Libro | Eichmann en Jerusalén

El régimen nazi fue un aparato rígido y jerarquizado, donde la mayoría de agentes estatales cumplieron con lo que se les demandó. El ordenamiento jurídico hizo posible que los actos aberrantes formaran parte del Estado. Dentro de ese Estado Criminal, desobedecer una orden se convertía en delito.

Por: José Guillermo Mártir Hidalgo*

Por haber organizado el exterminio de los judíos del centro y del este de Europa con tanta brutalidad, el sentir usual es que sus ejecutores debieron ser engendros satánicos, pero según Hannah Arendt, filosofa, política alemana de origen judío, el Teniente Coronel Otto Adolf Eichmann no fue el monstruo que se quiso presentar, fue un burócrata del nazismo, un hombre ordinario, alguien del montón. Era especialista en asuntos judíos que se encargó de organizarlos y deportarlos a los campos de exterminio.

Arendt señala, también, la complicidad de ciertos judíos, los líderes de consejos judíos, quienes colaboraron plenamente a la hora de enviar a sus iguales a los campos de exterminio. Durante su encarcelamiento, antes del juicio, el Gobierno de Israel envió psicólogos para examinar a Eichmann. Estos no encontraron ningún rastro de enfermedad mental, tampoco encontraron pruebas de personalidad anormal. Los crímenes más abominables del nazismo no fueron cometidos por fanáticos ideológicos, criminales consuetudinarios, psicópatas, sádicos o degenerados sexuales. Los perpetradores de tales infamias fueron, en su mayoría, hombres comunes y corrientes. La desproporción entre las pavorosas trasgresiones de Eichmann y su absurda personalidad, solo podría haberse originado y propagado en un contexto institucional donde era posible desentenderse de la responsabilidad de sus actos. Arendt fue la enviada especial de la revista estadounidense semanal, “The New Yorker”, para cubrir el juicio de Eichmann, el cual se llevó a cabo en Israel en mil novecientos sesenta y uno. Donde un jurado lo declaró culpable de genocidio y fue condenado a morir en la horca por crímenes contra la humanidad. Posteriormente, escribe el ensayo “Eichmann en Jerusalén: un estudio acerca de la banalidad del mal” el cual fue publicado en mil novecientos sesenta y tres.

El actor social es una mezcla de roles y estatus sociales, que le dan sentido y significado más allá de sus intereses. Estos roles están determinados por organizaciones e instituciones sociales de manera independiente a su voluntad. El actor social es una criatura del sistema social, que ejecutará su papel respectivo en el entramado de los vínculos sociales. En Alemania, las personas comunes y corrientes, se adaptaron a los valores y normas del nazismo. Los pocos que se negaron a cooperar con el régimen nazi, fueron aquellos que se atrevieron a juzgar por sí mismos. En el régimen nazi colapsó la moral y la facultad personal de juicio. El burócrata nazi perdió el sentido de responsabilidad personal (desconexión moral). Eichmann se preocupaba por conseguir reconocimiento y éxito, esto lo cegó de sus crímenes que evaluaba con la guía de los criterios de competencia, eficiencia y obediencia. En el juicio, no mostró ni culpa ni odio, alegó que él no tenía ninguna responsabilidad porque estaba simplemente «haciendo su trabajo». Él cumplió con su deber, no sólo obedeció las órdenes, sino, también obedeció la ley.

La ideología explica el mundo y el sentido de la historia. La potencia de una idea, a través de la conjetura de sus deducciones, nos lleva a consecuencias inflexibles. Cuando el pensamiento ideológico es introducido en política, la ideología se expresa de forma simplificada y distorsionada. Esa falsa creencia conduce al terror, que es la esencia de dominación en el Estado Totalitario y el principio de toda política totalitaria. El propósito es alcanzar el control y dominación de las conductas, de la diversidad de personas, a través de la práctica implacable de la consecuencia de las suposiciones ideológicas.

El pensar es una facultad mental fundamental y autónoma. Pensar nos impulsa por una sed de saber o a un afán de conocimiento. El juicio es la facultad mental más política de todas, lo requerimos para orientarnos en un mundo de apariencias caracterizado por la variedad y la diferencia. Actualizar la conciencia mediante el pensar, es estar siempre examinando nuestros actos, opiniones y pensamientos.

Los únicos que no participaron en la dictadura nacional socialista, supieron actualizar el diálogo interior consigo mismos. Eichmann no estaba familiarizado con ejercitar el pensamiento, carecía de la costumbre de pensar y someter lo que hacía a juicio. La incapacidad de Eichmann para pensar por sí mismo, fue ejemplificada por su uso constante de «frases hechas y clichés auto inventados», demostrando su visión del mundo irreal y la falta agobiante de habilidades de comunicación a través de la dependencia del «lenguaje oficial» y su regulación eufemística que, hizo que las aplicaciones de las políticas de Hitler fuesen «de alguna manera aceptables».

Pensar libera la facultad de juicio que nos hace distinguir lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo. El mal es producto de nuestros actos y solo podemos calificarlo como tal, si lo juzgamos. La banalidad del mal es, la abdicación de la persona de su responsabilidad de confrontar reflexivamente sus propios actos y consecuencias, sometiéndolos al tribunal de la conciencia.

Lo llamativo del ensayo es que, desacredita la idea de que los criminales eran manifiestamente psicópatas y diferentes de la gente normal. A partir de este análisis, muchos autores consideran que, situaciones extremas como el Holocausto, pueden hacer que el más común de los humanos, cometa crímenes horrendos con los incentivos adecuados. Arendt se muestra en desacuerdo, Eichmann era libre en su voluntad, aunque haya jurado el Principio de Obediencia a Hitler.

Arendt insiste en que la elección moral sigue siendo libre, incluso en el totalitarismo, esta elección tiene consecuencias políticas, incluso cuando el que decide es políticamente impotente. Arendt puso de manifiesto que, el mal puede ser obra de la gente común, de aquellos que renuncian a pensar, para abandonarse a la corriente de su tiempo. Para Arendt, una persona “banal” es la que no piensa por sí misma y se somete a una estructura superior, en la que pierde toda capacidad de medir las consecuencias de sus actos, comportándose sin ética y sin angustia por ello. La banalidad de Eichmann consistía en ser un burócrata acrítico, un funcionario sumiso que jamás reflexionó sobre aquello que proponía la máquina de exterminio nazi.

*Psicólogo salvadoreño

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