidía con una creciente reacción a los avances en materia de derechos civiles.

–¿Por qué este tipo de discurso tuvo tanto alcance?

–En el trabajo de campo, uno de los influencers me dijo: “A mí, en realidad, estos temas no me interesaban. Yo empecé haciendo videos de economía, pero no los veía a nadie. Me puse a hacer videos sobre ideología de género y mi canal explotó, así que ahora vivo de esto y me va bárbaro”.

–En el libro Están entre nosotros, ustedes muestran una suerte de segmentación en el discurso: mientras en la televisión y en YouTube se concentraron en la dimensión económica, en otras plataformas apuntaron contra la ideología de género y la antiderechos humanos. ¿Cómo jugó culturalmente la segmentación discursiva en el actual ecosistema mediático-digital?

–Creo que fue exitosa. Eso quedó claro en el 2019, cuando Mauricio Macri perdió la elección. Ese año, José Luis Espert, candidato típicamente liberal, fue retrocediendo de esas posiciones. Gómez Centurión –más nacionalista típico no se consigue– se empezó a acercar al discurso libremercadista. Y Victoria Villarruel, no sé qué tanto cree realmente en el libre mercado, pero dice que sí cree. En ese momento se hizo clic: “si estábamos juntos en las plazas y compartimos las ideas, ¿por qué no podemos estar juntos?”

–¿Cómo define el concepto “derecha libertariana radical”, que usa como elocuente de los rasgos que distinguen a esta derecha de versiones anteriores?

–Esa es una discusión tal vez menor, pero a mí me importa. Se suele decir que esta derecha es neoliberal, pero los neoliberales creen que el Estado tiene que estar para regular y desregular, porque al mercado hay que apuntalarlo. Los libertarianos de verdad creen que hay que combatir al Estado, y lo creen de una manera radicalizada. Pero lo que distingue a Milei ni siquiera es eso, sino haber logrado una fusión de derechas, que es el que tomamos como eje articulador del libro. Esto en Argentina no se había dado, o sí se logró para dar el golpe en 1955: se fusionaron 10 minutos, después se mataron y cada uno siguió su camino. Acá se fusionaron en el llano y parecen seguir fusionándose en la medida en que se va desplegando el gobierno. No serán mayoría necesariamente pero son una fuerza importante, que excede el 20 por ciento que tuvieron en los años ‘70 con Francisco Manrique.

–Considerando los antecedentes que menciona, ¿cuánto puede persistir esta fusión y cuán efectiva será para gobernar?

–Creo que es una acción estratégica: el liberalismo conservador pensaba “así no llego a ningún lado, me alío con una parte del radicalismo”. El nacionalismo reaccionario pensó: “así no voy a ningún lado, me hago peronista”. Y bajaban su grado de derechismo para insertarse en la política de masas. En paralelo, al peronismo no sé qué tan sencillo le resultaría hoy recapturar a esos sectores nacionalistas más reaccionarios. Si el kirchnerismo también se corre a la derecha, es medio raro que deje el campo político de la izquierda todo vacío, por más que no sea la izquierda real. Entonces, me parece que sí tienen chances de persistir.

–Pero Javier Milei ganó la presidencia con un voto más heterogéneo.

–Claro, este es un núcleo activista, mientras que el votante es mucho más amplio. Pero ese núcleo activista mantiene al votante un poco más cerca. Ahora, con el ajuste confirmado por el ministro de Economía, Luis Caputo, mucha gente se va a ver desilusionada y traicionada. Pero otro tanto va a bancar; algunos porque creen que es el último trago, otros porque dicen: “no es lo que quiero, pero al menos tengo la esperanza de que me van a sacar el adoctrinamiento de las escuelas”. No veo una disolución pronta, a menos que se vuelva a cambiar el escenario.

–En la primera semana de gobierno, es posible distinguir dos momentos. El discurso de asunción, cargado de conceptos valóricos y ejes generales, generó un primer momento de entusiasmo. En los días siguientes, las medidas económicas fueron traduciendo esos ejes valóricos de manera más concreta. ¿Qué observa del lado de los votantes?

–Creo que, por un tiempo, persistirá el apoyo pese a estas medidas. Tal vez la estrategia sea agravar la situación ahora todo lo posible, para atribuir esto a la herencia. Están cavando el pozo para que la crisis sea más terrible y puedan actuar con libertad. Salvo que cometan algún error comunicacional, de presentación, alguna barbaridad terrible, yo no veo que sus votantes aflojen su apoyo. Sí veo un impacto fuerte en sectores medio bajos, pibes que laburan pedaleando y empleadas domésticas, por poner solo dos ejemplos. Sí creo que, si pasan los meses y esto no va para ningún lado, parte de esa gente se irá despegando. Para entonces, lo único que le quedará a Milei es activar la dimensión ideológica. Pero no sé si lo logre porque los socios que tiene hoy no quieren que la active.

–Muchos definen esta como una nueva era Milei en términos culturales, ¿dónde ubicaría el inicio de esta era, el triunfo de Cambiemos en 2015, el conflicto con el campo en 2008?

–El conflicto de 2008 es un antecedente y no el inicio de lo que ocurre hoy. Ese fue un ciclo de movilización, pero más ecuménica, más amplia, que no tenía el sentido que fue adquiriendo hacia el final del gobierno de Cristina. Ubicaría el inicio sobre el final del segundo gobierno de Cristina, en las marchas de 2012, 2013 y 2014. El triunfo de Cambiemos habilitó la expresión de quienes decían “intentamos por acá; por acá no es, vamos a buscar otra cosa. Y en ese “buscar otra cosa” había también una cierta desazón.

–¿Y esa desazón generó algún cambio?

–En las entrevistas nos decían: “Este me parece un gobierno de mierda” o “No me gusta porque…”. Y les preguntábamos: “y, entonces, ¿a quién vota?”. “A Macri”, respondían. En ese momento también aparecieron pibes de 15 o 16 años que empezaban a tomar otro rumbo que el que uno hubiera esperado dado su núcleo familiar. En ese sentido, el fracaso de Cambiemos también fue habilitando otra oleada. Y definitivamente todo esto explotó con la pandemia.

–¿Qué explota con la pandemia, en términos ideológicos y culturales?

–El discurso que ponía el eje en la libertad y veía en el Estado un problema hizo sentido para mucha gente. El Estado era el que le impedía trabajar, no recompensaba suficientemente. Para los que trabajaban, salir del barrio era muy difícil. Contra el Estado, la libertad funcionaba. La discusión en términos de las escuelas también fue terrible y abonó mucho esta discusión. También hizo sentido la idea de la “casta” en aquel momento, cuando se popularizó el “trío pandemia”: Alberto, Kicillof y Rodríguez Larreta. Y los que están fuera de esa casta era gente que todavía no era candidata a nada, como Milei. No era el único, pero era el célebre. De hecho, él se negaba a ser candidato en ese momento, pero en las redes sociales aparecía como el demandado para ocupar ese lugar. En ese momento, Macri y Bullrich se empezaron a acercar para llevarlo al PRO. Fue allí cuando la idea de libertad contra el Estado y contra la casta hizo todo el sentido del mundo.

–En su discurso de asunción, Milei no mencionó la casta, sino que apuntó contra el Estado. Junto con la “casta” quedaron fuera otras etiquetas que funcionaron muy eficazmente durante la campaña. ¿Por qué recurrió a esa estrategia?

–Será una estrategia difícil porque, más allá de que Mauricio Macri hoy no esté ocupando un puesto institucional, continúa liderando el espacio y la actitud del PRO. Macri tiene una actitud muy expectante todavía para ver cómo son los resultados antes de involucrarse más. Milei dijo: “no hay vendetta, no me voy a meter con Cristina, es problema de ellos”. También es cierto que ese más de 20 por ciento que lo votó en el balotaje está muy comprometido ideológicamente en el sentido puramente reactivo: antes que el kirchnerismo, prefieren cualquier cosa. Y también es una base de apoyo importante si la economía empieza a no funcionar de algún modo. Quizá encuentre en los adherentes de la última hora, gente más fiel de lo que uno imaginaría. Milei no tuvo una campaña antiperonista. Fue bastante respetuoso con la tradición, la simbología. Pero a lo mejor se recuesta sobre una postura más antiperonista si su propia base empieza a degradarse. Porque, insisto, Milei tiene una base ideológica, pero parte de su electorado dijo: “estoy a la miseria, lo voto a este”. Esa gente ahora está sorprendida, dolida. Ese voto económico, retrospectivo, es muy lábil. No sé qué tan fiel pueda ser.

–Durante una campaña con grandes etiquetas, las distintas líneas de la derecha parecían más aglutinadas. Ahora, que empiezan a presentarse las medidas con mayor precisión, ciertos dirigentes de Juntos por el Cambio comenzaron a pronunciarse y mostrar, aunque tibiamente, cierta incomodidad. ¿Piensa que va a poder seguir manteniéndose esa postura de acompañamiento sin crítica en el próximo tiempo si el escenario se pone muy duro y falta contención? Se lo pregunto, incluso, pensando en la situación de los gobernadores e intendentes.

–Si va a negociar o qué relación mantendrá, creo que todavía no debe estar decidido. Creo que su primera idea tenía que ver con “extorsionar” propiamente más que negociar. Pero en vistas del lenguaje que usó el ministro Luis Caputo, pareciera haber voluntad de negociar.

–¿En qué sentido? ¿Dónde encuentra concretamente la voluntad de negociación?

–En el sentido de “no haremos obra pública nueva, pero la vieja la vamos a negociar”. Lo relativo a la problemática social está abierto. Puede que haya obra pública o algunas transferencias que, de alguna manera, se relacione con lo específicamente social, que también puede negociarse. En este punto, el discurso de Caputo estuvo dirigido a buscar esa base institucional. El tipo de lenguaje usado por el ministro de Economía durante su anuncio mostró que hay voluntad de negociar. Concretamente, la forma como eludió hablar de algunas cosas, creo que es un indicador que no se veía claro antes.

–En un escenario que, todo lo indica, se agravará para los sectores más empobrecidos, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, anunció el protocolo antipiquetes. ¿Qué mensaje busca transmitir a la sociedad con esa norma?

–El protocolo muestra con claridad que hay una decisión tomada no solo sobre el modo de responder a las protestas sociales sino también advierte sobre una tónica: la de considerar al borde del demos, es decir de la ciudadanía plena, a ciertos sectores sociales y políticos que no encajan del todo entre los «argentinos de bien».

Fuente: Página|12