Una vuelta al cole especial

«Debe estar la cosa bien complicada cuando este año no han sacado el anuncio”, me dice mi amiga que está deseando que el dicho publicitario popularizado por los grandes almacenes se haga realidad porque no aguanta más.

Por: Manuel Alcántara*

Vive en un piso de poco más de cien metros cuadrados con una terraza orientada al sur a la que dan tres de las cinco habitaciones que tiene. El barrio es uno más concebido durante la explosión inmobiliaria de hace medio siglo.

Desde marzo ella y su pareja hacen teletrabajo, aunque sus ocupaciones son distintas yendo de la actividad más estrictamente burocrática con un horario fijo a la más liberal con una agenda sin restricciones. Sus dos vástagos que están en edad escolar han vivido el marasmo de las aulas virtuales y luego han realizado un sinfín de labores tampoco presenciales con las que han ido llenando el verano que, entremedias, ha contemplado salidas esporádicas a pueblos cercanos donde pasar algunos días en casas de amigos o de familiares.

Sabe que se han establecido nuevos hábitos que van a perdurar durante mucho tiempo, si no para siempre, y que la formación de rutinas requiere de un margen. Odia la incertidumbre, la improvisación. Dice que como experiencia ya tiene suficiente, que quiere pasar página. Los cinco últimos meses han dado para toda clase de sensaciones, casi siempre moteadas de un carácter negativo: enfados, riñas menores, frustraciones, cansancio, tedio.

En un momento dado el espacio se convertía en una camisa de fuerza que inhibía cualquier atisbo de imprescindible intimidad. Las interacciones entre los cuatro devengaban en un juego a veces perverso de gestos soeces e inhibiciones oscuras, silencios reiterativos y palabras recortadas entre dientes. Pero había lugar para el sosiego después de la batalla que imponía el descubrimiento de una vieja película pendiente de ver o la excitación producida por la negociación para ver quien salía a tirar la basura o a hacer la compra.

Septiembre está aquí. Siempre fue un mes especial que hacía que la vuelta al redil tuviera un carácter ritual bien recibido. Después de todo, el ritmo del verano era insostenible y el regreso a la normalidad resultaba entrañable. Los chicos avanzaban de curso en curso en una progresión numérica que solo se entorpecía cuando se cambiaba de ciclo. Los mayores estaban ya ubicados en la monotonía de la edad tardía.

Pero ahora, es todo tan extraño. Nadie asegura nada. En los trabajos nadie dice nada y la mayoría parece conforme con el modus operandi establecido; al parecer “todo el mundo gana” pues se reducen costes y la productividad, subrayan, no disminuye. El asunto radicará en las clases, ¿serán como siempre, aunque con horarios salteados?, si ya está previsto en caso de algún contagio en el colegio ¿se volverá a la virtualidad? Es en este punto cuando mi amiga con los ojos desorbitados me dice que tiene que confesarme algo: “No lo aguantaría, no podría soportar más mi ignorancia ni la estulticia de los profesores”.

II

Desliza su dedo índice por los lomos de los libros de la estantería en busca de aquel volumen que hace tiempo pensó que debería incorporar a la bibliografía del curso, pero no lo encuentra. Recuerda que tenía un capítulo de especial interés para una de las lecciones y que entonces pensó que serviría para abrir una discusión interesante porque mantenía una visión original y provocadora.

Desiste en el empeño y vuelve al ordenador para continuar con la tarea. Pensativo ante la pantalla duda del sentido de lo que está haciendo. La universidad ha estado cerrada por vacaciones unas semanas y no tiene claro si se habrán matriculado estudiantes en su asignatura en número suficiente para que se active. Al contrario de su colega chilena no está preocupado porque tenga o no estudiantes ya que a fin de mes cobrará el sueldo de siempre que solo una vez, hará unos diez años, se redujo en torno al cinco por ciento. Únicamente le molesta que se rompa la rutina de tantos años.

Acaba de llamar a la secretaría del centro para conocer las directrices sobre el desarrollo de la docencia tras haber recibido un mensaje donde se dice que la ciudad vuelve a estar en cuarentena a partir de esta mañana. Se han tomado precauciones desde hace meses y hay varios planes urdidos en función del escenario que se pudiera dar, así que entiende que todo está bajo control.

Además, ha recibido distintos seminarios virtuales para adaptar su enseñanza a la plataforma utilizada, igualmente tiene ideas claras de cómo hacer las presentaciones e incorporar videos cortos y láminas que ha preparado minuciosamente. Le choca que su colega español no esté al tanto de esas cosas y que su universidad apenas si se haya preocupado por articular un sistema de docencia amable; reconoce que no está preocupada porque es persona acomodaticia y de hábitos previsibles, asimismo sus honorarios pocas veces han faltado. La secretaria le informa que su curso se ha suspendido. Desde hace tiempo no tendrá trabajo el cuatrimestre.

Hace mes y medio que ganó el concurso de una plaza docente convocada antes de la pandemia y acaba de firmar el contrato. Después de dar tumbos consolidando su formación ha logrado estabilizarse y puede decir que su carrera se ha encaminado. Está nerviosa porque el escenario se ha dislocado y la incertidumbre domina el panorama.

A tres semanas del inicio del curso todavía no sabe qué asignaturas va a impartir ni el número de estudiantes que tendrá, pero tampoco cómo serán las clases, si presenciales, virtuales o incluso bajo una modalidad mixta. No obstante, su ilusión se mantiene viva. Tiene confianza en sí misma y una gran vocación. Desde hace tiempo es consciente de que las clases no se pueden impartir como ella las recibió hace apenas diez años en un formato que, a su vez, era bajo el que las recibieron sus profesores. Piensa que hay que cambiar muchas cosas y que ahora es el momento.

III

La brusca interrupción de la actividad escolar los separó sin advertir que no volverían a verse en meses. Llegaban al colegio cada mañana en rutas de autobuses distintas y no eran conscientes de que la distancia entre sus casas era enorme. La comunicación virtual fluida se convirtió en un mecanismo de aproximación que pareció suplir la ausencia de todo contacto físico.

Durante el verano sus padres los llevaron a lugares muy alejados sin que ello fuera óbice para interrumpir la conexión permanente. Sus esperanzas se centraron en la vuelta al cole pues eran conscientes que las miradas y los silencios quedaban corrompidos por la intermediación del móvil o de la tableta y ni que decir tiene la necesidad de que las yemas de los dedos acariciaran las mejillas. Hoy han recibido una comunicación del colegio que señala que, a pesar de todos los esfuerzos realizados, dada la situación se ven obligados a activar el plan de enseñanza virtual sine die. Han llorado frente a frente sin activar la cámara.

Llegaron a la residencia casi al unísono. Procedían de ambientes distintos y arrastraban una andadura que tenía poco en común. Además, su entorno inmediato suponía un contraste agudo. Cualquiera podría haber pensado que nunca congeniarían. Pero el día que en la sala de lectura vieron que tenían el mismo libro en sus manos todo cambió y se hicieron inseparables.

Al relato de sus vidas siguió el recuento de sus temores. La exposición a veces opuesta de sus posiciones sobre temas de actualidad se entrecruzaba con sus variopintos gustos gastronómicos o cinematográficos. Coincidían con que no iban a misa y les gustaba pasear a media mañana por los alrededores del vetusto, aunque modernizado, edificio situado en pleno centro de la ciudad.

Solo se separaban en agosto cuando seres queridos los llevaban para compartir sus vacaciones. El regreso en septiembre constituía un festín que rememoraba la época feliz en la niñez de ambos de vuelta al cole. Sin embargo, este año nada de eso hubo. Murieron en abril con dos semanas de diferencia.

Manuel Summers estrenó en 1963 Del rosa al amarillo, un filme que saltaba de la historia de dos adolescentes, que daban sus primeros pasos en el amor, a la de dos ancianos, que vivían en un asilo -era la palabra que entonces se usaba- y cuyas familias se oponían a la relación afectiva que surgía entre ellos.

El contraste, definido por dos colores, no podía ser más evidente como podría serlo el que proyectan las parejas recién descritas, aunque el contexto todo lo afecte. En aquella época no se dejarían de percibir los rasgos de la sociedad del momento y los preámbulos de la campaña de “25 años de paz”.

Ahora, los condicionantes son de otra naturaleza y definen la situación de manera casi universal como nunca había ocurrido predominando la incertidumbre y cierto desamparo. Por ello, hace tres años “la vuelta al cole”, un dicho manido y recurrente, no fue sino una provocación que testimonió entonces el presente.

*Politólogo español, catedrático en la Universidad de Salamanca.

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