Semblanza del Jesuita Ramiro Martínez: Tal vez un poco a prisa, pero merece la pena recordarle en su bondad y en su valor

Juan Ramiro Martínez, ya defintivamente en el Reino de Dios

Juan Ramiro Martínez nació con una minusvalía que le afectaba una pierna. Hijo de campesinos, a los 18 años era celebrador de la Palabra de Dios en Guaymitas, una aldea a 14 km de El Progreso.

Por: José M. Tojeira, SJ

El P. Guadalupe Carney, jesuita norteamericano que atendía la zona, lo becó a esa edad en el Instituto San José para que comenzara allí el ciclo de plan básico. Llamaba la atención a los jesuitas del colegio ese muchacho, con minusvalía y más edad que sus compañeros, que viajaba todos los días los 14 Km en bicicleta, lloviera o abrasara el sol.

Como el colegio tenía jornada doble, matutina y vespertina, en aquella época de 1971, Ramiro traía su comida y se queda almorzando en el colegio hasta que continuaran las clases en la tarde. Los 28 Km de bicicleta diarios, la comida fría, la primaria cursada en una aldea, nunca impidieron que sus calificaciones fueran siempre de las mejores de su curso.

Entró primero en el Seminario Mayor y posteriormente, tras la filosofía, pidió entrar en la Compañía. Entre los que lo conocían allá en Honduras, no hubo ninguna duda de que sería un magnífico jesuita. Su buen humor, su cercanía humana, su saber manejar sus propios problemas y los ajenos, lo hicieron muy querido de todos los que le rodeaban. Cuando mataron a los jesuitas en 1989 Ramiro estaba estudiando teología en El Salvador.

Vivía en una zona marginal, la Chacra, con un pequeño grupo de jesuitas que ayudaban en la pastoral de la parroquia María Madre de los Pobres, ubicada en esa misma zona.

El ejército en ese momento combatía casa por casa y pasaje por pasaje en ese barrio, y casi todos los trabajadores de la parroquia, incluido el párroco, salieron de la zona o se escondieron.

Ramiro se quedó más tiempo. Había en la parroquia una guardería infantil en la que había algunos huérfanos y donde habían quedado niños pequeños cuyos padres no podían acceder al lugar. Ramiro se quedó con ellos, animándolos en medio del ruido de las balas y repartiéndoles la comida que había quedado en la despensa.

Lo soldados, al ver que cojeaba, le acusaban de ser un guerrillero herido escondido entre los niños. Ramiro los convenció de que su problema era de nacimiento y continuó cuidando a los niños. Si alguien de verdad, con los hechos, podía dar testimonio de que la masacre de los jesuitas no aniquilaba el espíritu de la Compañía de Jesús, ese era Ramiro.

En sus destinos siempre se hizo querer. Su buen humor, su fina ironía, su capacidad de corregir y decir la verdad sin ofender le hacían amigo de todos. Sus destinos fundamentales fueron parroquiales.

A pesar de pasar sobradamente los 60, ya en su último destino, en Nicaragua, encargado de la pastoral de la UCA, los jóvenes lo sentían enormemente cercano. Él se dejaba llevar por ellos en sus excursiones y actividades. Pero dejándose llevar, terminaba siempre conduciéndolos hacia una fe comprometida con la justicia y con la realidad de esta Centroamérica nuestra.

Ya internado en el Hospital, Ramiro conservaba la paz y el buen humor. En una videollamada facilitada por los trabajadores sociales que atienden a los familiares de los enfermos, un par de días antes de que lo entubaran, seguía sonriendo y bromeando.

Después vino la ventilación mecánica y la sedación. Una primera noche oscura larga, de varios días, que lo condujo pacíficamente, como era él, al encuentro de la Luz.

Pobre de origen, pobre de espíritu inundado por la fuerza del Espíritu, amigo de los pobres, intercede por nosotros hoy en el Reino de Dios.

Homenaje al padre Juan Ramiro Martínez Mejía, SJ

Nació el 27 de diciembre de 1952.
Ingresó en la Compañía el 16 de febrero de 1981.
Se ordenó de sacerdote el 26 de junio de 1992.

Por: Ismael Moreno, SJ.

A las 11:15 de la mañana de día de difuntos murió Juan Ramiro Martínez Mejía, tras luchar infructuosamente en los últimos días por complicaciones de la pandemia del Covid-19. El 15 de octubre recién pasado nos vimos la última vez en una casa de retiro en Santa Tecla, El Salvador, luego de haber estado juntos, participando en la Congregación Provincial de Centroamérica.

Esos días de octubre platicamos amplia y profundamente. Así me enteré de su dolencia con un cáncer de próstata que se estaba tratando con optimismo, y sin dudarlo me dijo que luego de muchos años de tener miedo a la muerte, se encontraba tranquilo y recibía lo que Dios le deparara con mucha paz y con la alegría de haber vivido entre muchos amigos y compañeros.

La última noche, aquel viernes 15 de octubre, ingresó a mi cuarto, como lo hizo en varias ocasiones a lo largo de esa semana, y fue cuando me dijo que esperaba los resultados de la prueba de Covid, como requisito para ingresar a Nicaragua, donde él era superior de la comunidad Villa Carmen, en la UCA de Managua, en donde cumplía con su misión de la pastoral juvenil y desde donde apoyaba la pastoral vocacional de la Compañía de Jesús. “Me preocupa que ando con gripe, y me temo salir positivo de la prueba”, me dijo, mientras se cubría con la mascarilla para proteger aquella última plática que ambos tuvimos.

En esas noches conversamos de todo, y nos reímos. Le compartí unas anécdotas que guardé en unas “Notas de paso”, apenas publicadas, y se reía sin control, y a las que añadía nuevas anécdotas, porque Juan Ramiro sabía reír y llorar. Era una mezcla cabal de firmeza y fragilidad, y como escribí en una de las anécdotas: “Juan Ramiro Martínez transpira generosidad por los poros, pero es como agua en mano. Nadie sabe si está oyendo o haciendo que oye, si está dormido o despierto, pero cuando menos uno lo espera, le dice las verdades con profunda generosidad de amigo. Todo lo agarra al vuelo. Todo”.

Juan Ramiro realizó un servicio pastoral en la parroquia de Tocoa, luego estuvo en El Negrito y en la parroquia San Ignacio de Loyola, en El Progreso, en donde además formó parte del equipo del ERIC, habiendo sido uno de los fundadores del periódico popular.

“A Mecate Corto”. Además, realizó su misión pastoral en la parroquia San Antonio en Guatemala, y al menos en dos ocasiones, realizó con muy buen suceso el servicio pastoral en la UCA de Managua. Donde quiera que pasó, dejó un reguero de amistades y su impronta de entrega, sencillez y profundidad en sus reflexiones y miradas sobre la realidad.

 

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