Infierno en el hogar

Partimos de un caso concreto, pero no para quedarnos ahí, enrollando la cola y dando vueltas en el mismo lugar; sin ver más allá y más acá, ni más abajo del hecho concreto. El hecho real ya está en los tribunales, y el agresor en menos de 5 horas ha sido detenido por la policía y todo esto en un cantón de gente pobre.

Por: Edwin Felipe Aldana Aguirre*

Dos niñas estaban siendo violadas en la “seguridad de su hogar” por su padrastro. Las niñas reportaron a su madre los “tocamientos” por parte del tipo y ésta, les agredió físicamente como respuesta. El infierno continuó y para sorpresa, confusión y dolor para las niñas, la “madre” facilitaba la agresión sexual. Dos lindas niñas, inteligentes, destacadas en su escuela, participantes felices en su iglesia católica.

En un ensayo con el coro de la iglesia, la niña más pequeña no se podía ni sentar, y cuando el “cura” que dirigía el ensayo le invitó a sentarse, la niña le dijo que no podía hacerlo; y le empezó a contar lo que su padrastro le hacía a ella y a su hermana. El cura se quedó callado y siguió el ensayo; al finalizar éste, les regaló sendas camándulas (rosarios) y les regaló un libro de cantos cristianos… Y no pasó nada, las niñas siguieron en el infierno de su hogar.

Finalmente decidieron contarle a su abuelita, que por cierto trabaja en una casa lejana en oficios domésticos, y regresa a su hogar, los sábados bien de mañana, para luego partir los domingos de nuevo al caer la tarde. Su esposo y abuelo de las niñas fue asesinado hace unos tres años por un pandillero. Él era el rezador de la zona, y muy ligado a la iglesia.

La valiente y honesta abuela, increpó a su hija, “madre” de las niñas, y en respuesta fue agredida verbalmente por su hija, por andar creyendo las “mentiras” de las nietas.

El siguiente fin de semana que la abuela está en casa, las niñas le cuentan que siguen siendo agredidas por el tipo; y la abuela, decide recurrir a unos vecinos que son maestros, para contarles la situación. Los vecinos le piden llevar a las niñas y platican con ellas, constatando que el relato de las niñas es realmente terrorífico, va más allá de los tocamientos indebidos… Le informan a la abuela y le preguntan si está dispuesta a poner la denuncia. Ella dice que sí y proceden con la denuncia.

La policía asume con prontitud el caso, y con toda la discreción y delicadeza, llevan a las niñas y a la abuela en un carro particular a poner la denuncia en el puesto más cercano y luego, al reconocimiento médico. Dado que el hecho se repitió dentro de las 24 horas de flagrancia, y con los primeros indicios médicos, proceden a la detención administrativa del agresor, para proteger a las niñas.

Este es el hecho real, sobre el cual se asientan una serie de preguntas, pero también el inicio de una reflexión. Al agresor, un vecino le había conseguido un trabajo, viendo la penuria del hogar en el cual solo la abuela trabajaba. Al mes del trabajo, el agresor saca una moto, como primer logro y al menos, se oculta para beber, ya que fue una condición del vecino, para que dejará de hacerlo y conseguirle un trabajo. Bebedor y adicto a la pornografía, y ahora con un empleo, aparece todo un macho con poder, avasallando a dos inocentes niñas.

Este tipo de casos, no son casos en donde falle la seguridad pública o policial, es más, no son este tipo de casos un problema de seguridad pública; son casos de “seguridad nacional”, no en la perspectiva del enemigo externo, sino que, de nación segura. Son casos de “seguridad social”, de seguridad humana orientada a la niñez. El macho se convierte en asalariado y con ello crece su poder, su pequeño pero letal poder, en el reducido espacio del “hogar”. Poder, violencia y dominio sobre dos indefensas niñas. Ah, pero el tipo también iba a la iglesia. A qué iba y para qué, ciertamente no logramos imaginarlo.

Ahora bien, ¿qué lleva a una mujer a herir tan profundamente a sus propias hijas? Ella también ya tenía trabajo, es, suponemos, todavía rezadora de la iglesia.

En dónde queda la moral, la fe en un Dios de amor, el amor que toda madre y padre debe prodigar a sus hijos e hijas; en dónde queda el temor a transgredir la ley. En dónde queda el amor que esas niñas le tienen a su madre, sus sueños de niñas, sus esfuerzos por salir adelante. ¿En dónde queda todo eso?

Pero centrémonos en datos oficiales; durante la cuarentena fue el tiempo en que más niños y niñas violadas hemos tenido. Es más, el Ministerio de Salud reporta un crecimiento en el porcentaje de niñas embarazadas. Se supone que los riesgos mayores están en la calle. Pero estos datos nos muestran como un iceberg dicha problemática en el seno de las familias.

Hay una realidad en muchos hogares que representan la parte no visible del iceberg. Mucho de esto tiene que ver con salud mental, con una vivencia machista y patriarcal, con un contexto cultural en donde es imperativo mostrar o ejercer poder y con éste, la violencia de todo tipo dirigida a los más débiles o pequeños.

Esto nos lleva a cuestionar qué tipo de educación sigue recibiendo nuestra niñez y juventud; realmente la escuela nos prepara para ser conscientes de nuestra dignidad, el cuido de sí mismos, los riesgos que se pueden correr y cómo actuar ante ellos. Definitivamente creemos que no. Tampoco nos preparan para valorar el respeto de la ley, y menos sobre nuestros derechos en el marco de un Estado democrático. ¿Realmente cuáles son los objetivos verdaderos de nuestra escuela? ¿Por qué no hay reacciones contundentes cuando profesores acosan a sus alumnas, se acompañan con sus alumnas y no pasa nada? Pero no sólo eso, conocemos un caso de una maestra ya con sus años que se ha acompañado con un alumno desde que éste estaba en bachillerato.

Pero también es cierto, que estos hechos repudiables por muchas personas, no termina en una denuncia formal y por tanto no llegan a los tribunales.

En los Medios de Comunicación vemos que se aborda la impunidad como algo del día a día, como algo normal. Roba el grande y no pasa nada. La mentira y la manipulación se nos presenta como un proceder válido y expresa la viveza de quién lo utiliza. Y se nos da un mensaje claro: el más fuerte siempre gana, el más vivo siempre se sale con la suya, el dinero y la posición lo arregla todo… Hay una suerte de evolucionismo social en donde impera el más fuerte, contradiciendo toda la tradición ética y democrática de nuestras historias humanas y sociales. Además, esto no pasa en todos lados, incluso esto no pasa en todas las familias. Pero pasa en un buen número.

Volviendo a la escuela diremos que, sigue siendo un tabú la educación sexual y el auto cuido a partir del conocimiento de nuestro cuerpo y de nuestra dignidad. Sin embargo, el fanatismo religioso antepone que es mejor leer la biblia en las aulas y no enseñarles “pecado” a los alumnos. Y los miserables políticos se suman alegremente a esto. Y mejor ni mencionamos todas las temáticas que en la biblia se pueden encontrar.

Ahora bien, la pornografía está considerada por muchos estudiosos como un problema de salud mental; su impacto en la corteza prefrontal en donde reside la función ejecutiva que tiene que ver con la moralidad, la voluntad y el control de los impulsos predispone al individuo a la violencia sexual. Es más, hay estudios en el país que relacionan el consumo de pornografía con el crecimiento de los índices de violación sexual.

Qué se hace desde el sector salud, educación y cultura sobre esta problemática, creemos que muy poco. Y dejamos el problema como algo de seguridad pública y eso es un terrible error.

El caso mencionado al inicio ya está en los tribunales, se confirman los abusos por medicina legal, las niñas relataron su tragedia, pero, al igual que en muchos casos las victimas están en soledad, aisladas en su casita, sin ningún apoyo ni acompañamiento por parte del Estado y mucho menos de su iglesia. ¿Terminará este caso en condena? No lo sabemos. Hemos visto violadores condenados que en menos de un año ya andan libres; lo cual muestra lo podrido que está el sistema judicial, sobre todo, cuando los perjudicados son los niños y las niñas, las mujeres y los pobres.

Hay impunidad en el campo político, en el campo económico, en la cultura, en la educación, en las familias etc, etc. Somos una sociedad enferma, hedonista y marginadora. ¿Qué vamos hacer pues?

Siempre hemos escuchado que, si queremos niños buenos, debemos tener niños felices. ¿Realmente tenemos un entorno saludable y feliz para nuestra niñez? Por ahora creemos que no y, esta es una tarea del Estado en pleno, de las familias, de la escuela pública y privada, de las iglesias serias. En fin, la felicidad de los niños y las niñas es una tarea de todos y de todas.

Si queremos un mundo mejor, empecemos por ahí.

*Investigador y docente universitario

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